Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 65
Capítulo 65:
Pero yo no llevaba conmigo un paraguas y tampoco podía transformarme en loba; seguía esperando su llegada acurrucada en la acera mientras la lluvia empapaba mi vestido.
Punto de vista de Marco
Pronto me acostumbré a la presencia callada y constante de Tanya; era como si siempre me hubiera hecho compañía.
Yo era muy independiente; los demás nunca me ayudaban.
No necesitaba una esposa que me esperara todas las noches con una cena caliente bajo una luz tenue.
Pero yo apreciaba mucho que me recibiera de aquel modo porque le complacía hacerlo, no porque estuviera obligada a actuar así.
Desde que se había convertido en parte de mi hogar, solía dejar una luz encendida en la entrada de la casa.
Todas las noches me preparaba la cena y permanecía despierta aguardando mi llegada; aquella luz era como un faro que me indicaba el camino a casa y me hacía sentir bienvenido. Experimentaba el calor del hogar.
No recordaba cuándo había sido la última vez que me había embargado esa sensación.
Nadie le había pedido que hiciera aquello; ciertamente, yo jamás se lo pedí, pero le agradaba darme la bienvenida a casa de aquella manera.
Mis súbditos obedecían mis órdenes, pero yo no tenía necesidad de darle órdenes a Tanya, pues le complacía ayudar.
Hacía que una casa adquiriera una atmósfera hogareña.
Pero aquella noche, la casa estaba sumida en las tinieblas.
Era muy extraño que no estuviera en casa; tal vez había salido a comprar algunos ingredientes para preparar la cena o había tenido que trabajar hasta tarde.
Me esforcé por guardar la calma mientras me aproximaba a mi casa.
«¡Marco!», llamó alguien de repente, sacándome de mi ensimismamiento.
Era la voz de mi hermana Cathy, que corría a mi encuentro.
«Gracias a la Diosa, has vuelto a casa.
Me alegra verte.
Sabía que no serías tan tonto como para llevar a esa fulana a cenar esta noche», declaró.
«¿A qué te refieres?», pregunté frunciendo el ceño al oír aquellas palabras.
«Creo que alguien le está gastando una broma a tu nueva esposa, hermano», dijo riendo.
Mi humor, en cambio, era sombrío.
Cerré las manos en un puño ante el desdén con que se refería a ella.
«Alguien le envió rosas al trabajo, las cuales contenían una nota de invitación a una cena de celebración del Día de San Valentín en el Dumonet.
Estaba prácticamente segura de que no habías sido tú quien las había enviado, pues nunca irías a una cena romántica en una noche de luna llena, pero de todos modos quería cerciorarme», explicó.
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