Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 64
Capítulo 64:
Mi espalda se había puesto rígida, pues había permanecido sentada en la misma posición durante un largo rato, y surgían pensamientos en los rincones oscuros y solitarios de mi mente. Al cabo de otra hora de espera, las dudas comenzaron a asaltarme.
Tal vez estaba en el restaurante equivocado.
Quizá se había retrasado considerablemente debido a alguna circunstancia imprevista.
Pero también me rondaba una idea inquietante: tal vez no había acudido al restaurante porque consideraba que no era una mujer digna de alguien como él.
Entonces me abracé a mí misma, como si buscara protegerme de aquel triste pensamiento.
Inconscientemente, posé los ojos en el elegante anillo dorado que llevaba en mi dedo; el diamante de forma redondeada lanzaba destellos a la luz de las velas, lo que me recordaba el brillo de los ojos de Marco.
Nunca hubiera esperado que la fortuna me sonriera hasta el punto de poder contraer matrimonio con un príncipe, pero lo impensable había sucedido.
Marco le había dado un giro a mi vida.
Me había dado esperanza y yo quería que las cosas siguieran marchando por buen camino.
Esperaba brindarle felicidad, aunque solo fuera durante un corto tiempo.
Pese a que nuestro matrimonio era simplemente una unión por conveniencia, esperaba que se enorgulleciera de mí y que le ayudara a olvidar los problemas que le agobiaban.
De modo que no me marcharía del restaurante sin haberlo visto entrar por la puerta del mismo; aguardaría su llegada toda la noche si fuera preciso.
El tiempo transcurría y los invitados comenzaban a marcharse.
Los meseros levantaban las mesas; dentro de pocos minutos cerrarían el restaurante.
No sabía qué hora era.
Podía sentir las miradas de lástima y vergüenza que la gente me lanzaba. A medida que pasaba el tiempo, la tristeza que me embargaba se hacía más profunda, pero me rehusaba a levantarme de mi asiento.
En cualquier momento entraría en el restaurante.
«Ya vamos a cerrar, señorita», indicó el mesero, cuya paciencia se había agotado hacía mucho tiempo.
«Prefiero esperar un poco más, si no le importa», señalé.
El cielo amenazaba lluvia cuando el gerente del restaurante se aproximó a mí para pedirme que saliera, pues debían cerrar.
La lluvia había comenzado a caer.
Algunos transeúntes sacaban sus paraguas y se alejaban de prisa, mientras que otros se transformaban en lobos y corrían a toda velocidad en busca de un lugar donde guarecerse.
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