Capítulo 340:

Eric tenía un cuchillo en la garganta. Le temblaba la mano mientras sostenía la hoja de lado contra su carne, justo debajo de su barbilla, listo para deslizarlo.

Grité: «¡Eric, no!»

«Debe hacerse. Yo ocasioné esto. Yo le ocasioné esto a ella. Y ahora, esta es la única forma en que puedo devolverla. Para salvarla», anunció.

Entonces, no pude evitar gritar su nombre una vez más mientras Marco corría con terror en dirección a él. Tal parecía que era demasiado tarde.

Eric movió los brazos y cerró los ojos, rindiéndose a su destino. De repente, alguien más se materializó desde las sombras, arrancándole la hoja. El arma cayó al suelo, y se escucharon los sollozos de una mujer.

Era la reina… Las bolsas debajo de sus ojos y el cabello revuelto contrastaban marcadamente con la magnífica túnica con la que vestía. Pero ella sollozaba, sus mejillas húmedas y rojas por las lágrimas mientras jalaba a Eric hacia sí, dándole un cálido abrazo.

Casi gritó mientras se derrumbaba y temblaba. «¡¿Cómo pudiste?! Casi perdemos a tu hermana, y tú piensas que quitarte la vida es la solución», chilló.

«Es la única manera de salvarla», contestó él, con un sollozo ahogado.

«¡No! No aceptaré esta respuesta tuya. Eres mi hijo, mi único varón. Sé que hay una manera. Marco y Tanya la encontrarán», replicó ella.

Y, a pesar de que técnicamente la reina se encontraba en arresto domiciliario, no pude negar lo desgarradora que era la situación ante mí.

Apoyé una mano en el brazo de mi marido, quien no disimuló que, gracias a ella, Eric no se suicidó.

Como familia, ya estaban todos desgarrados, así que ofrecerles una pizca de simpatía era el acto más noble jamás regalado. Y así, les dejamos ser.

Los dos días siguientes fueron inmensamente estresantes y desordenados, ya que todos buscaban alguna otra forma de salvar a Cathy. Marco continuaba con las terribles pesadillas; y como era de esperarse, despertaba sobresaltado, empapado en sudores fríos, incapaz de respirar. Hubo momentos en los que susurró cómo le atormentaban esos sueños, y su necesidad de sacrificar su propia vida.

Pero hacía lo mejor que podía para calmarle, tratando de sacarle de esa desesperación, recordándole que todavía teníamos tiempo, que al final encontraríamos una manera de salvar a su hermanastra.

Yo, por otro lado, ocultaba mi propia angustia, leyendo durante horas y horas, cientos de libros. Hojeaba página tras página, recorriendo la biblioteca entera en busca de información, esperando, rezando, que existiese otra manera.

Finalmente, nuestros esfuerzos fueron inútiles.

Una tarde, Marco entró en nuestra habitación con rostro solemne, y yo me apresuré hacia él, temiendo lo peor.

Susurró: «La reina ha muerto».

Entonces, mis ojos se ensancharon, y juntos corrimos hacia la cueva, encontrando a la mujer en los brazos de Eric, cuyos ojos, inyectados en sangre, observaban su cuerpo inerte con gran dolor. Y mientras su sangre corría por el círculo, la magia oscura se disipó y Cathy se salvó.

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