Capítulo 251:

Le pedí aquel favor con una expresión sonriente, a pesar de su frialdad.

Me lanzó una mirada inexpresiva y luego me respondió con desfachatez: «Estoy seguro de que a ese noble le complacerá ayudarte, así que no me necesitarás».

¿Acaso era presa de los celos? Adoraba la idea de que se sintiera celoso, que me deseara. Pero no acababa de convencerme de ello.

De cualquier modo, antes de que Marco tuviera tiempo de volverse para marcharse, tomé su mano.

«No quiero la ayuda de otra persona», repuse con sinceridad, mirándolo a los ojos con delicadeza.

«Quiero que seas la única persona que me brinde su colaboración para llevar a cabo esa misión», le dije mientras la alegría se reflejaba en mi rostro. «Por favor, accede».

Sin esperar su respuesta, tiré de él, y el hecho de que no se opusiera me entusiasmó aún más.

Nos dirigimos entonces al jardín del médico, con la esperanza de lograr salvar la vida de Peyton.

En cuanto llegamos a la casa del médico, me dispuse a trabajar con ahínco en el jardín.

Me arremangué y me puse los guantes que encontré en un cobertizo. Aunque le había pedido a Marco que me acompañara, no quería someterlo a aquella agotadora labor, así que le dije que simplemente se sentara relajadamente en una de las sillas de jardín que había en el lugar.

Mientras el sol brillaba en el cielo, comencé a escardar el jardín, apoyada en mis manos y rodillas. Con gran esfuerzo, arrancaba una por una las malas hierbas que habían invadido el terreno y luego las arrojaba en una carretilla, la cual, una vez llena, llevaba con gran dificultad a la caneca del jardín para vaciarla.

Hice esto sin descanso, avanzando tanto en sentido vertical como horizontal a lo largo de aquel vasto jardín. De vez en cuando, sin dejar de trabajar, le echaba un vistazo a Marco. Estaba sentado en silencio, pero movía las piernas con impaciencia, como si estuviese aguardando.

Al cabo de un rato, rompió su hermetismo. Se aclaró la garganta ruidosamente, haciendo que lo mirara mientras se ponía de pie de repente.

«¿Por qué no solicitas mi ayuda? Estoy dispuesto a ayudarte y, además, no le temo al trabajo arduo», me dijo, como si estuviese tratando de convencerme de que aceptara su ayuda, aunque yo ya sabía de su capacidad para realizar ese tipo de labores.

Aunque no le pedí el favor de ayudarme, se aproximó a mí, se agachó a mi lado y comenzó a arrancar la maleza.

Sin poder reprimir una sonrisa, le dije con toda sinceridad: «No te pedí tu colaboración porque me habías dicho que no querías estar aquí. Pero de todos modos te agradezco tu ayuda».

No estoy segura de si lo hizo porque le había agradecido su ayuda, pero en todo caso me dijo con desprecio: «No estoy haciendo esto por ti, sino por el árbol y la manada Blue Moon. Si no lo hacemos, no podremos conseguir el ingrediente especial que posee el doctor y, por lo tanto, jamás podremos obtener la recompensa de la princesa para financiar las necesidades de la manada Blue Moon y salvar el árbol».

Aquella larga explicación suya no hizo más que confirmar mis sospechas. Contuve la risa y no traté de plantear objeciones a su razonamiento. En vez de ello, me limité a valorar el hecho de que estuviera allí ayudándome y a disfrutar aquel momento que podía pasar junto a él.

Trabajamos todo el día y toda la noche. Me ayudó a remover toda la maleza. No me permitía cargar nada pesado ni hacer ningún esfuerzo intenso; se encargaba de llevar la carretilla hasta la caneca cada vez que era necesario y cargaba cada una de las bolsas de tierra.

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