Capítulo 227:

Aguardé ansiosamente la reacción de mi hija durante lo que pareció una eternidad, mientras Marco me tomaba por los hombros.

Finalmente, sucedió el anhelado milagro: abrió los ojos. Luego, exploró su entorno con curiosidad. Sonreí aliviada mientras ella, a su vez, nos lanzaba una sonrisa cómplice.

Corrí a su lado, loca de alegría; tomé su mano y la besé, en señal de afecto. Aunque aún estaba cansada, me lanzó una sonrisa auténtica.

“¿Por qué estoy en el hospital, mami?», me preguntó sorprendida.

«No te inquietes demasiado, cariño. Pronto te explicaré lo sucedido», le respondí en tono tranquilizador. No quería que se alterara, pues sabía bien que se sentía muy débil. Pero al menos estaba consciente, lo cual constituía una señal alentadora.

Al cabo de unos minutos, volvió a cerrar sus ojos lentamente y se quedó dormida.

De pie junto a mí, el doctor me informó que ahora todos sus signos vitales habían vuelto a la normalidad, así que bastaría un breve descanso para que recobrara sus fuerzas. No cabía en mí de alegría.

Le lancé entonces una mirada a Marco, al tiempo que musitaba un «gracias». Observé que me devolvía la sonrisa y luego volqué mi atención en mi hija, que dormía plácidamente.

De repente, la habitación me dio vueltas.

Ligeramente confundida, sacudí la cabeza con la esperanza de que esa desagradable sensación desapareciera, pero mi esfuerzo fue inútil. Me sentía mal; mi cuerpo ardía y de repente mi entorno se desdibujó. Pronto todo se oscureció y perdí la consciencia.

Cuando volví a abrir los ojos, vi muchas luces brillantes. Oí a mi alrededor el extraño sonido de los equipos de monitoreo de pacientes del hospital, así que de inmediato supe dónde me encontraba. Me percaté de que reposaba en una mullida cama y, al despertar, me volví y vi al imponente Marco, que miraba en silencio hacia la puerta, como si hubiese estado velando mi sueño. Su considerada actitud me enternecía.

“Oye,” murmuré con las cuerdas vocales adoloridas y cansadas.

Al oír mi voz, volvió la cabeza bruscamente, sorprendido. Se tranquilizó al ver que había despertado.

“¿Qué sucedió?”, le pregunté.

Se aproximó aún más a mí y me escrutó con la mirada.

“Tu cuerpo no soportó la enorme tensión a la que lo sometiste, lo cual parece lógico. Piensa que pasaste dos noches en vela elaborando el perfume y que además perdiste mucha sangre durante ese proceso. Pero no te preocupes; los médicos se muestran optimistas y piensan que solo necesitas un poco de descanso y algunos fluidos revitalizantes para recobrar la salud”, explicó.

Su explicación era completamente lógica.

ese a que había descansado durante un buen rato, todavía me sentía demasiado agotada.

«¿Cómo están los pacientes? ¿Ha mejorado la salud de Claire?», le pregunté, presa de la ansiedad.

«Experimenta una franca mejoría, al igual que todos los demás pacientes. Bueno, todos, excepto…», repuso.

En ese momento, vi a mi pequeña de pie en el umbral. Abrió los ojos desmesuradamente, muy emocionada al ver que yo había despertado, y corrió junto a mí. A pesar de las protestas de Marco, que estaba muy preocupado por el estado de agotamiento en el que me encontraba, se subió a mi cama y nos dimos un fuerte abrazo; experimentaba una sensación de gratitud al verla de nuevo consciente y feliz.

Pasé el resto del día recibiendo la visita de muchos integrantes de la manada que acudían a expresarme su gratitud por haber elaborado el perfume que había salvado su vida. Recordaba haberlos visto a todos mientras trabajaba en el hospital y me complacía saber que por fin se habían restablecido.

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