Capítulo 228:

Cuando estuve de nuevo a solas con Marco, me volví hacia él y le pregunté: «¿Dónde está el Sr. Barlow?» Entonces noté que su semblante se demudaba. Inquieta ante el hecho de que hubiese dejado mi pregunta sin respuesta, me incorporé en la cama e insistí: «Dime dónde está el Sr. Barlow».

«Lamento informarte que, a pesar de que fue tratado con una dosis de tu perfume, su salud continúa deteriorándose; sus fuerzas decaen con rapidez», repuso al tiempo que lanzaba un suspiro.

Abrí los ojos como platos sin poder dar crédito a mis oídos. Entonces aparté la manta con la que me cubría y me solté de su mano mientras él insistía en que guardara reposo, pues aún acusaba cierta debilidad.

“Debo verlo de inmediato», señalé con firmeza al tiempo que saltaba de la cama y me dirigía a toda prisa a su habitación.

Cuando estaba a punto de llegar allí, oí ruidos: era víctima de un violento acceso de tos. En cuanto entré en su habitación, me lanzó una débil sonrisa de complicidad.

“Me alegra que te sientas mejor», declaró.

No obstante, estaba tan angustiada que, en vez de devolverle su amable sonrisa, comencé a verter mi perfume sobre él.

«Ya deja de hacerlo», me pidió.

Sin embargo, ignoré su protesta y seguí ocupada en aquella tarea.

«No surtirá efecto alguno», dijo con aire pesimista.

Mientras me acercaba a su lecho, aferró mi muñeca y me arrebató el frasco de perfume.

“¡Ya basta!», exclamó. Acto seguido, me quedé de piedra; vertía amargas lágrimas.

“No puedo creer que no esté funcionando», me lamenté presa de la angustia.

Suspiró mientras sostenía con fuerza mi mano en un esfuerzo por calmarme y luego explicó: «Bebí una muestra cuya concentración de veneno era excesivamente alta. Desde un primer momento supe que sus efectos serían irreversibles».

Abrí los ojos desmesuradamente. Me burlé de la ingenuidad que había demostrado al pensar que podría sobrevivir. Había logrado engañarme con facilidad.

«Pero al menos tu perfume prolongará brevemente mi existencia y eso es algo bueno, ¿no crees?», añadió en tono de broma, tratando de arrancarme una sonrisa.

Al ver que no sonreía, volvió a suspirar.

“Siento mucho haberte mentido, pero recuerda que estaba en deuda contigo, y a mi modo de ver, esta era la mejor manera de retribuir tu ayuda», expresó.

Gimoteé al tiempo que sonreía débilmente. «Mi ayuda no era realmente necesaria; vi cómo señales de magia negra brotaban de tus manos», repuse.

Me sonrió a su vez al tiempo que decía, sorprendido: «De modo que mi secreto ha quedado al descubierto».

Puse los ojos en blanco mientras me sentaba al borde de su cama.

“Bueno, verás, de no ser por ti habría muerto hace tres años. Por fortuna, salvaste mi vida y la manada me acogió», explicó.

Sufrió entonces un nuevo acceso de tos. Le di un vaso con agua y, tras haber apagado su sed, prosiguió: «Es muy probable que haya sido yo el responsable de este infausto incidente del envenenamiento del agua».

Incrédula, moví la cabeza vigorosamente en señal de negación. Pero entonces, sin darme tiempo de ahondar en la cuestión, añadió: «Quiero que me concedas un último deseo antes de morir».

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