Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 221
Capítulo 221:
Observé cómo Lisa se esforzaba por darle valor a su padre, arropándolo con la manta para hacerlo sentir cómodo y ajustando la almohada sobre la que reclinaba la cabeza. Ambos reían mientras escuchaba su conversación casualmente.
«Bueno, chica, al parecer ya no tendrás que volver a mentir», le dijo su padre.
Levemente confundida, le lanzó una mirada.
«¿A qué te refieres?», le preguntó.
«Bueno, ahora sí necesitarás dinero para comprar una lápida para mi tumba», explicó mientras reía con desenfado.
Aunque al principio se mostró sorprendida, acabó por sonreír. Sin embargo, al cabo de un rato, las lágrimas brotaron de sus ojos y su sonrisa dio paso a tristes sollozos mientras se acostaba junto a su padre, sosteniéndolo en sus brazos.
«No digas eso. Estoy segura de que te recuperarás», repuso con tristeza.
Me alejé de ellos con la intención de no dar la impresión de que estaba prestando atención a su conversación, y al mismo tiempo, con la esperanza de huir del dolor desgarrador que aquello me causaba.
Ansiaba tener la oportunidad de hablar con Claire por última vez. Escudriñé los alrededores; vi a muchos hombres y mujeres abrazándose y a los padres consolando a sus hijos enfermos.
Como consecuencia de la precaria situación económica de nuestra manada, los suministros médicos escaseaban.
Observé con los ojos brillantes de emoción cómo los miembros sanos de la manada llevaban sus propios insumos médicos para donarlos a los enfermos. No poseíamos muchos bienes, así que había pocos dispositivos médicos y medicamentos con los cuales se pudiera aliviar el delicado estado de salud de los niños y ancianos, pero todos se mostraban completamente dispuestos a prestar su ayuda, aunque ello supusiera desprenderse de sus pertenencias.
Una sonrisa triste se dibujó en mis labios al ver que incluso Raphael, el tristemente célebre abusador, les entregaba, con expresión hostil, los materiales médicos que tenía en su poder a los padres de uno de los chicos enfermos. Le lanzó una mirada a aquel niño y le dijo: «Haz un buen uso de estos materiales, muchacho; son caros y escasos».
Tuve la impresión de que detrás de su fachada de chico rudo se ocultaba un alma compasiva. Adoptando una actitud sumisa, tendido en aquella cama de hospital, el chico asintió débilmente, recordando a un soldado bisoño que obedece las órdenes de un curtido general.
«Estas cosas ya no me son de utilidad. Las he usado constantemente hasta transformarme en un muchacho grande y fuerte», declaró.
“Solo echa una ojeada a mis músculos, chico», añadió en tono presuntuoso.
El pequeño abrió los ojos desmesuradamente, atónito ante su imponente complexión.
“Puedo asegurarte que si usas estos elementos debidamente, te convertirás tan grande y fuerte como yo. Nuestra manada necesita contar con más hombres que le brinden protección», le dijo para infundirle ánimo en medio de aquel difícil trance.
Me sequé apresuradamente las lágrimas que brotaron de mis ojos al presenciar aquella conmovedora escena. Pese a que se parapetaba tras una fachada de rudeza, también él ansiaba que aquellos chicos se restablecieran con rapidez.
«Bueno, debo marcharme; es preciso que siga protegiendo a la manada de los peligros que la acechan. Espero verte pronto allá afuera, junto a mí. Prométeme que así será», comentó.
En ese momento, el niño infló el pecho, orgulloso, y asintió de nuevo, pero esta vez movió la cabeza vigorosamente. Luego, el reconocido abusador de la manada inclinó la cabeza en señal de cortesía ante los padres del chico, que vertían lágrimas, y salió de prisa de la habitación, como si el colapso de la firme muralla que había erigido ante sí fuese inminente.
Durante todo el día fui testigo de aquellos efímeros momentos de ternura entre aquellos seres que se amaban, mientras luchaba por no dejarme vencer por el indescriptible dolor que sentía en mis entrañas. Pero finalmente, cuando ya quedaban muy pocos pacientes que atender aquella noche, me desmoroné.
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