Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 220
Capítulo 220:
Calló, horrorizado al comprender súbitamente cuál era el motivo por el cual el agua de los ríos había sido adulterada.
Solo Marco tuvo el valor necesario para admitir la descarnada verdad.
“Alguien quería envenenar a tu manada…», señaló de manera tajante.
Muchos de los miembros de la manada que nos rodeaban se quedaron boquiabiertos ante aquel perturbador hallazgo, pero fui yo la única persona que se percató de que Barlow se había alejado.
Sus ojos brillaban, como si fuese consciente de algo que eludía mi comprensión.
Ante aquel desolador panorama, opté por regresar al hospital para ayudar a los pacientes, pues las instalaciones del mismo eran precarias y su personal no daba abasto para atender a tantos enfermos.
Al cabo de un rato, uno de los médicos me llevó aparte para informarme sobre cuál era la verdadera condición de salud de Claire.
«Estamos seguros de que los pacientes que presentan síntomas menores recobrarán la salud. Sin embargo, es poco probable que aquellos que están inconscientes se recuperen, pues su organismo está severamente comprometido», explicó.
De repente, se me hizo un nudo en el estómago.
“¿Entonces cuál es el pronóstico de Claire?», pregunté, aunque ya intuía cuál sería su respuesta.
«Puesto que su casa está situada tan cerca del punto del río donde había una mayor concentración del veneno, ingirió una dosis de magia negra mucho más elevada que los demás».
«Por desgracia, no tuvimos tiempo suficiente para contrarrestar los síntomas del envenenamiento, que se intensificaron con una rapidez inusitada. Además, debido a su corta edad, su cuerpo no es lo suficientemente fuerte como para luchar contra la enfermedad con la tenacidad necesaria. Siento mucho ser portador de malas noticias, pero por desgracia solo sobrevivirá tres días, a lo sumo», explicó, ofreciendo una descripción descarnada de la delicada condición de salud de mi pequeña.
Punto de vista de Tanya
Me quedé estupefacta al oír sus palabras. Me esforcé por mantener la compostura a pesar del dolor y la angustia que me atormentaban; era como si un monstruo furioso devorara con voracidad mis entrañas.
«Bueno, gracias. Le agradezco que me haya informado al respecto, doctor», repuse.
Trató de demostrarme su solidaridad, aunque yo comprendía que tenía la ingrata tarea de comunicarles a otros pacientes y a sus familiares noticias igualmente infaustas. Además, me rehusaba a aceptar su solidaridad, pues si lo hacía, me quebraría allí mismo.
De modo que, recobrando la compostura, me dediqué de lleno a ayudar a los demás pacientes del hospital. Pero al hacerlo, no hacía más que sumergirme en un ambiente de dolor y sufrimiento, pues los enfermos no cesaban de llegar, unos en peores condiciones que otros.
A pesar de la atmósfera ominosa que me rodeaba, en el hospital había un atisbo de calidez. Había encontrado fundados motivos para permanecer en el seno de la manada Blue Moon, la cual no resistía comparación con la capital y el palacio, pues, pese a la belleza y el esplendor de este, a la exuberancia de su arquitectura, a su lujoso mobiliario y a los magníficos cuadros que pendían de las paredes, su atmósfera, aunque era visualmente impresionante, resultaba para mí glacial y poco acogedora, lejana e inquietante.
Puede que no hubiera nacido en el seno de la manada Blue Moon, pero me habían acogido como a uno de los suyos.
Sus integrantes eran amables y sencillos, e incluso ahora que se veían sometidos a aquella cruel y mortal prueba, aceptaban con estoicismo aquel envite del destino, infundiéndose ánimo mutuamente.
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