Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 174
Capítulo 174:
Un destello brilló en mi mirada al comprender lo que debía hacer para manipular a Marco, lo que me garantizaría el control sobre el trono. Además, mientras Tanya siguiera con vida, él nunca la olvidaría.
Así que, de alguna manera, sus caminos volverían a cruzarse, lo que no presagiaba nada bueno para mí.
Observé con disgusto cómo se lanzaba en persecución de su automóvil con aquella mirada de determinación en sus ardientes ojos azules.
En ese momento, rasgó la atmósfera un rayo y con horrendo estrépito retumbó un trueno.
Se desgajaron las nubes y se desató sobre Marco un diluvio; las gotas de lluvia caían sobre él con furia, como proyectiles, pero no detuvo su carrera.
Afortunadamente, no logró avanzar mucho, pues eventualmente acusó los efectos de la maldición, que se abatió sobre él como una sombra oscura y siniestra.
Observé cómo tropezaba debido al dolor, cayendo de rodillas, y cómo luego se quedaba mirando a un punto inconcreto en la carretera que se extendía ante él.
Su cabello, otrora dorado, ahora estaba oscurecido por la lluvia y apelmazado; ya no quedaban vestigios de su antiguo brillo.
Sus ropas estaban empapadas y las gotas de lluvia escurrían tristemente de ellas. Su habitual orgullo había desaparecido y ya no era el hombre que siempre caminaba erguido y con la frente en alto, aunque las circunstancias fuesen adversas, y que constantemente daba muestras de fortaleza en lo tocante a los asuntos que le concernían.
No obstante, ahora era un hombre fuera de lugar, hecho un desastre.
Parecía perdido, indiferente al torrencial aguacero que lo empapaba.
Nuevamente, la maldición se hizo sentir en la línea plateada que llegaba hasta su hombro, haciéndolo estremecerse y gritar. Por último, se derrumbó en medio de la calle y se desmayó bajo aquel cielo de tormenta.
Punto de vista de Tanya
Las ventanillas del auto, empañadas por la lluvia, reflejaban mi aspecto mientras las lágrimas corrían silenciosamente por mis mejillas. Me abracé a mí misma en un esfuerzo por soportar aquel intenso frío.
Intentaba mostrarme insensible a los dramáticos sucesos de aquel día.
Me arrellané en el asiento trasero del auto; el cansancio me había provocado sueño y me quedé dormida.
Desperté de golpe al sentir que el automóvil se detenía; pensé que habíamos llegado a nuestro destino.
Pero entonces vi algo verdaderamente aterrador.
Presa del pánico, abrí los ojos desmesuradamente al advertir que el conductor se inclinaba hacia mí desde el asiento delantero.
Sus labios dibujaron una sonrisa siniestra mientras extendía su brazo, en cuyo extremo pude apreciar una garra de lobo que se aproximaba a mi cuello.
Aquel ademán demostraba su firme intención de matarme.
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