Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 169
Capítulo 169:
Con un gesto automático tomé el vaso de agua que me ofrecía, pero el agua estaba tan caliente que solté el vaso, el cual cayó al suelo haciéndose añicos.
«Lo siento mucho», me disculpé, y acto seguido me arrodillé para recoger los fragmentos del vaso.
Mientras estaba ocupada en ello, me corté los dedos de una de mis manos, la cual se tiñó de sangre. Lancé un grito de dolor, pero ella no parecía preocupada. Por el contrario, abrió mucho los ojos y se regodeó en mi infortunio.
«No te molestes en limpiar; yo lo haré.
Por favor, ve a ocuparte de curar tu herida», dijo al tiempo que se apresuraba a acompañarme a la salida de la estancia.
Dejé a Lily y, con actitud decidida, avancé por el laberinto de corredores del palacio hasta llegar a la habitación de Marco.
En cuanto me informaron que podría verlo sin correr peligro, me esforcé por ocultar los temores y la desolación que me embargaban, pues no quería revelar mis verdaderos sentimientos.
Era preciso que salvara su vida, pues le había infligido un profundo dolor.
Y aunque ello supusiese cortar de manera definitiva los lazos que nos unían, no vacilaría en hacerlo.
Atravesé en silencio el umbral y, tras observar que estaba completamente despierto, cerré la puerta a mis espaldas.
Su sonrisa cansada no era más que una llama que ardía débilmente, a la cual la angustia que me consumía hacía palidecer.
Sin embargo, conservando la fortaleza, me aproximé a él y me senté en el borde de su cama, feliz de estar junto a él ahora que estaba consciente.
Fue como si hubiéramos estado juntos durante horas, como un par de viejos amigos, hablando de trivialidades, por ejemplo, que sería bueno remodelar la casa, qué le apetecería que le preparara para la cena, si me sentaba mejor el vestido azul o el verde.
Todas estas fruslerías aliviaban ligeramente el inmenso dolor que nos causaba la deprimente situación en la que estábamos envueltos; era como si nos hubiésemos impuesto de manera tácita la norma de no hablar de los grandes problemas que enfrentábamos.
Pese a mi hondo sufrimiento, fui capaz de sonreír y reír mientras charlábamos, pues, como era de esperarse, me sentía muy a gusto en compañía de aquel hombre a quien tanto amaba.
Marco apoyó su brazo en mi muslo, como invitándome a acercarme más a él. Me ofreció la manta y decidí acurrucarme debajo de esta, a su lado.
Debo reconocer que ansiaba verter el torrente de lágrimas que sentía acumularse en mis ojos.
Deseaba abrirle mi corazón para, de alguna manera, hacer que todo marchara mejor.
Pero ello me estaba vedado.
Pensaba amargamente en las drásticas condiciones que Lily me había impuesto; actuaba como un monstruo feroz que no dudaría un instante en devorar mis entrañas si osaba decir una sola palabra que dejara la cruda verdad al descubierto.
Plenamente consciente de aquella amenaza que se cernía sobre mí, me limité a aferrarlo con más fuerza, como si esperara que aquel firme abrazo evitara nuestra separación.
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