Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 102
Capítulo 102:
«No te preocupes, florecilla. La criatura que llevas en tu vientre no sufrirá daño alguno. Puedes estar segura de eso».
Sus tranquilizadoras palabras ejercían un efecto sedante sobre mí, que me provocaba un cómodo aturdimiento. Me recosté relajadamente sobre aquel cuerpo.
Al cabo de un rato, aquella voz irrumpió una vez más en la niebla que envolvía mi cerebro: «Es necesario que comas algo», me instó.
Hice una mueca, sintiéndome demasiado mareada.
Hubo una risilla en respuesta a mi expresión infantil.
«Vamos, florecilla. Necesitas alimentarte».
«¿Cuál es tu comida favorita?»
Lancé un gemido suave, demasiado cansada y febril para pensar con claridad.
«Cuando era pequeña…», murmuré. «Cuando era pequeña, mi tía hacía sándwiches de queso a la parrilla con sopa de tomate casera.»
Suspiré al evocar aquel recuerdo. Hacía años que no los preparaba para mí, pues había dejado de ser digna de la dedicación y el cariño de mi familia cuando se dieron cuenta de que mi loba no se manifestaba. Aunque se habían percatado de que yo era anormal, evocaba con alegría aquellas tardes soleadas que pasaba con mi tía.
Solía dejar que la ayudara con los sándwiches mientras se ocupaba de todo el proceso de preparación de la sopa. Al terminar la cocción, mojábamos el pan y el queso en aquella sopa preparada con suaves especias. Se respiraba en aquella casa un ambiente cálido y acogedor, y el lugar emanaba un olor a hierbas frescas y a pan tostado.
«Era una experiencia… digamos… podría decirse que era una experiencia agradable», susurré antes de quedarme dormida.
No sé cuánto tiempo dormí antes de que un sonido metálico, que se oía en la lejanía, me despertara. Me estiré un poco, tratando de concentrarme en mi entorno.
Yacía sola en la cama, pero podía oír una variedad de ruidos fuertes provenientes de la cocina: estruendos metálicos, chisporroteos y la voz de Marco maldiciendo entre dientes.
Fruncí el ceño ligeramente, pero estaba demasiado débil para levantarme de la cama. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado mientras yacía allí, en ese duermevela.
De golpe, el sonido de unos pasos me hizo prestar atención a mi entorno. Parpadeé un par de veces en un intento por ver con claridad cuando vi a Marco entrar en la habitación, llevando una bandeja de madera rebosante de comida. Sus rizos rubios eran un desastre; parecía que hubiera estado pasándose las manos por el cabello en ademán de frustración, y el sudor perlaba su hermosa frente.
Caminó hasta el borde de la cama y colocó delicadamente la bandeja en mi regazo. Miré la comida sorprendida. Había una taza de té en una esquina de la bandeja y un plato pequeño con un sándwich de queso a la parrilla quemado. Además, había un cuenco lleno de lo que parecía ser una sopa de tomate casera.
Debajo de la sopa había un pedazo de papel arrugado y manchado, y al cabo de un rato comprendí las palabras garabateadas en él. Era una receta escrita a mano por mi tía.
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