Embarazada de una noche con el Alfa -
Capítulo 103
Capítulo 103:
«Vamos, come», me instó, como si fuera una niña.
Obedecí sin chistar. Me observaba con curiosidad mientras yo sumergía la esquina del sándwich en la sopa y le daba un mordisco. Su sabor era…
Muy diferente al de mi tía, pues el queso a la parrilla estaba ligeramente quemado y la sopa estaba demasiado sazonada; pero su sabor era agradable.
Doblée aquel pedazo de papel desgastado y reprimí una sonrisa al ver que había salpicaduras de comida derramadas sobre la receta.
«¿Dónde hallaste esto?», pregunté.
Me arrebató de inmediato el papel y fruncí el ceño al ver las pequeñas marcas de quemaduras en sus dedos mientras guardaba descuidadamente la receta en el bolsillo trasero de su pantalón.
«Tu tía es una señora muy ocupada. Se mostró muy sorprendida al ver a un príncipe licano en su casa, pero insistió en que no tenía tiempo suficiente para cocinar para ti».
Debía haberse transformado en lobo y corrido hasta nuestro pueblo, ubicado en las afueras de la capital, donde habita mi antigua manada.
«¿Así que ella te dio la receta? ¿La preparaste tú mismo?», pregunté.
Asintió con desdén; no conseguía encontrar las palabras adecuadas para agradecerle aquel gesto. Si bien aquella reconfortante comida no podía competir con la que mi tía solía preparar, el hecho de que se hubiera tomado la molestia de preparármela era probablemente lo más dulce que alguien había hecho por mí en toda mi vida.
Profundamente agradecida, comí hasta el último pedazo de aquellas viandas; podría decirse que era la mejor comida que había probado en mi vida.
A medida que pasaban las horas, me mantenía en un incómodo e inquieto duermevela mientras mi cuerpo luchaba contra la fiebre.
Desperté en medio de la noche sintiéndome sedienta y adolorida, y bebí un poco de agua del vaso que reposaba en mi mesita de noche.
Al volverme, me di cuenta de que Marco dormía a mi lado, lo que me hizo sonrojar.
Debía haberse quedado dormido mientras cuidaba de mí.
Me moví ligeramente para mirarlo, cuidando de no despertarlo.
Su aspecto era diferente al que mostraba cuando se había quedado dormido abrazándome durante la luna llena. Yacía de costado, con el rostro vuelto hacia mí. Su respiración era irregular y fruncía fuertemente el ceño.
Afuera, la luna menguante proyectaba una suave luz a través de la ventana, envolviendo sus finos rasgos en un resplandor plateado.
Me confesó que, incluso en las noches ordinarias, la maldición de la luna de sangre lo afectaba, impidiéndole conciliar el sueño. Me rompía el corazón saber que el dolor y las pesadillas lo atormentaban constantemente.
Con actitud vacilante, extendí mi mano hacia su rostro, sosteniéndola a escasos centímetros de él. Pasé las yemas de mis dedos suavemente por su frente y noté que ya no fruncía el ceño. Al sentir el suave contacto de mi mano, su expresión cambió.
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