Capítulo 31:

“¿Qué te sucede?”, me pregunto desde su escritorio, sin pensarlo más me levante y me pare frente a su escritorio.

“¿Alguna vez has ido a conocer los padres de tu novio?”, pregunte un poco preocupada, ella pareció pensarlo unos segundos y luego asintió

“¿Qué se supone que tendría que hacer?”

“Bueno, fue un día muy lindo, sus padres fueron muy amables conmigo, no es la gran cosa, solo tienes que ser tu misma y dar tu mejor impresión”, dijo Carolina sonriéndome.

“Leonardo quiere que conozca sus padres hoy”, dije haciendo que ella abriera los ojos muy sorprendida.

“No puede ser”, dijo muy sorprendida y a la misma vez emocionada

“¿Crees que te quiera pedir matrimonio?”

“Por supuesto que no”, dije riendo

“Solamente conoceré a sus padres”.

“Eres una chica muy amable y linda, no creo que tengas ningún problema con sus padres”, dijo ella sonriéndome.

“Me da un poco de vergüenza si se dan cuenta que jamás fui a la universidad”, dije un poco triste.

“Olivia, hay muchas personas que ni siquiera fueron alguna vez a la universidad y son las personas más exitosas y millonarias del mundo, que no hayas ido a la universidad no significa que valgas menos”, dijo cruzándose de brazos

“Eres una mujer muy inteligente, recuerda eso siempre”.

“Gracias Carolina”, dije abrazándola

“Te quiero mucho”.

“Yo también te quiero pequeña”, dijo sonriéndome.

Carolina y yo seguimos con nuestro trabajo, aunque yo escribía en la computadora algunos datos que debía archivar mi mente no paraba de pensar en los padres de Leonardo.

¿De verdad les agradaría mi presencia en su casa o dirían que no soy una buena mujer para su hijo?

Cuando fue la hora del almuerzo Leonardo salió de su oficina y me pregunto si estaba lista, yo asentí y tomamos el ascensor hacia el sótano en donde estaba su auto.

De camino a casa de los padres de Leonardo ni siquiera fui capaz de sacarle conversación a él, estaba tan nerviosa mis manos sudaban y estaban muy heladas, de repente la cálida mano de Leonardo tomo la mía y la empezó a acariciar delicadamente mientras que con la otro mano sostenía el volante.

“Estás muy helada”, dijo mirándome de reojo mientras seguía manejando.

“Creo que son los nervios”, dije haciendo que él sonriera de lado.

“¿Así estabas de nerviosa el día que me conociste?”, pregunto.

“No”, dije haciendo que él frenara de golpe cuando justamente habíamos llegado a un semáforo

“¿Qué?”, dije riendo.

“Pensé que estabas ansiosa por conocerme ese día, de hecho, por esa razón es que ese día iba manejando tan rápido para conocerte y bueno ya sabes que sucedió con mi carro y tu ropa”, dijo riendo por lo bajo.

“¿Por qué querías conocerme?”, pregunte curiosa.

Él miro mi rostro y pareció analizarme por unos segundos, e hizo una media sonrisa.

“Si te digo sonaré como un loco psicópata”, dijo riendo y acelerando de nuevo cuando el semáforo se puso en verde.

“¿Qué sucede?”, pregunte curiosa, pero él ya no dijo nada

“Leonardo”, dije moviendo su hombro para molestarlo y que me dijera, él solo empezó a reír.

“Pareces una niña pequeña”, dijo riendo.

“No es cierto”, dije cruzándome de brazos, él me miro de reojo y solo hizo una media sonrisa.

“¿Enserio? Con ese puchero pareces una niña pequeña haciendo un berrinche”, dijo riendo.

“Bien, no me digas”, dije ignorándolo, me giré un poco para solo ver la ventanilla del auto.

“¿Te enojaste?”, pregunto, pero yo no le respondí

“¿Olivia?”

Lo seguí ignorando

“Amor”, dijo haciendo que me sonrojara un poco

Él sabía perfectamente que mis mejillas siempre se sonrojaban cuando me llamaba de esa forma

“Amor”, dijo tratando de hacer cosquillas en el estómago, yo solo me moví un poco para que no me pudiera tocar

“Amor”, dijo haciéndome más cosquillas haciendo que yo riera.

“No estoy enojada”, dije riendo.

Pocos minutos después se estaciono frente a un gran pent-house, toco el timbre del edificio y a los pocos segundos las puertas se abrieron automáticamente, en el pasillo nos recibió una mujer uniformada que era la ama de llaves.

“Buenas tardes, Señor Spinter”, dijo al verlo a él, ella luego me miro a mí y sonrió

“Buenas tardes, Señorita Baldinelli”, dijo amablemente.

La mire sorprendida, ella ya sabe mi nombre.

“Buenas tardes”, le respondí.

“Buenas tardes, señora Adams ¿Sabe dónde están mis padres?”, pregunto Leonardo.

“Su padre está en la biblioteca leyendo y su madre está en su habitación arreglándose”, respondió la Señora Adams amablemente.

“Gracias”, dijo Leonardo, él tomo mi mano y empezamos a caminar juntos por el pasillo que llevaba hacia la biblioteca.

El pent-house tenía un estilo gótico clásico, por un momento sentí que me transporte muchos siglos atrás, realmente me gustaba este estilo, solo lo había visto en películas, pero siempre dije que me habría gustado vivir en una casa con este estilo.

Cuando entramos a la biblioteca encontrábamos a un hombre de tez clara y cabello completamente grisáceo, tenía un libro entre sus manos y leía muy concentrado, de vez en cuando acomodaba sus gafas.

“Hola padre”, dijo Leonardo rompiendo la burbuja de concentración que tenía su padre.

“Hola, al fin llegaron”, dijo sonriéndonos ampliamente a ambos

“Tú debes Olivia”, dijo acercándose a mí y extendiendo su mano.

“Es un gusto conocerlo Señor Spinter”, dije tomando su mano.

“Puedes decirme Collin”, dijo y yo asentí

“Creo que mi hijo heredo mis gustos por la mujeres, eres una mujer muy linda y elegante Olivia”, dijo sonriéndome, Leonardo empezó a reír.

“Sin duda alguna padre”, dijo Leonardo.

“¡Leonardo!”, dijo la voz de una mujer entrando a la biblioteca, ella lo abrazo y lo beso en la mejilla

“¡Olivia querida!”, dijo la madre de Leonardo corriendo a abrazarme.

Ella me abrazo cálidamente y me sonrió.

“Eres muy hermosa”, dijo sonriéndome.

“Gracias”, dije sonriéndole.

“Usted también es muy hermosa”.

“Ya sabes de donde saco lo atractivo mi hijo”, dijo guiñándome un ojo haciendo que todos riéramos.

Era cierto, la madre de Leonardo es muy hermosa, de tez clara, ojos azules, labios rosas naturales, unas largas pestañas y cabello rubio.

Era una mujer de baja estatura al igual que yo, todo lo contrario, a Collin y Leonardo.

“Puedes llamarme Marianne”, dijo con una cálida sonrisa.

Después de eso todos pasamos al comedor en donde nos sirvieron un rico almuerzo.

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