Capítulo 96:

Tomó mi cara, me atrajo hacia él, acercando su frente a la mía y me estrechó íntimamente. Nuestras respiraciones se mezclaron con el aire frío y fui muy consciente de lo peligrosamente cerca que estábamos: un centímetro más y me besaría. Me sentía cansada y, de algún modo, vulnerable por reaccionar a su toque.

“Cuando mi madre esté instalada en la enfermería, tenemos que hablar. Tenemos que resolver esto y reconciliarnos. Te extrañé más de lo que te imaginas, Lorey. Nunca volveré a dejarte ir”, sus ojos se desviaron hacia mis labios y aquella locura abrumadora, que casi me mataba, me instaba a inclinarme y tomar lo que él estaba considerando hacer.

Mis labios se separaron un poco cuando el deseo se apoderó de mí con fervor. No fui capaz de retroceder cuando me atrapó con su aliento. Su toque me puso la piel de gallina, la profundidad de su voz hizo que pareciera como si no existiera nadie a nuestro alrededor.

Me sentí tan débil que casi me fundí con él. Mi pelvis y la parte interna de mis muslos se calentaron hasta convertirse en lava fundida al sentir su contacto, por lo que casi tuve que apretar mis rodillas para ganar algo de control.

La neblina se acercaba, y supuse que ya empezaba a alterar mi libido, o tal vez siempre había sido solo él y yo seguía siendo una tonta debilucha cuando se trataba de ese hombre.

Más cuando me tomaba desprevenida y demasiado adormilada como para pensar con claridad. Era tan fácil ceder cuando aquello se sentía tan bien. Sin embargo, me contuve y finalmente reuní fuerzas para apartarme, cubriendo su mano con la mía y alejándola de mi cara.

“Colton…”, empecé a rebatirlo, pero no me soltó tan fácilmente como me había bajado.

“No podemos ignorar lo que sentimos. Estamos hechos el uno para el otro”, había una pizca de desesperación en su desgarrador tono, el cual reflejaba mis sentimientos.

Su mandíbula se tensó y se contrajo resaltando esos irresistibles hoyuelos mientras sus cejas fruncidas realzaban su cara de niño bonito.

Él se acercó más y me costó respirar cuando inundó mis sentidos. Sin embargo, despertó mi mecanismo de autodefensa, lo que me instó a alejarme antes de que volviera a paralizarme. Coloqué mis manos entre nosotros y lo empujé con fuerza suficiente como para que me soltara.

“¿Por qué no? Tú lo hiciste”, espete, retrocediendo con frialdad, mientras su agarre se aflojaba y el dolor y arrepentimiento se hacían evidentes en aquel rostro impecable.

Aquello me afectó, hiriendo mi corazón como una afilada puñalada, pero no flaqueé, reprimí mi dolor y mi agonía negándome a quebrarme. Si creía que podía vincularse con otra y tener una amante para no tener que vivir con ese error, podía irse al infierno.

No iba a ser un sucio secreto que tenía que robar algunos momentos a su lado, para luego compartirlo, solo porque él no había conseguido romper nuestro vínculo al unirse a otra. Yo no iba a hacer eso, no importa cuánto lo extrañara, o lo mucho que lo amara.

Me respetaba a mí misma y no iba a ser uno de esos lobos que se deshonraban cometiendo adulterio con un lobo enlazado, aunque nosotros fuéramos una pareja predestinada.

Él rompió esto, no yo. Él tomó su decisión, sin importar sus razones. Esto no podía deshacerse,

“Estás enfadada, herida, y molesta… todo es válido, y entiendo el porqué. Si necesitas tiempo para perdonarme, entonces no iré a ninguna parte. No voy a rendirme. Te necesito, y me ganaré tu perdón, cueste lo que cueste”, respondió con seriedad, con un semblante amable, en modo chico guapo universitario, y yo lo rechacé.

Lo ignoré, tratando de olvidar las palabras que me herían profundamente. Me di la vuelta para alejarme, pero él tomó mi muñeca y me detuvo en seco. Me jaló ligeramente y eso encendió aún más mi furia. Ahí estaba, ese toque abrasador que se inventó para torturarme por ser al mismo tiempo la mejor y la peor sensación del mundo.

Ese temperamento burbujeante se apoderó de la boca de mi estómago, pero antes de que pudiera girarme para decirle que se apartara, mis pensamientos se vieron interrumpidos por una distracción de alto voltaje.

“¡Chica!”, Meadow apareció saltando de la nada, abalanzándose sobre mí como una leona sobre su presa, como un tren de carga y un tornado a la vez, interponiéndose entre nosotros.

Ella me levantó del suelo con un abrazo de oso que me aturdió momentáneamente y me hizo girar con una fuerza alarmante como para tratarse de una chica más bajita que yo.

“Dios mío, niña, te extrañé”, exclamó.

Me asfixió con su amor latino, apretándome de tal manera que mis costillas casi se rompieron por la presión y luego me bajó.

Tomó mi cara con una fuerza demencial y empezó a besarme por todo el rostro, mejillas, nariz y frente, como una agobiante madre. Era como un bombardeo furioso y rápido que no me daba ni un segundo para contraatacar.

Yo solo pude cerrar los ojos, arrugar la cara para proteger mis pobres facciones y aceptar esta emboscada mientras intentaba desenganchar sus dedos de mis mejillas antes de que me dejara moratones. Ella era fuerte y persistente al momento de brindarme su muy agresivo afecto.

“Mead… ddd… oowww”, intenté zafarme de aquellas zarpas y del ataque de lápiz labial que me manchaba la cara, riéndome a carcajadas por su ridiculez, pero ella era implacable.

Cuando finalmente estuve segura de que cada centímetro de mi cara estaba manchado del rojo de sus labios, me soltó.

“Dios mío, mi niña, ha vuelto a mi lado. Ahora puedo morir feliz, sabiendo que mi chica está en casa”, ella estaba siendo demasiado dramática y su acento era más marcado que de costumbre debido a la oleada de emociones que estaba derrochando.

Seguía abrazándome, pero tenía que decir que el sentimiento era mutuo.

Nunca me había alegrado tanto de ver a otra mujer en mi vida.

Me lancé sobre ella para darle un segundo abrazo, esta vez uno en el que realmente pudiera participar.

Me estrujó una vez más, así que pude rodearla con mis brazos.

Me di cuenta de que Colton se había alejado, ya que mi corazón se liberó de su invasiva presencia. Un rápido vistazo me indicó que se encontraba en la parte trasera, moviéndola cama de su madre mientras los miembros de la manada acudían en su ayuda.

Se oían murmullos mientras la gente descubría quién estaba saliendo de la camioneta. Podía escucharlos esparciéndose entre la manada al tiempo que el ambiente se cargaba de conmoción y excitación.

Pude ver como algunos sacaban las máquinas, el gabinete y colocaban unas rampas. Allí había gran actividad, mientras el doctor hablaba por encima del estruendo, dando órdenes a su nuevo grupo de ayudantes.

“Déjame mirarte”, Meadow atrajo de nuevo mi atención.

Me empujó hasta ponerme a un brazo de distancia y, aunque estaba oscuro, las luces de la casa, enorme y alta, se alzaban frente a nosotras iluminando la zona lo suficiente como para que pudiéramos vernos con claridad. Esa era la luz que me había lastimado los ojos al despertar.

“Te ves muy bien, muy saludable, te ha crecido el cabello, estás perdiendo tu cara de cachorrito y… ¡Oh, Dios! ¿Qué llevas puesto?”, expresó.

Su cara y su tono decayeron cuando sus ojos recorrieron de arriba abajo mi atuendo dejándola boquiabierta. Su expresión de asco me hizo reír.

“¡Ropa para escapar!”, respondí.

Me encogí de hombros bajo su escrutinio, divertida con la forma en que ahora sujetaba la manga de mi sudadera, entre dos uñas como si fuera un trapo antihigiénico, y la soltaba para luego frotarse con las yemas de los dedos como si quisiera quitarse la mugre. Yo no estaba sucia, pero ella negaba con la cabeza, su reacción no tenía precio.

“¿Por qué sigues dejando que ese chico elija tu ropa, eh? No se ve bien. Colton no tiene gusto cuando se trata de cosas femeninas. O sea, salió con Carmen durante dos años, eso lo dice todo, chica”,  dice Meadow y meneó la cabeza de un lado a otro agitando una puntiaguda uña roja en el aire mientras yo soltaba una carcajada involuntaria. A veces era tan cabrona; la adoraba.

“El no… me vistió, quiero decir. Me encontró así. Es todo lo que tenía a mano”, miré hacia abajo tirando un poco de mi sudadera gris mientras contemplaba mi vestimenta holgada y mis grandes botas, no estaba tan mal como ella decía.

“Tenemos que remediarlo. Una vez que nuestra Luna esté dentro y cómoda, tú y yo, tenemos que quemar esto. Quizá enterrarlo y realizar algún tipo de funeral”, tiró de mi dobladillo y luego pasó sus manos por mi cabello para apartarlo de mi cara y atraerme hacia ella.

“Te ves diferente aunque… como si solo te hubieras ido por unas semanas, pero has madurado. Estás preciosa y menos angustiada. Mi bebé creció tan rápido”, era una perspectiva perspicaz, pero tenía razón.

Estas últimas semanas sentí que había madurado un poco. Definitivamente había crecido como persona, de maneras sutiles, sabía que me había deshecho de mi grasa de cachorro al estar ahí fuera en la naturaleza.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar