El destino de la huerfana -
Capítulo 91
Capítulo 91:
“¿Él…? Acerca de él, quienquiera que sea, lo que sea que sea para ti, ¡Lo voy a joder!”, replica en un violento arrebato de celos, el cual es alimentado por una ira repentina y abrasadora que incluso yo puedo sentir fluyendo de él cuando salta hacia mí; se coloca tan cerca que siento que se cierne sobre mí.
Acerca su nariz a la mía, sus ojos brillan con intensidad y yo le doy una palmada en el abdomen.
“No, no lo harás, maldita sea. Deja de ser un idiota. Solo cállate y quítate del camino”, lo empujo de nuevo, pero esta vez no se mueve.
Evidentemente, su mal humor es peor que el mío y él se mantiene firme en su lugar, tan intimidante como siempre, justo enfrente de mi cara. Me dirige un gruñido grave de lobo.
“¡Eres mía! No perteneces a nadie más y si tengo que vencer a un imbécil que piensa que puede cambiar eso, entonces lo haré. Tú y yo no hemos terminado y él está a punto de enterarse. No estoy jugando, Lorey. Mataré a ese hijo de p%ta donde sea que esté”, nunca lo había visto así. Casi puedo saborear la furia que emana de cada poro.
Pierde un poco el control y sus dientes comienzan a asomarse. Solo lo estoy haciendo enojar y así no puedo presentárselo al doctor o mostrarle a su madre. Incluso yo siento una pizca de miedo y creo que tal vez llevé este asunto del otro hombre un poco lejos.
Necesito calmar las cosas y no dejarme provocar, aunque su declaración me da ganas de arrancarle la garganta. Esto no ayuda a ninguno de nosotros.
“No soy tuya, así que no tienes derecho a hacer ningún tipo de amenazas. Ya no. Ya basta, No es lo que piensas, solo tienes que calmarte y no asustarlo. Es humano, y él no es la razón por la que te pedí que vinieras”, hago retroceder un poco de mi ira, suavizo mi voz lo mejor que puedo, a pesar del constante dolor interno, y me recuerdo que no debo dejar que ablande mi estúpido corazón.
Agarro la orilla de la sudadera con capucha negra de Colton y lo jalo para que venga conmigo; en lugar de intentar pasarlo, cambio de táctica. Me giro y me dirijo hacia la parte de atrás del camión.
Tiro de él cuando obstinadamente se queda quieto, resistiéndose por un momento; luego cede y me sigue. La agresión y el dolor que emanan de él me ponen tensa. Golpeo la puerta trasera del camión para que el médico sepa que regresé, Escucho que abre la cerradura.
Colton se eriza al instante, casi siento que está listo para pelear porque estamos a punto de encontrarnos frente a un tipo que considera una amenaza para nuestro vínculo de pareja; así de ridículo está siendo. La puerta se abre.
También me preparo, en caso de que tenga que intervenir y defender al doctor del ataque de un lobo enojado; estoy lista para enfrentar a Colton y salvar la vida del doctor; después de todo, se lo debo.
El doctor asoma la cabeza con cautela; aparentemente escuchó nuestra conversación. Su palidez lo hace casi brillar en la oscuridad y tiene una expresión de preocupación.
Abre la puerta lo suficiente para sacar la cabeza y los hombros. Colton pasa de ser una máquina letal a adoptar una expresión desconcertada en segundos. Lo mira y luego a mí, y viceversa, mientras todo tipo de gestos confusos pasan por su rostro.
“Doctor, ¿Eh…?”, parece buscar en su memoria y mira al doctor como si no pudiera creer lo que está viendo. Trata de recordar su nombre.
La necesidad hostil y celosa de mutilarlo muere al instante, cuando se da cuenta de que no hay manera de que yo esté buscando emparejarme con alguien mayor que mis padres. Siento que esas emociones desaparecen y experimento una oleada de alivio.
Mi ira se evapora y me doy cuenta de que la mitad del tiempo ni siquiera puedo distinguir su estado de ánimo del mío, ya que reaccionamos a lo que siente el otro. Mi agresión se desvanece como si me hubieran rociado con agua fría durante una ola de calor.
“Ahh, querido muchacho, te acuerdas de mí. Ya eres todo un adulto y estás bastante fornido. Eres muy alto para ser un Santo. Vaya, ciertamente te fortaleciste un poco, ¿no? Mira esos hombros. Apuesto a que puedes hacer pesas con diez Aloras en un mal día. ¡Qué espécimen!”, el doctor usa su habitual balbuceo inapropiado para calmar una situación que de otro modo sería incómoda.
Yo empujo a Colton a un lado y abro la puerta por completo. Estoy impaciente por arrancarme la curita y mostrarle para qué lo trajimos aquí.
“Con permiso”, le digo amablemente al doctor para que me deje pasar y no oculte a la vista lo que hay en el camión.
Se hace a un lado arrastrando los pies. Comienzo a subir los escalones y Colton pone las manos en mi cintura, sujetándome con suavidad, y me empuja hasta arriba. Me irrita que piense que necesito su ayuda, como si fuera una niña débil que no sobrevivió sola en el desierto durante semanas.
Sin embargo, me duele el corazón porque él todavía, incluso enojado y confundido, quiere cuidarme. Dios, a veces lo odio.
“Colton, ven”, ordeno, sabiendo que el interior del camión está completamente oscuro y él no tiene idea de quién está adentro.
Sube y su visión nocturna se activa. Dudo que reconozca su olor ya que ha pasado mucho tiempo, y ella huele casi como un humano debido a que no se convirtió durante una década.
Él no me cuestiona, solo salta sin esfuerzo detrás de mí, sigilosamente, y me sigue tan de cerca que su cuerpo me toca por detrás y sé que es deliberado. En él puedo sentir el anhelo y el dolor de volver a estar cerca de mí, casi tanto como están creciendo en mí cuando me toca.
Estoy consciente de su proximidad, como una palpitación en el aire que nos rodea, y me siento extremadamente sensible a su energía.
Me olvido de eso al percatarme de que me está mirando y no ve hacia adelante. Puedo sentir su aliento sobre mi nuca, claramente reclamando su derecho sobre mí. El concepto de espacio personal no está en su vocabulario en este momento.
Está en modo lobo y actúa como un macho confundido. Está muy cerca, con una actitud posesiva, prácticamente presionándose hacia mí como si fuera la hembra con la que claramente quiere aparearse.
Es un poco desconcertante que se esté comportando tan raro, pero lo entiendo… lo dejé.
Yo sabía dónde estaba y tenía el control, así que nunca sentí el dolor frenético de la pérdida. Sabía dónde estaba él y podría haberlo visto si hubiera necesitado y querido. Él no tuvo nada de eso.
Solo tuvo silencio. No tenía idea de a qué parte del mundo me fui y no sabía si estaba bien, así que supongo que es por eso que parece un poco agitado y enloquecido, como un lobo.
El instinto del vínculo, que lo impulsa a protegerme, debe haberlo vuelto loco estas últimas semanas. Hasta ahora no había pensado en cómo lo hizo sentir mi partida, en la impotencia; especialmente si hubiera podido sentir mi miedo, mi pánico, mi tristeza, por todo lo que pase.
Su instinto de lobo lo obliga a ir tras de mí y convencerme de que lo necesito y lo quiero a mi lado; es un impulso primario y agresivo que lo lleva a estar con su pareja y matar a cualquiera que se le acerque.
Normalmente, el ser humano en nosotros contrarresta eso mucho mejor de lo que él lo hace, pero supongo que puedo dejarlo pasar durante los primeros momentos de esta reunión. Mi olor debe estarlo afectando de modo insoportable, y el suyo se me mete debajo de la piel y me vuelve loca. Hago uso de toda mi fuerza de voluntad para no girarme y abrazarlo.
Camino unos pasos para poner distancia entre nosotros, pero sin éxito. Él choca constantemente contra mí en el trayecto, de una manera casi claustrofóbica. Me detengo cuando sé que estamos hasta adentro y estiro las manos.
Siento su rostro sobre el mío. Tomo su barbilla detrás de mí, estiro el brazo un poco y la levanto para que mire directamente a la esquina donde yace Sierra. Todos sus sentidos están concentrados en mí, por lo que ni siquiera se ha percatado de que ella está aquí, que hay alguien más.
Hay una pausa. Siento que el corazón se le detiene e inhala. Siento todo lo que sale de él, lo que hace que mis propias emociones se desvanezcan. Su actitud cambia: antes tenía una actitud loca, posesiva y hormonal; ahora está confundido al no saber qué está pasando. Luego parece impactado.
Colton da un paso y me libera de su presencia; su atención está concentrada en la cama en la oscuridad. Va hacia allá con rapidez, para ver quién está en la penumbra.
El doctor parece estar dando vueltas y se las arregla para encender algo que ilumina la parte trasera del camión. Yo me concentro en Colton, quien se desliza al lado de su madre, toma su mano con cuidado y casi jadea debido a la impresión.
Se inclina, haciéndola parecer tan pequeña en comparación, y acaricia suavemente su mano pálida con el pulgar, con toda la ternura de un niño dulce enamorado de la mamá que ha añorado durante años.
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