Capítulo 90:

No entiendo por qué quiere que hagamos eso.

“¡Deténganse!”.

Es una orden mordaz, no una petición, sin rastro de cortesía o una explicación; es ese tono mandón, arrogante, gruñón, que denota que está enojado y que deja ver su lado alfa. Me pregunto qué diablos le está pasando.

Pasó de estar aparentemente tranquilo y ser razonable a convertirse en un idiota en una milésima de segundo, solo porque lo cuestioné. Tal vez, después de todo, es como su padre. Esto me provoca el deseo inamovible de decirle a dónde puede irse, revive mi rabia y giro la cabeza hacia el doctor de mala gana.

“Nuestro señor y comandante dice que nos detengamos. Obviamente tiene alguna razón y no parece que esté de humor para discutir sobre eso”, sueno como una niña petulante, pongo los ojos en blanco y muevo la mano hacia los vehículos que se aproximan.

El doctor levanta una ceja y luego frunce el ceño.

“Es mejor no desobedecer a un alfa furioso en desarrollo. Si se parece a su madre, diría que es mejor aceptar su petición y preguntar después”, dice el doctor.

Es una postura casi sumisa, pero el doctor parece agotado y tal vez en este momento necesita un comandante más que yo. El médico se detiene de inmediato a un lado de la carretera. Espera y observa mientras los vehículos reducen la distancia entre nosotros y la tensión se vuelve insoportable.

“Revisaré rápidamente a Sierra, me aseguraré de que todavía esté entubada y que todo esté conectado”, se levanta y va a la parte trasera del camión.

Exhala y se estira con alivio cuando puede ponerse de pie. Lo observo por un momento, pero la ansiedad que experimento al sentir a Colton acercándose casi me hace explotar.

“Necesito aire”, digo, abro mi puerta, salto y grito.

Me abruma la repentina y pesada tensión de verlo de nuevo, y las crecientes llamaradas de mal humor y reproches causadas porque se está comportando como un idiota y lo odio. Es difícil dejar de lado lo de Carmen cuando voy a encontrarme cara a cara con el imbécil infiel una vez más.

De él esperaba indicaciones amables, no órdenes maliciosas y agresión. Mis emociones turbulentas me están ahogando y, de repente, una nueva energía recorre mis extremidades. No puedo quedarme sentada tranquilamente.

Esperar a que se acerque es como aguardar a que un tornado golpee tu casa, aun sabiendo que habrá una matanza. Colton es el tornado y mi corazón es mi hogar; no tengo oportunidad.

Cuando el primer vehículo se acerca y desaparece detrás de nuestro vehículo, pierdo los estribos por completo, me giro y camino hacia la parte trasera del camión en la oscuridad, para recuperar el aliento y dar un paseo; solo unos segundos para poder centrarme de nuevo.

Necesito un poco de valor holandés y controlar mi estado de ánimo antes del reencuentro con él. Inhalo y exhalo con fuerza. Escucho puertas abriéndose y cerrándose, y pasos, y sé que solo debería hacerlo: enfréntalo, camina directamente hacia él.

Salgo de detrás del camión, camino y doblo por el costado para dirigirme a la puerta del doctor. Con un caos en la cabeza y la mirada en el suelo, mientras mi vista se ajusta a la oscuridad, observo dónde piso.

Doy de bruces contra una figura excepcionalmente grande vestida de negro. Aúllo por la colisión. No estoy herida, solo me quedo sin aliento y mi corazón da un vuelco, que hace que mis piernas se debiliten y mi interior se tambalee por la sorpresa.

“¿Lorey?”, escucho la voz de Colton; es casi un susurro entrecortado. Yo salto hacia atrás y lo miro con los ojos muy abiertos, muda.

Simplemente nos quedamos de pie, mirándonos durante un segundo sumamente pesado, largo y tenso; están pasando muchas cosas en este momento. Luego se tambalea hacia adelante y queda parcialmente en la sombra, por lo que no puedo ver bien su rostro.

Me agarra de la muñeca y tira de mí con fuerza. No tengo la oportunidad de reaccionar, o retroceder, porque todo lo que veo es un destello ámbar de sus ojos, en un rostro oscurecido.

Luego me envuelve completamente con sus brazos fuertes y me estruja contra su cuerpo duro y caliente; esto me hace sentir pequeña y valiosa. Me aprieta con fuerza, y soy incapaz de resistir la forma en que lo hace.

La intensidad de su abrazo me deja sin aliento. Él me envuelve por completo y hunde su rostro en mi cuello, cómodamente, dejando claro cuán perfectamente se amolda a mí.

Me quita casi todo el aire con la fuerza de su abrazo y no hay ni una sola parte de mí que no esté pegada a él. Su aliento me hace cosquillas en la piel mientras se abre paso por el escote de mi suéter. Me aturde la velocidad con la que me absorbe su cuerpo.

No voy a mentir y decir que no me hizo olvidar momentáneamente todo, excepto cómo se siente, lo delicioso que huele y lo bien que se siente que me toque.

Desgraciadamente es así. Me derrito, mi cabeza se nubla con esta necesidad de dejar que me abrace, y tengo que tragarme la abrumadora oleada de emoción que hace que mi ritmo cardíaco se acelere y mi respiración se vuelva entrecortada. Contengo las lágrimas y asoma mi debilidad, la cual me insta a corresponderle el abrazo y decirle cuánto lo extrañé.

Me aprieta y sus brazos se envuelven con fuerza alrededor de mi tronco y mi cintura, una mano se posa en mi nuca, debajo del cabello, sujetándome. Presiono su rostro contra el mío y quedamos mejilla con mejilla.

Su nariz roza mi hombro y lo escucho, o más bien lo siento, inhalar y exhalar con el mismo profundo alivio que yo, con la gran alegría de encontrar por fin un hogar y hundirse en él de forma agradable. Saboreo estos pocos segundos, pues finalmente tengo lo que he anhelado y necesitado durante semanas.

Casi cedo. Mis miembros anhelan enroscarse alrededor de su cuerpo para perderme en todo lo bueno que hay en él.

Estoy atrapada en la embriagadora sensación de estar otra vez en sus brazos, como un ratón atrapado en el abrazo de una serpiente, sin esperanza de escapar. Casi me desvanezco en la nada.

Siento un hormigueo, cálidas oleadas internas, mariposas y la sensación de pertenecer allí, cuando algo mentalmente me golpea en la cara y me recuerda lo mi%rda que es, la expresión de suficiencia de Carmen y el dolor que sentí durante cuatro días después de dejarlo.

Lo empujo con un poco más de fuerza de la que estoy acostumbrada, conjurando una oleada de ira intensa que sale disparada a toda velocidad y lo golpea en el abdomen, con tanta fuerza que se tambalea hacia atrás.

Abre los brazos para estabilizarse y logra mantenerse erguido, pero es obvio que lo saqué de balance. En su mirada hay conmoción, porque pude quitármelo de encima y casi lo aviento sobre su trasero; y esto se debía a la oleada de agresión que experimenté cuando pensó que podía acurrucarse conmigo.

No olvido rápidamente que el imbécil traidor tiene una compañera por ahí, quien no estaría muy contenta de ver cómo se está comportando con otra mujer, incluso si yo fui su compañera predestinada.

“¡No me toques! ¿Quién diablos crees que eres? ¿Piensas que puedes simplemente gritarme, exigir y luego venir a abrazarme así? Como si no tuvieras un montón de mi%rda por la cual disculparte”, la furia se acumula dentro de mí, anhelando ser liberada.

En sus ojos se enciende un fuego lento, como dos faros naranjas y aterradores en la completa oscuridad. Casi puedo sentir que los míos arden en respuesta y se siente bien dejar que mi lobo interior se asome de nuevo.

“¿Estás bromeando? ¿Sabes por cuánta mi%rda pasé durante semanas tratando de encontrarte? ¿Y así es como me lo agradeces? ¡Me pediste que viniera y estoy muy feliz de verte! Discúlpame por querer tocarte porque eres en todo lo que he pensado durante semanas”, contesta.

Mi ira parece alimentar la suya, y en lugar de confesiones de amor y disculpas, me recibe Colton, el imbécil.

A veces olvido que es un Santo, y entonces él aparece y me recuerda lo arrogante e idiota que es todo ese linaje.

“Yo no te pedí que me buscaras, así que no empiezas con esa basura. Tú… tú eres la razón por la que me fui, así que no, no te debo las gracias y no me importa una mi%rda lo que hayas sufrido mientras tanto. Ya no puedes tocarme. Ahora cállate y déjame pasar. ¡Tengo que decirle a él que estás aquí! Probablemente esté escondido en la parte de atrás, preguntándose qué diablos está pasando”, le digo.

Intento pasar junto a él, para dirigirme a la parte delantera de la camioneta, pero se acerca a mí y me bloquea el paso, así que choco contra su pecho y tengo que retroceder. Adopta una actitud agresiva y se eleva sobre mí de manera amenazante.

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