Capítulo 89:

‘Prométeme que volverás a vincularte en el momento en que llegues a la ruta. Detesto esa mi%rda de que no puedo contactarte; no debería ser así. No me importa qué o quién es… te amo, carajo, y nada cambia eso’, dice.

Esa parte me sorprende, especialmente la voz áspera con la que me lo dice, como si fuera una amenaza y no una declaración de amor; es un arranque de celos que no puede controlar, y el cual enciende los míos y mi necesidad de responderle con brusquedad.

‘Me amas tanto que marcaste a Carmen, ¿No?’, me atraganto y me desvinculo sin responderle; corto la comunicación antes de que pierda los estribos con él y comprometa nuestro camino hacia un lugar seguro.

Mi rabia se enciende cada vez que pienso en los cuatro días después de que me fui, y en su innegable traición. Él nos traicionó. No es algo que pueda olvidar o perdonar.

Esto tiene el efecto deseado; arranca mi mente de la obsesión y el enamoramiento; y en lugar de anhelos débiles y empalagosos, ahora quiero arrancarle la cabeza por ser un idiota posesivo que piensa que todavía tiene algún derecho sobre mí, por maldecirme cuando debería estarse arrastrando ante mí.

“¡Ah! ¡El muy desvergonzado dice que él no está enojado conmigo!”, exclamo, sobresaltando al pobre doctor; el susto casi lo hace desviarnos hacia un arbusto.

“¿Sabes qué? Debería estar más preocupado por lo enojada que estoy yo con él y debería estar asustado, ¡porque soy yo quien lo hará pedazos cuando lo vea! Yo debería maldecirlo a él, y tendría que defenderse de mi hostilidad, ¡No al revés!”.

El médico se lleva la palma de la mano al pecho, como si tratara de calmar la taquicardia que le causé, me dirige una sonrisa preocupada y un destello de confusión cruza sus rasgos.

“¿Entonces fue una buena conversación?”.

Frunzo el ceño de manera sombría.  No estoy impresionada, Mi respiración se vuelve entrecortada y áspera y mi mal humor empeora. Creo que es un efecto secundario de contener la ansiedad mientras estaba conectada, y ahora se rompió el dique.

“¡El me ama, bah…! Y no le importa con quién estoy; como si tuviera algo que decir al respecto. Me obligó a irme y luego, antes de que pasara una semana, ya tenía a una p%ta z%rra en su cama ¡Y realizaba el marcaje que debió haber sido conmigo! Ahhh. ¿Convenientemente olvidó todo eso? ¡Es un tonto y un hipócrita condescendiente!”, me estoy desahogando, pues me alteró nuestra interacción, y estoy irritada por las razones más estúpidas.

Despotrico contra él como una especie de respuesta emocional, y rezumo furia, así que empiezo a retorcerme en mi asiento como una maníaca agitando las manos y pateando el tablero.

“¿Ahora qué?”, el doctor se frota la cabeza y me lanza una mirada. Luego ve el camino y se esfuerza por encontrarle sentido a mis desvaríos.

“¿Sabes qué? Si no necesitara a ese idiota por el bien de Sierra, él podría despedirse de mí y acostumbrarse al hecho de que no estaré en su futuro. No hay posibilidad de que vuelva; y ¿sabes lo que tuvo el descaro de decir? ¿Lo sabes?”, le grito al pobre doctor. El niega con la cabeza, con los ojos muy abiertos, y medio se encoge de hombros.

“No me gustaría arriesgarme a adivinar, pero supongo que algo que te tocó un nervio… o diez”, es una respuesta medio sarcástica pero cautelosa.

Esboza una sonrisa débil.

“Dijo, ‘Detesto no poder contactarte, y no debería ser así’”, imito el acento de Cole en un tono masculino y burlón, y hago rebotar mis hombros como si fuera un macho pretencioso.

Pateo el tablero con furia al desahogarme, y me lastimo los dedos de los pies dentro de la bota. Esto solo me enoja más.

“¡Él es la maldita razón por la que me fui! Oh, Dios mío, ¿por qué diablos pensé que ir con ese gran idiota era el mejor plan? Debería haber sabido que solo me haría enfurecer”.

“No me mates por sugerirlo, pero tal vez es la mejor opción y claramente tienen algunos problemas que deben resolver. Puede ser que él esté con otra persona, pero parece que todavía te quiere, y tu dramática reacción indica que aún lo amas”, el doctor señala mi pecho y yo sacudo mis manos con frustración.

Quiero mostrarle cómo es ser dramática cuando me asaltan unas enormes ganas de sacar al médico de la camioneta de un puñetazo por esa observación inútil.

“El corazón de Colton nunca ha sido el problema; es su cabeza enorme, estúpida e inflada, y el gran y tonto cerebro que solo ocupa espacio y le dice que haga lo correcto para todos en la manada, excepto para él… y para mí. Ese es el único problema que tenemos y no se puede resolver”, le explico.

Regreso a los insultos juveniles porque Colton realmente hace que me vuelva loca. Como cuando, después de la impronta, me dejó sola durante dos semanas, y luego apareció en mi cabeza, como un Romeo embelesado, y me jodió. ¿Por qué no me dejó morir esa noche?

“Corrígeme si me equivoco, pero ¿Marcar a otra disiparía por completo su vínculo y los sentimientos que tiene por ti?”, el doctor está tratando de calmarme con esta pregunta, pero no caigo, pues estoy absorta en mi aversión hacia Colton.

Desde hace semanas necesito hacer esto.

“Realizamos una imprimación y nadie lo sabe… en toda la historia de los compañeros predestinados, nunca nadie ha rechazado el vínculo y no marcado, solo esa mi%rda de Colton, así que no sé si se debería haber anulado el enlace, pero no lo hizo, ¡Evidentemente!”, espeto, me giro y golpeo mi frente contra la ventana lateral en un intento por calmarme.

“Entonces tal vez…”.

“No está bien. Sé lo que sentí, y ya no quiero hablar de él, hasta que tenga que ver su estúpida cara. ¿Podemos no hablar? Por favor”, me muerdo la lengua; muchas más palabras están listas para salir, pero esto no me está llevando a ninguna parte.

“Por mí está bien, querida. Este es un camino difícil de seguir y probablemente debería concentrarme”, el médico cede, probablemente aliviado de tener una excusa para no involucrarse con la psicópata hormonal que hace que este momento sea peor de lo que debe ser.

De repente me golpea una ola de remordimiento por desquitarme con él.

“Bien… ¡Me parece bien!”, bajo mi tono y trato de ser más suave, pero sueno como una niña malhumorada y mejor me callo.

Me desplomo sobre el respaldo, exhalo con fuerza y miro por la ventana una vez más. Levanto las piernas para acurrucarme en el gran asiento del camión. Aún me burbujea y me hierve algo por dentro y empiezo a contar los minutos para ver a ese imbécil. En mi cabeza enumero todas las cosas por las que merezco darle un puñetazo en la ingle.

Es la única forma de pasar el tiempo, ya que no estoy lista para apagar estas llamas que arden por culpa de ese idiota. Comienzo a compilar una larga lista y empiezo con algo importante; que me traicionó con esa z%rra a pesar de que dice que me ama.

“Alora, creo que es nuestra escolta. Esta es la ruta diez”, el doctor me da un ligero codazo, sacándome de un largo y extraño ensueño, en el que maté a Carmen a golpes con los zapatos deportivos de Colton, antes de devolvérselos y caminar hacia el atardecer haciendo una seña con mi dedo.

Me enderezo de golpe, sobresaltada, y regreso a la realidad. Mi corazón da un vuelco y los nervios me golpean el estómago. Un convoy con los faros encendidos se dirige hacia nosotros por el largo camino, oscuro como boca de lobo, que se extiende enfrente.

Nos deslumbra ligeramente a medida que se acerca por lo que parece ser una carretera larga y vacía, bordeada de densos árboles a cada lado. Ni siquiera noté el cambio en el terreno cuando salimos del camino de terracería y llegamos a la carretera. Mis entrañas se contraen, se tensan y dolorosamente rezo porque sea Colton.

Levanto el velo y lo vinculo, en caso de que no sean ellos, y que quien está frente a nosotros sea alguien de quien cuidarse. No veo ningún otro vehículo.

‘Colton, por favor dime que vienes en el convoy que se dirige hacia el camión militar en la ruta diez’.

Contengo la respiración, hago una pausa cuando los nervios me superan y me esfuerzo por ver más allá de las luces cegadoras; pero está demasiado oscuro para distinguir si los camiones son de Santo. Todo lo que puedo decir es que son varios y se entrelazan ligeramente; los faros asoman en el camino.

‘Somos nosotros. Están a salvo. Deténganse’, su voz ronca y cálida me transmite seguridad cuando la escucho dentro de mi mente y me relajo un poco, dejando escapar el aliento que estaba conteniendo.

Suena raro, tenso y tal vez todavía un poco molesto, probablemente por obsesionarse con mi ‘novio’ en la última media hora, o por el tiempo que hemos estado conduciendo. Estuve mirando en silencio por la ventana, pensativa, y el doctor siguió conduciendo hacia el norte. Perdí la noción del tiempo.

‘¿No deberíamos simplemente seguirte?’, pregunto, confundida ante la posibilidad de que nos persiga una manada y que él quiere que nos detengamos y no que sigamos avanzando.

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