El destino de la huerfana -
Capítulo 85
Capítulo 85:
Aquello era estúpido, yo debería odiarlo. Sin embargo, había un pequeño rayo de esperanza dentro de mí, el cual tenía ganas de volver con él. Mi estúpida debilidad por fin hizo efecto, después de semanas de estar agobiada y herida, un pequeño rayo de sol se asomaba para lidiar con mis días oscuros.
“Fue convertida en un arma… ¿Por vampiros? Creía que los de su especie llevaban mucho tiempo bajo tierra y ya no eran una amenaza. Perdóname, querida, aquí no recibimos ningún tipo de noticias”, el médico no sabía nada, y la sorpresa en su rostro era evidente, tenía los ojos abiertos de par en par, y la boca ligeramente abierta mientras asimilaba aquello.
Miró por la ventanilla de enfrente, apoyó las manos en el volante de la camioneta y sacudió la cabeza ligeramente.
“Hace un mes, más o menos, quizá más, no lo sé, perdí la cuenta. Atacaron y sumieron a la montaña en un caos. Se avecina una guerra, y todos los lobos están regresando a la montaña para que Juan los controle”, me hundí en mi asiento y observé como subíamos los últimos metros
Intente no pensar demasiado en la altura a la que nos encontrábamos sobre aquella plataforma destartalada, al tiempo que trepábamos por la oscuridad, rodeados de espeluznantes crujidos y rechinidos.
De pronto, el techo comenzó a abrirse y el color gris de un día que se terminaba se asomó por las rendijas, haciéndome consciente de que estaba a punto de volver a disfrutar del aire fresco. Las ganas de saltar y sentirlo sobre mi piel me distrajeron y me giré para mirar al ahora silencioso médico.
“¿Usaron un dispositivo, no muy diferente al que creamos? Y atacaron la montaña de Juan y a su gente…”, murmuró más para sí mismo que para mí, y me di cuenta de que él no se había enterado.
Casi podía saborear la sospecha en su tono, ya que él también llegó a la conclusión que yo me había planteado, pero me di cuenta de que esta era estúpida, y de que estaba dejando que la paranoia y el odio nublaran mi juicio.
“Sí, pero si estás pensando que Juan tuvo algo que ver entonces, uno, nosotros odiamos a los vampiros. Es poco probable que cooperara con ellos, y dos, Colton me salvo cuando estaba casi perdida. Si yo hubiese muerto, Juan habría perdido a su hijo y heredero, y no, eso es simplemente imposible”, le digo.
“No me importa qué clase de monstruo sea, él tiene en un pedestal a Colton y siempre habla de que algún día será su heredero. Él no dejaría morir a su hijo. Pase lo que pase, creo que su legado es lo más importante para él, además de ser el rey de todo lo que ve. Él solo tiene un hijo”, expreso.
“Pero escúchame… si Colton muriera, entonces Juan tendría razones para controlar a su gente y usar el ataque para unir a los lobos en una sola manada”, deduce el doctor.
“Si él provocara una guerra o si les diera motivos para empezar una, entonces todo jugaría a su favor para cumplir lo que él quiere…. la profecía. Unir a las manadas para luchar una guerra y así reforzar su posición para que esta se cumpla. Un lobo que gobierne a todo su pueblo. El sigue tan obsesionado con que debe ser él”, explica.
Se me heló la sangre y por loco que pareciera todo empezó a tener sentido. El médico tenía razón y sí, la muerte de Colton haría que los que le eran leales se unieran a Juan para vengar su muerte.
Un enemigo común era una gran manera de infundir miedo y hacía que la gente buscara un líder que los salvara. Sin embargo, había algo que no me cuadraba y estaba intentando descifrarlo.
“¿Crees que permitió e incitó a los vampiros a atacar el orfanato con la esperanza de que Colton muriera al hacerlo? Para que la gente estuviera bajo su control y pudiera reunir un arsenal”, al instante sentí náuseas, se me puso la piel de gallina y respiré entrecortadamente mientras intentaba asimilarlo todo.
Aun tratándose de Juan, eso parecía una locura, pero él había sacrificado a toda una estirpe para tener la oportunidad de conseguir la corona.
El médico asintió con la cabeza y levantó la vista cuando vimos nuestra libertad. Los mecanismos aumentaron su rechinido y crujido, y él encendió el motor girando la llave. La camioneta rugió y mi asiento vibró mientras yo me ponía el cinturón de seguridad.
Estaba tan ansiosa por salir de allí que casi rebotaba de los nervios.
“Sedó a su compañera y la abandonó a su suerte… ¿Dime si matar a su hijo para manipular un resultado no es algo que haría?”, cuestiona.
“Participó en una guerra contra ellos y perdió a muchos de los suyos. Odia a los vampiros con pasión”, no tenía sentido que él negociara voluntariamente con ellos, pero sí lo tenía el que a él no le importara a quién le vendía la investigación.
Tal vez los vampiros la obtuvieron de otra manera. Tal vez la tomaron o se la compraron a quien sea que Juan se la hubiese vendido. Por más que quisiera culparlo de aquello, había algo que simplemente no encajaba y eso estaba creando un vacío lo bastante grande como para sembrar serias dudas.
“Una guerra contra gente que nunca debería haber ocurrido. No hace mucho, licántropos y vampiros vivían en paz…”, el doctor me sacó de mis pensamientos con aquella ridícula afirmación y fruncí el ceño, medio resoplando ante su burda desinformación.
“No, no lo hacían. No sé quién te contó esa historia, pero puedo asegurarte que hemos sido enemigos mortales desde el alba de la creación. Nunca fuimos aliados pacíficos”, nos lo enseñaban en la escuela y durante toda mi vida nunca había escuchado otra versión.
Era ridículo imaginar que nuestras especies vivieran en las mismas tierras y no se arrancaran la garganta.
“No, querida, eso no es cierto. Sierra era muy buena en historia y contaba anécdotas muy vívidas. Su pueblo, las brujas… como su madre, preceden a cualquiera de sus especies. Ellas se relatan historias”, el doctor levantó las cejas con aire paternal, asintiendo hacia mí como si estuviera cien por cien seguro de ello, y yo no pudiera comprenderlo.
Es lo único que nos habían enseñado, que los vampiros eran enemigos y que siempre lo habían sido.
“Entonces, ¿Qué me está diciendo? ¿Solíamos ser amigos? ¿Tomábamos café por las mañanas y vendíamos pasteles juntos?”, casi me reí, el sarcasmo haciendo acto de presencia.
Finalmente llegamos a la parte alta del terreno, puso en marcha la camioneta y retrocedió a gran velocidad, hasta llegar a un claro en medio del oscuro bosque.
Ya estábamos fuera del recinto, más allá del camino de tierra que llegaba hasta la valla y me di cuenta de que habíamos recorrido una gran distancia.
El subsuelo debía de extenderse más de lo que yo me imaginaba, así que tomo un camino improvisado y pisó el acelerador, saliendo y encendiendo los faros para iluminar el lugar al que nos dirigíamos.
El sol aún no se había puesto, pero el bosque era gris y sombrío, y tuve que aferrarme al asiento mientras rebotaba sobre el terreno irregular, los árboles golpeaban el parabrisas y el techo al pasar rozando las ramas bajas.
Eché un vistazo a la parte de atrás para ver cómo estaba Sierra. Ella parecía estar bien, aunque el interior del vehículo se balanceaba y sacudía como loco; ella estaba bien sujeta y las máquinas seguían funcionando; y todos los tubos se movían salvajemente.
“Los licántropos eran los guardianes diurnos de los vampiros y a su vez los vampiros protegían las guaridas de los lobos en las horas más oscuras. Fueron creados para complementarse y protegerse los unos a los otros, no para librar una guerra y luchar, por eso sus poderes y dones son casi iguales”, explica.
“Cada uno tiene un don especial único, pero ninguno está destinado a ser usado contra el otro. Fue un acuerdo pacífico que nació desde la concepción, entre los caminantes de la luz y los de la oscuridad. Ambos tienen necesidades diferentes y ni siquiera comparten fuentes de alimento, así que no hay razón para enemistarse…”, sigue explicando.
“Sus razas proceden de las mismas tierras y algunos incluso procreaban. Un mordisco de cualquiera de los dos bandos puede matar al otro, así que no es precisamente inteligente empezar peleas violentas con un enemigo que tiene tantas oportunidades de asesinarte”, explica al final.
Miré su perfil concentrando toda mi incredulidad en ese lado de su cabeza, mientras él vigilaba de cerca la carretera y maniobraba entre troncos caídos y escombros.
“Procrear… ahora sé que estás loco, y necesitas aumentar tu medicación, Doc. ¿Un vampiro y un lobo… teniendo bebes? Nah, ahora sé que estás drogado. Eso definitivamente no existe, no hay tal cosa. Somos enemigos, y siempre lo hemos sido”, reí a medias, sacudiendo la cabeza con humor e incredulidad, mientras me giraba en mi asiento para mirar lo rápido que atravesábamos el bosque, completamente convencida de que le faltaba un tornillo.
El médico me lanzó una mirada alarmada que vi por el rabillo del ojo, frunció el ceño e hizo muecas como si yo fuera la loca.
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