El destino de la huerfana -
Capítulo 83
Capítulo 83:
Me descubrió observándolo y notó mi presencia cuando volvió a voltear, como si no me hubiera visto la primera vez e hizo un extraño gesto con las manos que para mí no significaba nada. No entendía lo que quería decirme.
“¿Qué?”, le grité, sin saber qué diablos estaba haciendo, y volvió a agitar dos dedos en el aire, lo cual supuse que significaba dos minutos.
Retrocedí, abrumada por la confusión, pero la curiosidad era sin duda el sentimiento que predominaba. Todo lo que había estado sintiendo fue reemplazado por miles de preguntas, sobre el porqué la está moviendo.
Lo observé ya que no tenía, ni podía hacer otra cosa, mientras él se esforzaba por cambiarla de cama y negaba con la cabeza en señal de derrota, con su cara cada vez más roja y sudorosa. Entonces, sacó un pañuelo de su bolsillo superior, se secó la cara y lo volvió a guardar al tiempo que se tomaba un momento para evaluar su plan.
Chasqueó los dedos en el aire como si acabara de tener un momento de inspiración, y luego la dejó, se dio la vuelta Y camino hacia mí a toda velocidad. Tenía una expresión totalmente decidida y seria cuando se me acercó corriendo
Cruzó el pasillo muy rápido y sin vacilar, abrió mi puerta y me indicó con un gesto que lo acompañara. Tenía la cara roja como una remolacha, empapada, y parecía que acababa de correr un maratón.
“¿Qué está pasando?”, lo miré con cautela, sin saber qué pensar de su comportamiento e intentando averiguar si estaba borracho.
Me di cuenta de que le faltaba el aire y que apenas podía hablar. Tras soltar un sonido incoherente que supuse eran palabras, me indicó que lo siguiera. Me encogí de hombros y lo hice.
No veía ninguna razón para no hacerlo, había demostrado ser un ser humano medio decente que no quería hacerme daño, y una voz en el fondo de mi mente me decía que así podría acercarme a ella. Tan pronto como vio que estaba con él, se dio la vuelta y nos acercamos a Sierra.
“Ayúdame… de aquí allá”, indicó jadeando cuando entramos a la habitación. Quería que la moviera a la cama que tenía ruedas. Su voz era baja y entrecortada, le costaba emitir sonidos.
Sin duda había estado corriendo como un loco antes de venir aquí, y yo podía sentir su ritmo cardiaco latiendo rápidamente, en el aire a mí alrededor. Se recompuso mientras se seguía esforzando, pero era obvio que no tenía la mejor condición física.
Vi a nuestra bella durmiente, y a esa distancia me sorprendió lo mal que se veía, mucho menos etérea. De cerca, Sierra parecía una muñeca de porcelana, silenciosa, inmóvil e insensible; con las mejillas sonrojadas y una palidez lechosa; pestañas oscuras que abanicaban su rostro y que estaban debajo de unas cejas oscuras y suaves.
De inmediato pude ver que Colton tenía sus rasgos. No discutí, tomé la parte superior de sus brazos, debajo de sus axilas, tan firmemente como pude, sin lastimarla, y la levanté mientras él tornaba sus piernas.
Ella no pesaba nada, cuando las mantas se apartaron y vi su cuerpo bajo su fina bata médica, se veía terriblemente delgada. Su piel era translúcida por la falta de luz solar, pero parecía cálida y llena de vida.
Yo estaba convencida de que en cualquier momento abriría los ojos. Era desconcertante, y no podía dejar de mirar su cara mientras la colocábamos en la nueva cama. Le quité el cabello oscuro de la cara, mientras él acomodaba sus extremidades y los tubos de manera minuciosa.
“¿Qué estamos haciendo”?”, le susurré, manteniendo el tono de voz bajo.
Ya que era obvio que, debido a la falta de asistentes, él no debería estar haciendo esto. Una vez que la acomodó completamente en la camilla, se tomó un momento para inhalar, calmó su respiración, se llevó una mano al pecho, y señaló la puerta.
“Nos la llevamos y nos vamos… drogué… arregle… uf…”, se esforzó para hablar, secándose la frente con el dorso de la mano y volvió a inhalar exageradamente, molestándome hasta el punto de frustrarme por su falta de vocabulario, y volvió a intentarlo. Levanté las cejas y le lancé una mirada inquisitiva.
“Drogué la cena, no tenemos mucho tiempo… unas horas como máximo”, jadeó y continuó tomando tubos y colocándolos alrededor de ella de forma apresurada.
“¿Qué hiciste qué?”, lo miré boquiabierta, no podía creer lo que ese enclenque y descuidado médico, que antes no había querido enfrentarse a Deacon, había hecho.
Hasta ahora me di cuenta de lo silencioso que estaba este lugar, ya que él estaba haciendo, mucho ruido con los carritos y las camas, y aun así nadie había aparecido. Al drenarse la sangre de mi rostro palidecí y mi cerebro se percató de lo que estaba sucediendo.
El señaló con la cabeza hacia el pasillo que estaba afuera de la habitación y me indicó que empezara a empujarla. Dejando claro que yo no estaba soñando y que, de hecho, estábamos organizando una fuga y un atraco, en el sentido en que Sierra era el oro y nosotros nos lo estábamos llevando.
Tragué saliva, recobré la compostura y miré al techo, dándole las gracias, en silencio, al destino por haber respondido a mis plegarias. Hice lo que me pidió, la empujé hacia atrás con todas mis fuerzas para poder salir por la puerta, mientras él colocaba máquinas y otras cosas por el estilo, prácticamente encima de ella.
Cuando pasamos delante de un par de carritos, tomó y puso más objetos sobre la cama, se llevó el sistema de suministro intravenoso, una bolsa de fluidos, y el carrito. Todos los tubos estaban estirados hasta casi quedar tensos.
“Drogué la sopa y fingí que comía en la cafetería para vigilarlos a todos, siempre comemos juntos. Tuve que esperar a que se desmayaran… el vehículo de allí”, el asintió, y a mi señal tiré de la cama ganando velocidad a medida que avanzábamos.
Él tomó un carrito médico, por lo que le costó mucho sujetar la cama, y acabé arrastrándola yo sola. El terminó ocupándose del carrito y de las otras cosas que transportaba, dejando caer algunas, a medida que avanzaba.
Si esto era un escape, era uno fortuito, y él era el peor héroe de la historia. Hacía tanto ruido que podría despertar a los muertos, y yo no estaba convencida de que no fuera a desplomarse y sufrir un ataque al corazón con la mala condición física que tenía.
Resoplaba, se agitaba y perdía más de la mitad de su peso sudando, Los humanos de verdad son una raza débil.
“¿Cómo vamos a salir de aquí? ¿Estamos en la planta inferior y el ascensor está por ahí?”, le indiqué con la cabeza la dirección por la que habíamos salido, con un creciente nudo de ansiedad al pensar que tal vez su plan no era el mejor.
Él volvió a señalarme los vehículos, recordándome su existencia, pero no estaba segura de que fueran a ser de ayuda aquí abajo.
“El del final, es un vehículo médico, y esa plataforma se eleva hasta el nivel superior. Así es como los guardamos y transportamos cosas dentro y fuera”, en cuanto lo dijo, giré la cabeza, observando el último vehículo verde militar, el cual parecía ser hermanastro de un tanque, y vi los engranajes de la plataforma en el espacio que había detrás.
Los postes y el sistema hidráulico cubrían la pared de acero y se adentraban en un espacio enorme que se veía al acercarse a ellos. Desde mi habitación no lo veía, pero este espacio medía unos cien o más metros hasta llegar a un par de puertas metálicas cerradas en el techo superior.
“¿Y entonces qué? ¿Manejamos hasta que se despierte?”, jadeé, golpeando la cama contra el borde de la plataforma, yo le seguía ayudando, mientras analizaba lo absurdo de esto.
Llegamos al lado del camión al que nos dirigíamos y me indicó que me moviera hacia la parte trasera. Lo miré con recelo, la tensión y el pánico se apoderaron de mí cuando me di cuenta de que él no tenía un plan adecuado.
“Sí, suena bien. Ha estado en coma durante ocho años… necesitamos tiempo. Necesito despertarla e incluso entonces, no tengo idea de en qué estado estará, física o mentalmente. Todo lo que sé es que no podemos quedarnos aquí y debemos hacerlo sin que nos atrapen, se lo debo. ¡No volveré a fallarle a mi amiga!”, afirma.
El médico recuperó parte de su equilibrio y me dejó con Sierra para ir corriendo hasta un armario metálico que había en la pared y que tenía varios juegos de llaves, tomó uno, y al volver abrió una camioneta y me hizo señas para que acercara la cama.
“Entonces, lo que estás diciendo es… ¿No tienes nada planeado más que escapar?”, le pregunté de forma seca, fría, y lo miré fijamente mientras mi interior se contraía. Tuve que contener el pánico que sentía y él simplemente se encogió de hombros.
“Soy médico, no un villano enmascarado que secuestra personas para ganarse la vida. ¡Pensé que tu destino de alguna manera… no sé… nos ayudaría! Quiero decir que viniste y… ¡Aquí estás!”, responde.
“¡Dios mío!”, fue la única respuesta que tuve cuando las palabras me faltaron, me mordí el labio inferior y traté de concentrarme en ayudarlo, y no en el hecho de que después de salir no tenía ni p%ta idea de lo que haríamos.
Los guardias no dormirían por siempre, y vendrían por nosotros. Lo harían a toda velocidad, con armas, y serían muchos… y le informarían a Juan.
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