Capítulo 82:

Es prácticamente una habitación vacía y cualquier cosa que pesa está atornillada al piso de concreto con pasadores de acero.

No hay nada que pueda ser verdaderamente útil, y mucho menos algo que sirva como arma, así que cuando mi ira se desbordó y no pude contenerla más, arrojé los cojines contra el vidrio en señal de frustración.

Tengo tantas emociones arremolinadas que no sé qué hacer con ellas. Hay una energía que vibra en mi interior, y mi estado mental oscila constantemente.

En un momento quiero llorar, tirarme al suelo y sollozar, y al siguiente estoy enfadada, furiosa, hirviendo, y quiero cortar a Juan en mil pedazos, diminutos y sangrientos, por todo lo que me ha llevado a este punto, y por todo lo que ha pasado desde que empezó la guerra.

Cuando parece que mi odio alcanza niveles abrumadores y no puedo respirar por la asfixiante necesidad de expulsarlo físicamente, respiro, me siento tranquila, y cuerda, y trato de trazar un plan de escape. No puedo seguir este ritmo, es agotador.

Tener tiempo a solas para pensar y asimilarlo no ha servido de nada, más que para enfurecerme y alterarme y sí, he llorado a mares.

Me acurruqué en un rincón durante veinte minutos y sollocé con fuerza mientras sentía que mi corazón se rompía de nuevo, como cuando dejé a Colton, y me quedé sin él, y no tuve más remedio que seguir adelante. Fue lo único que pude hacer… por mí, mi madre, mi hermano, mi padre, mi familia, mi manada y por el compañero que nunca podré tener.

Lloré hasta que me escurrió la nariz, no pude respirar, y empapé la parte superior de mi bata, porque en ese momento todavía la llevaba puesta, y la fría humedad que se extendía por mi pecho sobre la fina tela fue extrañamente reconfortante.

Reflejaba lo que sentía mi alma y como esta se filtraba por cada uno de mis poros. Me sentía desesperada, débil, rota, y no tengo ni idea de cómo superar eso.

También me sentía así por Colton y Sierra, por su dolor, su perdida y todo este maldito lío. Por la vida que yo debería haber tenido, la familia con la que todavía debería haber estado, y la pareja con la que me habría imprimado en otra vida y con la que habría podido estar.

Todavía habría sido Colton, eso fue lo que decidió el destino hace mucho tiempo, pero nunca habría tenido que dejarlo, y estaría con él ahora, a salvo en sus brazos y su toque me calmaría. Él se dejaría guiar por esa parte de él que siempre parece tener una idea de lo que está pasando. Solo que le falló cuando más la necesitaba.

Lo extraño, tanto que me mata, incluso si no puedo superar lo que le hizo a nuestro vínculo, y todavía estoy destrozado por su culpa.

Eso solo ha aumentado mi urgencia por mirar alrededor en busca de algún tipo de indicación sobre qué hacer. Me sacudí y me recordé que la pequeña Alora de la manada Whyte y la granja Elren, que tenía una vida tranquila y sin preocupaciones, estaba muerta.

La guerra hizo que mis padres se fueran sin previo aviso, Juan se encargó de que nunca volvieran. Esa niña hace tiempo que murió, cuando su vida dio un vuelco que alteró todo lo que conocía. Su camino se desintegró, y todos aquellos sueños y esperanzas, se esfumaron con la brisa.

Esa pequeña no deseada, rechazada, débil, que se imprimó en un chico, diez años después, que ocupó su lugar… ¡También murió! Aquella que no podía permitirse amar a su compañero predestinado, por lo que era. De todos modos, ella nunca existió.

Ella fue una mentira que me contaron y por la cual me hicieron vivir bajo la máscara de mi propia creación, porque nunca conocí la verdad y esta chica, esta de aquí. Es la Alora que ha estado aguantando la respiración y esperando que la encuentre.

Es la hija de una guerrera. La hija de una reina predestinada, que fue asesinada por su poder. Ella es la heroína de una profecía, y es una maldita loba blanca con ojos rojos, lo que la convierte en una especie de híbrido con dones, que una bruja pensó que eran tan poderosos que los ató hasta el momento en que necesitara recuperarlos.

Una bruja que sacrificó su vida, y la cordura de su hijo para protegerla. Es alguien a quien hay que respetar, y que tiene que encontrar la manera de resurgir. Eso no suena como alguien débil, ni rechazado o indigno de un compañero alfa, necesito asumir esa carga.

En los últimos diez años, todo lo que he hecho en mi vida se ha visto ensombrecido por una nube negra de vergüenza y fracaso, por creer que nunca fui lo suficientemente buena, porque eso me decían. Ya no más, es como si alguien hubiera retirado la venda de mis ojos y por fin hubiera liberado mi alma.

Ahora no hay nada en mi cabeza que me agobie, ni esa vocecilla que cuestionaba todo, porque también está muerta. Esa nunca fue mi voz, era la de esas personas de la montaña. Ahora ya no le prestó atención.

Esta chica, tiene derecho a ponerse de pie y ser tratada como alguien digno, y el destino, por la razón que sea, me trajo hasta aquí y necesito ver que todo se cumpla. Me conocía antes de que existiera, y yo era parte del plan. Sabe de lo que soy capaz y se marcó mi camino para asegurarse de que se los muestre a los demás.

Si me trajo tan lejos, tal vez tengan un plan, y debería dejar de pelear y escuchar. Cerrar los ojos y deja que el destino me envíe algún tipo de mensaje a través del cosmos y el aire… porque esto no termina así.

El ruido del elevador interrumpió mis pensamientos, un ruido tan oportuno que parpadeé, abrí los ojos y voltee.

Esperaba que Deacon entrara y arruinara mi día, si es que eso era posible, pero era el médico, que empujaba un gabinete con ruedas del que se caían todo tipo de cosas, mientras corría hacia la habitación de Sierra. Me acerqué al muro para observarlo, desconfiando de su comportamiento.

Dejando de lado mi charla motivacional y todo mi refuerzo mental para aumentar mi autoestima.

De alguna manera, se ve diferente. Nervioso, tal vez, su caminar es brusco, errático y sus movimientos son apresurados. Dejó caer varios implementos al suelo, el ruido del metal cayendo y de los objetos duros resonaron en este gran espacio. Después dejo abandonado el gabinete frente a la puerta de Sierra y deslizó el panel para abrirla.

Se detuvo antes de entrar, recogió algunos objetos y los volvió a arrojar encima del gabinete. Levantó los que fue encontrando, con movimientos algo apresurados y sin gracia. Luego se precipitó en la habitación y comenzó a presionar frenéticamente los botones de las máquinas que estaban junto a la cabeza de Sierra.

No puedo hacer más que mirar, y cuando él empieza a tomar unos pequeños dispositivos portátiles y a colocarlos sobre la cama de ella, con su rostro pálido y serio, totalmente concentrado en lo que está haciendo, me doy cuenta de que no solo la está revisando y de que algo pasa.

Su expresión lo dice todo, en ese momento, no hay ningún atisbo de médico excéntrico y amable. Se ve agitado y asustado.

Incluso desde aquí puedo ver que está sudando, su frente está sonrojada y brillante, y las axilas de su chaqueta blanca empiezan a oscurecerse por el excesivo calor corporal. Está en estado de pánico, así que miro alrededor esperando que el personal o los guardias bajen corriendo.

De repente me siento preocupada por saber la razón de su comportamiento.  Mis propios nervios se crispan, al tiempo que se me hace un nudo en el estómago, y acabo pegada a la ventana, con las palmas de las manos apretadas a los lados contra el cristal, respirando con dificultad mientras observo, sin poder moverme de mi lugar.

Tal vez Sierra está colapsando… tal vez lo único que tenía que hacer era presenciar su muerte. Por Dios, no, por favor, Colton necesita verla por última vez. Ella no puede morir… ¡Él la necesita! No puedo soportar la idea de que la pierda sin despedirse. Necesito saber qué se supone que debo hacer ahora.

El médico la desconectó de una máquina, pero otra siguió monitoreando ruidosamente su ritmo cardíaco, yo contuve la respiración, inhalando bruscamente cuando el pitido se detuvo tan rápido que el ambiente se volvió insoportablemente silencioso.

No entendía el porqué de sus acciones, pero cuando sacó otra máquina de debajo de la cama y la conectó, exhalé un poco confundida. Ese conocido pitido volvió a sonar, en un tono más sutil gracias a que era un aparato diferente.

Después siguió sustituyendo todo lo que podía por dispositivos más pequeños y portátiles. Mi cerebro reaccionó ante mi frenético miedo, lo cual hizo que me estremeciera.

Él no estaba intentando salvarla, o tratando de desconectarla, estaba haciendo que fuera más fácil trasladarla.

Se detuvo, desapareció con rapidez al entrar de nuevo en el ascensor, y abandonó el caos que había provocado.

Un momento después, regresó a toda prisa, empujando otra cama. Esta tenía ruedas y la metió en la habitación.

Apoyé mi mejilla en la fría y lisa pared frente a mí, con los ojos fijos en lo que él hacía, al tiempo que mi ritmo cardíaco se aceleraba.

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