Capítulo 73:

“¿Lo ves? ella no tiene ninguna objeción y es solo un poco de sangre y unas pequeñas muestras. Apenas la tocaré y no interferirá para nada en su estancia aquí. Juan nunca lo sabrá”, el entusiasmo del doctor y su disposición me resultaron energizantes y reforzaron mi plan.

Deacon lo miró con el ceño fruncido durante un momento largo y tenso, mientras yo contenía la respiración y rezaba.

“Se quedará en la plataforma uno, no la llevarás a ningún otro sitio, y habrás terminado antes de que Juan llegue, ¡Y no le dirás ni una palabra de esto, en absoluto!”, Deacon acabó cediendo, probablemente para que el doctor lo dejara en paz, además, no era que tuviera que hacer nada.

El médico asintió complacido, como un cachorro emocionado, y yo me mostré tranquila y neutral, disimulando el mar de nervios que se agitaba en mi interior.

Mi corazón latía con fuerza, mis entrañas temblaban, pero por fuera estaba serena y calmada. Tenía la posibilidad de salir de aquí y debía mantenerme alerta.

Dejé que Deacon me girara y me arrastrara a través de la puerta que teníamos delante hasta un segundo pasillo, empujando la puerta giratoria con premura. Mis ojos parpadearon por el repentino cambio de iluminación, y observé un pasillo blanco y estéril, con superficies brillantes, que resplandecían con la potencia de las luces LED diurnas.

Esto creaba una ilusión óptica de un vasto espacio sin paredes que cegaba todo a su paso por la intensidad de un entorno tan blanco como la nieve.

Era como estar en el sueño en el que veía a Sierra, y estaba un poco aturdida por lo surrealista del mismo. Mi ritmo cardíaco se aceleró, mis ojos vagaban a nuestro alrededor mientras empezaba a recopilar y recuperar recuerdos y detalles de ese espacio de luz donde la conocí.

Me sentí abstraída mientras mis pensamientos se desviaban repetidamente hacia ella, de pie frente a mí, sin ningún sentido real de los límites que nos rodeaban. Era un parecido demasiado llamativo como para ignorarlo.

El destino me trajo aquí por una razón; me empujó a huir de Colton, y me atrajo hacia el este para que no pudiera ignorarlo.

Meadow siempre había dicho que el destino nunca se equivocaba, y todo esto era una coincidencia demasiado grande para ser un accidente, o para que yo siguiera siendo incrédula. Estaba allí por una razón, y los sueños que tenía sobre ella de repente cobraron sentido.

‘Sálvanos’.

Lo decía en serio… se refería a nosotros… a ella, a mí, y a Colton… él estaba perdido sin su madre. Los dos estábamos ahí, y al parecer yo era la única que podía hacer algo para sacarnos de este lugar.

Deacon era un bruto de primer orden, que probablemente se había entrenado en la escuela de encantos de Juan para imbéciles, y me obligó a caminar sobre mis débiles piernas por el pasillo hasta el ascensor.

Solo se detuvo para dar órdenes a otro guardia sentado en un escritorio cercano, antes de empujarme al interior y llevarme a un nivel que parecía un hangar de aviones.

Las puertas se abrieron para revelar un gran espacio vacío parecido a un garaje e inmerso en la penumbra, con suelos de hormigón y tiras de luz en el techo, a unos seis metros por encima de nosotros.

El espacio era enorme y había tres camiones aparcados en el extremo más alejado sobre lo que parecía una plataforma, que supuse que se elevaba. Era un lugar sobrio, hacía bastante frío y parecía ser una zona que nadie frecuentaba demasiado.

Mientras caminábamos, las luces empezaron a encenderse automáticamente sobre nuestras cabezas, y me di cuenta de que en medio de la pared de la izquierda había un resplandor que emanaba de lo que parecía ser una alcoba abierta.

Desde ese ángulo no pude distinguir bien lo que era hasta que llegamos a su altura y giramos a la derecha, y mientras nos dirigíamos en dirección contraria volteé la cabeza y le eché un buen vistazo.

Era una habitación con una pared de cristal que se extendía a lo ancho para proporcionar una amplia vista, y me dio la impresión de que era un área de aparcamiento que había sido reutilizada.

Había montones de neumáticos que llegaban hasta la ventana, pero la habitación del interior tenía el suelo de hormigón liso, como si hubiera sido repavimentado. Albergaba una cama justo en el centro, rodeada de máquinas, carros y equipos, todos parpadeando y zumbando, manteniendo en silencio a la solitaria figura dentro de la cama.

Era una mujer morena e inmóvil, pero me resultaba difícil saber desde esa distancia si era Sierra. Estaba tendida como una bella durmiente, entre cables y tubos, bajo un único foco apagado que colgaba directamente sobre la cama.

Parecía una momia de valor incalculable en un museo, estaba tan quieta, pálida y sin vida, que se me hizo un nudo en el estómago, ahogándome por la tristeza.

Estaba a la vista de todos en su caja de cristal, pero completamente desprovista de personal y sin ningún tipo de cuidador que la vigilara, lo cual decía mucho. Supuse que todos los monitores y máquinas hacían el trabajo por ellos, y me rompió el corazón verla tan sola, aunque ella no fuera consciente de esto.

Colton se moriría si viera cómo la tenían, sin contacto humano, sin atención ni ninguna interacción… solo máquinas, y aislamiento, en un maldito sótano. Me dolía el corazón por ella, por él, y me aliviaba que no supiera que esto era lo que Juan le había hecho a su madre.

A Deacon le molestó que me esforzara tanto en mirar hacia atrás y me dio un cruel tirón del brazo, haciéndome volver la cara.

Yo le fruncí el ceño con odio, temiéndole cada vez menos cuanto más estaba en su compañía. Era el típico matón de Santo y no se diferenciaba de la mayoría de los lobos de la manada que había conocido a lo largo de mi vida.

Abusaban de gente como yo en un intento de ejercer su dominio en la jerarquía. Duraría diez segundos ahí fuera si me enfadara lo suficiente como para lanzarle aire, por muy estúpido que pareciera. Era un atleta tonto, con una mala actitud, y necesitaba de un arma para derribar a una mujer…

Era un perdedor.

Volví a centrarme en el lugar al que nos dirigíamos y pude ver que mi habitación era un espejo de la suya y que estaba a punto de unirme al equipo del ataúd de cristal.

Supuse que era la habitación de reserva por si tenían que moverla por alguna razón, por si pasaba algo.

Quién sabe, pero ambas habitaciones eran casi idénticas y me pregunte si alguna vez hubo una segunda persona como Sierra aquí. O tal vez Juan tenía planes de añadir una… como yo.

La mía no estaba llena de tubos y maquinas pero si albergaba una solitaria cama de hospital en el centro que pareció estar atornillada y una pared de unidades y armarios detrás. En una esquina había un aseo portátil muy público del que carecía la otra sala y no opuse resistencia cuando el Señor Seguridad tiró de mí hasta la altura de la pared transparente.

No había intimidad ni escondites en ese maldito lugar, y mientras estábamos allí, vi el contorno casi invisible de una puerta singular dentro de su vasta transparencia.

“¿Es para que puedas mirarme las veinticuatro horas del día sin abrir la puerta? ¿Te excita ser un pervertido y mirar a mujeres indefensas?”, le espeté a Deacon que no me había dirigido la palabra desde que dejamos atrás al doctor.

Solo habló con el guardia de la puerta para decirle que mis tres comidas diarias debían ser añadidas al turno e informadas al cocinero hasta nuevo aviso. Arriba había otro imbécil con aspecto de Santo que me miraba como si yo fuera algo asqueroso que hubiera encontrado pegado a su zapato.

Me miró fijamente con esa expresión de idiota sarcástico, escaneó una tarjeta magnética en un panel de la pared a nuestra derecha y me empujo al interior con agresividad cuando la puerta se abrió.

Parecía tecnología de ciencia ficción, y me negué a reaccionar de otra manera que no fuera comportarme como una p$rra hostil.

Casi tropecé con mis propios pies y me sujeté de la pared para estabilizarme, antes de girar la cabeza con una media vuelta para gruñirle, deseando poder transformarme, porque le cortaría la garganta a ese tipo si alguna vez tenía la oportunidad.

Era tanta la agresividad que brotaba en mi interior que apenas podía contener el repentino odio que sentía por él. Casi podía saborear su sangre y sentir su pulso palpitando en la yugular mientras me concentraba en lo que podría hacerle si tuviera mis poderes.

Me di la vuelta, mostrándole mi trasero desnudo mientras mi bata ondeaba en el aire y le dirigí la mirada más furiosa, hostil y despiadada que pude

“Estoy tan contento de haberte disparado al menos una vez Dios, me dio tanta satisfacción verte caer como un saco de mi%rda”, sonrió cuando la puerta se cerró, y las ganas de darle un puñetazo en la garganta me abrumaron hasta el punto de que salté con rabia hacia la puerta mientras se deslizaba entre nosotros y acabe golpeándola con la palma de la mano a la altura de su cara, jadeando fuertemente mientras el fuego me consumía.

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