Capítulo 72:

“Estás mintiendo. No sé de qué estás hablando, ni he entendido la mitad de lo que has dicho, pero sé que los híbridos no existen”, el terror se apoderó de mí cuando sus palabras comenzaron a afectarme, y mi mente se negó a asimilar lo que decía, ya que era simplemente imposible.

Los lobos se enorgullecían de su línea de sangre y su pureza, era una parte masiva de nuestro ser y nuestra jerarquía. Las razas híbridas no existen, porque si lo hicieran, los de sangre pura las destruirían. No les conviene la dilución y el mestizaje en nuestra sangre.

Ya eran lo suficientemente despiadados cuando el ADN débil de una familia como la mía infectaba un rebaño, y esas personas acababan convirtiéndose en gentiles trabajadores de la tierra, sin deseos de luchar o dominar a nadie.

Fue por esa razón que la manada Whyte nunca tuvo derecho a la montaña como manada dominante y los Santos sí. Nuestra especie se nutre de la dominación, necesitamos los alfas y la pureza para sobrevivir.

El médico se llevó una mano al pecho, atónito. Abrió los ojos de par en par y me miró como si estuviera muy ofendido.

“¿Mentira? Nunca miento cuando se trata de ciencia, querida. Soy un bioquímico del más alto nivel con un interés especial en tu especie. He dedicado mi vida a ello y es lo único que investigo, ¡Los híbridos son mi especialidad!”, explica con entusiasmo.

“Me encantaría poner tus muestras bajo mi microscopio y ver si las historias son ciertas, y mostrarte la absoluta maravilla de tu propia genética. Dos especies enfrentadas coexisten en tu cuerpo, ¡y sin embargo parecen haber prosperado completamente! Quiero decir, mírate… eres la perfección absoluta”, termina de decir.

Se me heló la sangre, lo examiné con la mirada y traté de dar sentido a lo que decía, con muchas preguntas en la punta de la lengua. Mi mente luchaba con la incertidumbre de que pudiera estar diciendo la verdad. Pero eso haría que mi madre…. no podía ni pensar en ello.

Deacon reapareció inesperadamente, interrumpiendo con el pitido de la puerta antes de entrar, y nos miró con desaprobación, como si no le gustara la sensación que acabábamos de darle.

El ambiente era tenso, y el doctor reprimió su entusiasmo y retrocedió, probablemente temeroso de admitir que me había contado demasiado. Me di cuenta de que, a pesar de cohabitar en este lugar, no había ningún vínculo real entre ellos, y el médico desconfiaba de mi carcelero tanto como yo.

“El Alfa Juan estará aquí en dos días… esta mujer… se llama Alora, y curiosamente, es de nuestra propia montaña, así que toma de ella lo que quieras. No se ira a ninguna parte”, Deacon se volvió hacia mí, con una expresión de disgusto en su rostro mientras me fruncía el ceño, y todo lo que había dentro de mí pareció dispersarse en una ola de entumecimiento.

El miedo se apoderó de mí al pensar que Juan sabía exactamente dónde me encontraba con solo una llamada y que vendría personalmente a decidir mi destino. No era una buena señal.

“La montaña…”, el doctor susurró esas palabras tan suavemente que dudé que Deacon pudiera oírlo, pero yo si lo hice, y capté ese leve indicio de reconocimiento en su mirada antes de que la suprimiera y se mostrara inexpresivo.

¡¿Por qué diablos tenía que ser una loba blanca?! Ese tuvo que ser el detalle definitivo que me delató. Tal vez también me jugó en contra el hecho de que Juan supiera que había desaparecido, y que una mujer sola, tan cerca de casa, no era un obstáculo.

Levanté las cejas y miré a Deacon con falsa valentía, como si dijera ‘¿Y qué?’. Sus ojos se entrecerraron al verme y frunció aún más el ceño.

“Así que… ¿Eres una fugitiva de nuestra propia manada? Juan dijo que te ha estado buscando, traidora. Qué casualidad que termines aquí… ¡Claramente buscando algo que no deberías! Estarás en confinamiento solitario hasta que él llegue, y entonces serás el problema de alguien más; espero que de él. Estoy seguro de que encontrará el castigo perfecto para una fracasada que traicionó a los suyos”, comenta.

No había duda de que Juan había inventado una nueva historia de por qué era el enemigo público número uno y discutirla sería inútil.

Deacon era un creyente, y era obviamente leal a la sub manada de Juan. Probablemente le habían dado ese puesto porque le lavaron el cerebro con éxito y hacía todo lo que le decían sin cuestionar nada.

Deacon me agarró sin piedad por la parte superior del brazo y me sacó con fuerza de la cama, pero mi cuerpo seguía siendo un peso muerto y casi me caí al suelo por la repentina exigencia de usar mis extremidades correctamente. Me sujetó y al instante me abrumó el vértigo de ponerme de pie.

“Cuidado… es un espécimen muy especial y aún es una jovencita. La bondad no cuesta nada, señor Deacon. Tenga un poco de compasión y dignidad humana ¡Si la tenemos dos días más, puedo obtener muestras para mis estudios y aprovecharía el tiempo para aprender más sobre su sangre tan singular!”, dijo el médico.

“No puedo perder esta oportunidad y, desde luego, no puedo quedarme de brazos cruzados viendo como la dañan”, el médico se debatía entre la verdadera preocupación humana por una persona y la de un científico con el ojo puesto en una preciada rata de laboratorio.

Ni siquiera podía enfadarme por ello, después de todo me había dado una oportunidad.

“Doc, es nuestra prisionera, no una voluntaria de estudio. Es una traidora de mi sangre y la trataré como tal. El único lugar al que irá esta chica es al lado de ese cadáver descerebrado que tienen en la plataforma dos, fuera del alcance de usted y de sus colegas charlatanes del laboratorio. Si tenemos suerte, se quedará tan callada como su nueva compañera de cuarto y se irá antes de que me estropee más la semana”, Deacon era un imbécil, sin duda.

Me arrastró con él, sin esperar a que mis piernas lo alcanzaran y, a pesar de mi deseo interior de no tocar a este idiota, tuve que aferrarme a él para no ser llevada a rastras.

“Sierra no es una descerebrada. Está sedada y recluida por ustedes, matones sin visión… ella es una obra de arte, una persona con sentimientos y pensamientos, y si Juan me permitiera despertarla y…”.

“¡Suficiente! ¡Cállate la boca! Ese nombre está muerto… ¡Y tú también lo estarás si vuelves a hablar de ella!”, Deacon me gruñó con desdén, su tono era mordaz, y su mirada fulminante.

El doctor retrocedió, reprendido y con la cara roja, pero pude sentir su ira a fuego lento cuando mencionamos a Sierra. Percibí esa chispa de rabia antes de que se apagara. Se apartó para tomar aire, cogió un trapo cercano y lo retorció en sus manos mientras pasábamos junto a él.

Me di cuenta de que se esforzaba por contener la lengua. Pero me quedé sin palabras y mi mente se aceleró cuando tuve la certeza de que Sierra estaba cerca y se me seco la boca.

No me resistí a Deacon mientras me arrastraba hacia la puerta a toda velocidad, sin reparar en que su agarre me dejaba marcas en la piel ni en que tropezaba con cada paso que daba mientras intentaba recuperar el control de mi capacidad para caminar.

Sus dedos me apretaban el brazo mientras mis piernas, que se sentían como gelatina debajo de mí, intentaban seguir su ritmo.  Acabé aferrándome a su cuerpo como una niña necesitada, consciente de que la bata se me resbalaba, y vi al doctor por última vez antes de entrar por el pasillo, esforzándome por ver.

Parecía derrotado y triste mientras veía cómo Deacon me halaba, y yo le devolví la mirada a la par que elaboraba algún tipo de plan que me diera alguna pequeña esperanza de salir de esta situación. Lo miré con desesperación por segunda vez, en un intento de comunicarme.

“Me ofrezco como voluntaria… para que hagas tus pruebas. Quiero saber por qué soy blanca, y no tengo nada más que hacer estos dos días”, mentí impulsivamente, lo suficientemente alto como para que mi voz resonara en el pasillo.

El doctor era comprensivo, y también tenía información sobre Sierra.  Tal vez pudiera convencerlo de que me dejara ir, o de que fuera a verla para averiguar por qué me había traído aquí. Mi mente iba a mil por hora tratando de descifrar cómo podría librarme de mis captores, pero en ese momento no me quedaban muchas opciones.

Deacon vaciló y nos detuvo a mitad de camino con una exhalación exagerada de fastidio, y nos giramos para mirar al doctor.

Su rostro se iluminó dándome a entender que esta podría ser la clave para salir de aquí, antes de que Juan apareciera en dos días, o al menos podría conseguir un valioso aliado si lograba mantenerlo interesado en mi singular ‘sangre híbrida’.

Tal vez podría manipularlo para que me revelara más información o que fuera más permisivo a la hora de mantenerme encerrada.  Deacon era una causa perdida, pero el doctor parecía ser el eslabón más débil. Sin embargo, no me creí nada de lo que dijo acerca de ser una híbrida.

Pensé que era un científico chiflado que había tomado demasiadas muestras de sus propios tubos de ensayo por estar aislado bajo tierra, pero si eso me daba una oportunidad para escapar, entonces me la jugaría.

Le seguiría el juego, asentiría con la cabeza y dejaría que me pinchara con todas las agujas e hisopos que fueran necesarios para ganarle la partida.

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