Capítulo 71:

Lo dudo porque ya me habrían dado alcance, pero no voy a decir que tengo la certeza total de que no lo hayan hecho. Simplemente no lo sé, y parece haber sido una declaración creíble; él se inclina y se aleja de mí, después de un pequeño escrutinio de mi rostro, arrimado al suyo.

“¿No hay nadie contigo? ¿No hay conexión mental con nadie”, repite con severidad y yo, de estúpida, me siento inclinada a confesar, y asiento con la cabeza.

Deacon parece sentirse complacido de ver que no estoy mintiendo, y se vuelve hacia su bicho raro sumiso.

“Puedes desatarla y dejarla comer, Doc, pero se queda confinada aquí hasta que decidamos qué hacer con ella. Todavía quiero un nombre y una manada. Necesito saber qué tipo de amenaza representan. Volveré pronto. Debo contactarme con el Alfa Santo para que nos diga qué debemos hacer con esta intrusa. Él querrá estar informado”, mi corazón dio un vuelco en mi pecho, y tuve que evitar jadear en voz alta ante las palabras que salieron de su boca.

Sentí que me ardían las entrañas y que se me helaba la sangre en las venas, mientras mi mente se paralizaba por completo ante esa aterradora conversación.

¡Alfa Santo! ¡Juan! No había otra manada de nombre Santo en estas tierras, y su semejanza no podía ser coincidencia. Ahora sabía por qué Colton seguía apareciendo en mi mente. Estaba en las instalaciones de Juan, y eso solo podía significar una cosa.

Deacon era un Santo, eso explicaba la mala actitud de ese imbécil, y posiblemente, Sierra no era un sueño invasor debido a que Colton me había hablado de ella antes de que lo dejara.

Me estuvo llamando de alguna manera, desde estas cuatro paredes, y me llevó directo hacia ella. No había otra explicación para que todo esto se relacionara de esta forma. El destino no dejaría que esto sucediera casualmente.

No entendía cómo, ni siquiera por qué, pero consiguió contactar conmigo desde el interior de un tanque de aislamiento, y no había otra lógica para explicar aquella increíble coincidencia.

El edificio era propiedad de Santo, se trataba de una instalación a varios kilómetros y días de distancia de la montaña, pero estaba lo suficientemente cerca como para que Juan viniera con frecuencia. No creí que tuviera otras instalaciones en este territorio, y no me encontré con esto por casualidad.

Me pregunté hasta qué punto todo esto estaba orquestado por el destino, y no me refería al momento en que giré hacia el este. Me refería a esta situación, y a cómo fui conducida hasta aquí desde el día de mi transformación.

Sin embargo, estaba jodida. Una vez que Juan supiera que estaba ahí, se acabaría el juego. Podía enviarme al mismo destino que Sierra, dondequiera que estuviera, y dejarme pudrir ahí junto a ella durante los próximos diez años.

Sería la respuesta al dilema de mi emparejamiento con su hijo. Si me mantenía encerrada, Colton estaría a salvo, y no es que nadie fuera a echarme de menos si desaparecía durante una década de todos modos.

El médico se acercó a mí en cuanto Deacon nos dejó solos, con una expresión de pesar y una gentileza en sus ojos grises que no había notado antes.

Parecía una persona amable, y las arrugas y líneas alrededor de sus ojos y boca sugerían que había sonreído mucho en su vida.

Me miró a la cara con preocupación y, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, susurró con voz temblorosa, revelando sus propios temores.

“Por favor, no reacciones cuando te quite esto, no quiero tener que sedarte de nuevo, y no sé si soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme a ti incluso en forma humana. Te juro que no quiero hacerte daño. Seamos civilizados. Si te comportas bien, nosotros también lo haremos. No tenemos que ser hostiles”, no se fiaba de mí, y aunque no tenía ningún don en este lugar, no bajó su guardia.

Era humano, sin duda, y sabía de lo que éramos capaces, lo que significaba que probablemente había presenciado algo terrible para tener tanto miedo.

Me parecía extraño que tuvieran a un mortal en este lugar, pero supuse que en el mundo de los lobos faltaban médicos locos con los que mantener oculta a la pareja de Juan.

Las manadas eran como una familia, y era raro encontrar sub manadas que guardaran secretos al resto, especialmente en una tan grande como la de los Santo. Me imaginé que era más fácil mantener a los humanos callados.

Asentí con la cabeza y relajé mi cuerpo en un intento de mostrarle que me comportaría, y él pareció captarlo, pues su sonrisa se intensificó y su semblante se distendió. Sentí la tensión en el momento en que se agachó para desabrochar la primera hebilla.

Me liberó rápida y ágilmente de la cama y saltó hacia atrás con cautela mientras desataba la última correa de mi tobillo, observándome desde la distancia mientras yo me incorporaba lentamente y recuperaba la orientación. Tardé un minuto en ponerme en pie y la cabeza me daba vueltas.

Estaba consciente de que solo tenía una bata para cubrir mi pudor y que se me caía de los hombros cuando me movía, lo que me daba a entender que ni siquiera estaba atada por la espalda. Debieron ponérmela antes de amarrarme, y volví a estirar la mano para taparme.

“Deja que me vaya. No me interesa este lugar ni tú trabajo. Tengo mis propios planes y mi propio camino. No volverás a saber de mí”, señalé tratando de sonar sincera, pero el anciano entrecerró los ojos y frunció el ceño, sacudiendo la cabeza en señal de disculpa.

“Oh, querida, me temo que no soy quien para tomar ese tipo de decisiones, o estaría asomado por la puerta saludándote con un sándwich. El problema es que no podemos dejarte ir sin estar seguros de que todo eso es cierto. Nadie ha subido aquí en diez años sin una invitación, y sin embargo aquí estás, no eres una excursionista perdida… sino nada más y nada menos que una loba”, dice.

“Una hembra solitaria, lo cual es bastante inusual en sí mismo dada la jerarquía de la manada y el papel de las mujeres en tu mundo, por no mencionar el color blanco de tu pelaje. Me sorprende, y es demasiado sospechoso dadas las circunstancias”, dijo en voz baja, y supuse que no quería que Deacon, o quienquiera que estuviera vigilando las cámaras de seguridad, lo escuchara.

En sus ojos brilló una preocupación real y seria. Irradiaba tranquilidad, y mi se%to sentido me dijo que no era uno de los malos.

“¿Qué circunstancias serian esas?”, imité su expresión, con algo de recelo propio al observar su forma de actuar y la manera en que pareció encorvarse un poco, su postura siguió empeorando mientras se volvía hacia la pared.

Se detuvo frente al carrito de la comida y lo empujó hacia mí con una sonrisa falsa.

“Llevamos años analizando un ADN muy inusual, y un raro espécimen cae justo en mi regazo. Es casi como si lo hubiera dispuesto el destino, o tal vez un pequeño espía vino a recabar información para una manada rival. Mi trabajo hasta ahora ha sido protegido en el mayor secreto, pero nos encontraste… una rara y escurridiza loba blanca”, levantó las cejas con suspicacia y yo lo fulmine con la mirada, pues su acusación me ofendió enormemente.

“No soy una espía, y no tengo ni idea de lo que estás hablando. Soy blanca, porque al igual que mi madre, carezco de un pigmento… no es raro porque sea especial, ¡Es un defecto! Una línea de sangre diluida, o alguna tontería por el estilo, y realmente no es deseable en absoluto. En mi mundo, soy una marginada porque soy inferior, así que al diablo con tu teoría. A nadie le interesa ese tipo de información, y menos a mí”, dije en un arrebato.

Fue un arrebato de ira basado en viejas heridas y en el dolor de mi corazón, y gruñí con un tono áspero y crudo en mi voz, reprimiendo una lágrima que amenazaba con salir. Mis propios problemas de inferioridad salieron a la luz y surgieron en forma de rabia.

El médico empezó a reírse como si yo hubiera dicho algo ridículo, sus ojos estaban muy abiertos y sobresaltados, y su expresión me desconcertó por completo y me descoloco.

“¿Un defecto? ¿Según los estándares de quién, querida niña? La sangre hibrida es espectacular, y una obra maestra de la ciencia de la ingeniería, cariño. No sé quién te ha mantenido en la oscuridad todos estos años con esas tonterías, pero el color blanco… no es un defecto”, explica.

“En una raza en la que se posee la perfección física y se pueden auto curar las peores heridas y enfermedades, ¿crees que tu ADN permitiría semejante atrocidad, por defecto? No, claro que no, no podría. Tus propios dones resuelven los problemas de tu constitución, desde el momento en que naciste”, comenta.

“Eres la perfección de la unión entre dos especies y eso solo ocurre cuando la bioquímica de un determinado conjunto de genes se alinea de forma mágica. Dos especies, dos tipos de sangre, se fusionan maravillosamente en una danza cautivadora que produce una nueva e igualmente magnífica tercera especie”, continúa explicando.

“Tú, querida… eres lo que me he estado muriendo por analizar durante la última década. Se trata de una combinación casi imposible de conseguir sin horribles deformidades, o incluso sin pérdidas. Quien diseñó tu asombroso ADN debe haber sido increíblemente talentoso. Dime, ¿Eres de primera generación, o naciste de forma natural?”, ese gran discurso, y el siseo de sus exageradas palabras me dejaron perpleja.

Intenté asimilar la mitad de lo que me dijo aquel loco, y no paré de parpadear mientras intentaba traducir sus palabras al español.

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