Capítulo 70:

“Cállate, princesa. Sí sabes dónde estás porque arrastraste el trasero hasta nuestra puerta y trataste de espiar. La pregunta es… si hay más de los tuyos por ahí”, es un tono grave, imperativo, casi como un gruñido, de un hombre serio con una mirada de mal presagio.

Vuelvo a sentir el miedo en mi interior, después de que él acalla mi intrepidez; me sosiego, me controlo y lo miro fijo.

Es un hombre aterrador, definitivamente, es un lobo. No es que mi sentido del olfato esté funcionando. Es alto, robusto, de buena figura, bien parecido y poseedor del estilo dominante y cansino típico de un lobo, y un Santo en toda regla, lo cual, en sí mismo, es raro.

Es latino, moreno, bronceado, guapo, y juro que sus ojos son de un color chocolate más intenso que los de Colton, aunque tiene toques de verde que los aclaran y de alguna manera extinguen todo su ardor.

Su mirada es arrogante y tiene los labios ligeramente caídos, al igual que Colton,lo que le da un aire de superioridad agresiva. Colton, incluso cuando se porta como un idiota arrogante, siempre tiene una sonrisa en su rostro. Chico bonito… gracioso… con hoyuelos… Dios, lo extraño.

“Imagínense que pronto lo sabrán”, comento con arrogancia, no dispuesta a darles ninguna información hasta que sepa lo que me va a pasar.

Hasta ahora parece que las pruebas y los experimentos usados para sacarme información no tienen probabilidad de éxito. Debido a mi blancura, corro el riesgo de que el tipo de la bata blanca que tiene una deformidad en la pierna, se obsesione conmigo.

Si saben que estoy sola y que nadie me sigue la pista, o que no hay nadie conmigo, es posible que no piensen en deshacerse de mí.

Él dijo que esta era una instalación ultra secreta, y supongo que prometerles que no voy a decir nada no va a surtir ningún efecto. No debo decirles nada, y debo rezar para que crean que soy un don nadie y me dejen irme pronto.

“Esa no es una respuesta sensata, cariño. Tu nombre… el nombre de la manada. No te hagas la inteligente. Cuanto antes sepamos quién eres, más rápido podrías salir de aquí”, me mira con saña, sin ningún tipo de amabilidad en su rostro.

Respiro fuerte, medio me río sarcásticamente y pongo los ojos en blanco, sin dejar de percibir cuánto énfasis puso en la palabra podrías.

“Seguro que lo haré. Me explico, es totalmente normal ser un imbécil, drogar y atar a la gente, ¿Verdad?”, probablemente, este no sea un buen momento para darme cuenta de que me porté mal y que fui impúdica mientras vivía a la intemperie, pero hay algo en él que realmente me irrita.

Supongo que es su aspecto latino y ese acento que me recuerda a tantos imbéciles engreídos con los que crecí; su tono me está poniendo los nervios de punta. Estoy harta de ser presionada por estos lobos alfa con sus malditos complejos de superioridad.

“Aquí está Deacon, nuestro jefe de seguridad, y tendrás que disculpar su abrupto proceder. A él solo le preocupa mucho que la naturaleza delicada de nuestro trabajo pueda verse en peligro si unos lobos rebeldes aún sin identificar, y lindos, alteren el orden de nuestra instalación”, explica.

“Disponemos de materiales sensibles que requieren una protección esmerada.  Te ruego que comprendas nuestro dilema e ignores la hostilidad de mi amigo en una situación tan desacertada”, se mueve de un lado a otro, se ve nervioso y tratando de transmitir un aire amistoso.

“Doc… demasiada información para una niña malcriada que no da nada a cambio. ¿Por qué no va a darle brillo a uno de los estetoscopios que están allí y me deja esto a mí?”, refunfuña, y el pobre doctor se ruboriza ante la reprimenda verbal. Baja la mirada en señal de sumisión y no sorprende ver quién es el que lleva la voz cantante en este nido.

Deacon no es mucho mayor que yo, en materia de condición física y, sin embargo, actúa como si fuera del linaje arrogante y desagradable de Juan, siempre buscando pendencia.

Probablemente ocupó este puesto en contra de su propia voluntad y se desquita con todos los que lo rodean. Parece ser alguien a quien le encanta golpear a las personas en la cabeza con una pistola y abusar de su autoridad.

“Tal vez, si no estuviera encadenada a una cama, estaría más dispuesta a hablar”, puntualizo con sarcasmo, levantando una ceja para dar énfasis y firmeza a mi mensaje, y ocultando el miedo que todavía hierve a fuego lento en mi estómago.

Supongo que estar sola durante varias semanas al hilo me confirió una sensación de fiereza y confianza que no pensaba que podría recuperar, y esta vez es Deacon quien pone los ojos en blanco.

“Sin embargo, ella tiene razón en algo. No estamos siendo muy educados, particularmente cuando ella no puede ocasionar ningún daño físico dentro de estas paredes”, el doctor parece ser el tipo bonachón, y la mirada siniestra que Deacon le lanza lo obliga a callar de inmediato.

Se enciende del cuello hacia arriba y retrocede arrastrando los pies, alejándose un poco de la gran bestia que tiene a su lado.

“Será liberada cuando nos dé algunas respuestas”, no cede y se gira hacia mí, furioso, y con el entrecejo fruncido, en señal de que está ejerciendo su dominio.

Suspiro profundamente, sabiendo que no tengo más remedio que darles algo si quiero, por lo menos, poder usar mis extremidades.

Es desagradable ser interrogada por dos hombres parados frente a mí, mientras me exponen como un sacrificio a los dioses. Mentalmente, siento que esto me pone en una gran desventaja, y sentiría mucho menos miedo si me desataran.

“Muy bien. Me llamo Carmen… mi manada viene del este, y estoy aprovechando un pequeño asueto para hacer una caminata, después de una pelea con mi madre y, de estúpida me topé con su pequeño edificio y me dejé llevar por la curiosidad, eso es todo”, miento de manera convincente y miro al Señor Seguridad a los ojos, detenidamente, para que mi mensaje resulte efectivo.

Comienzo a sentir un temblor en el estómago, los nervios me superan y no puedo decir si las olas de frío son efectos secundarios de la droga, o si es mi ansiedad que sale a la superficie. No tengo idea de por qué elegí el nombre de ella.

Supongo que, de cierta forma, si me liberan, quiero que su nombre sea uno de los primeros en aparecer en la lista de los que van a matar. Quiero decir, en gran parte, ella es culpable de que yo me encuentre aquí.

“¿Carmen? Hum. No”, replica él y cruza los brazos sobre su pecho musculoso, tratando de hacer ver que está enterado, pero solo logra irritarme más.

“Hum, ¿Por qué no? ¡Caramba! Me llamo Carmen. Si no satisfago tus expectativas, lo siento, anormal”, jadeo, me retuerzo agresivamente y suspiro fuerte al ver que no consigo que me liberen.

“No eres muy buena mintiendo… tienes unas cincuenta historias, y la única verdad es que viniste a parar aquí, con nosotros. El resto es un cuento chino. Mira, lo único que necesitamos saber es quién más está contigo, y con quién te conectaste y si le contaste sobre este lugar, antes de que te derribáramos”.

“¿Qué importa eso, por el amor de Dios? No hay nadie conmigo, ¿Está bien? Estoy sola, y esta mi%rda ya huele demasiado mal. ¡Carajo!, Desátenme si son todos tan amables y amistosos, porque eso podría marcar una diferencia en esta conversación. ¡Qué mi%rda! Si quieres que hable, entonces sácame de esta maldita, incómoda e infernal cama de mi%rda. Me tienen postrada como si estuviera esperando una disección”, pierdo la calma.

La frustración que él me provoca me hace perder los estribos, me irrita de una manera que solo Colton podría lograr.

Atribuyo esto a que se parece un poco a Colton, y a que es un imbécil tan cabeciduro, tan obstinado, testarudo como solía ser Colton, cosa que me hacía odiar a los santos irracionalmente; esa actitud de sabelotodo, de hablar sandeces, de manipulaciones, de tanta mi%rda y de darme órdenes.

“¿Cuán sola estás?” dice, ignorando por completo mi rabieta de mujer.

Deacon se acerca a la cama, presiona con sus manos cada lado de mi cabeza y la cama se hunde cuando se inclina hacia mí y acerca su rostro lo suficiente como para mirarme a los ojos, al tiempo que bloquea casi toda la luz sobre mi cabeza y proyecta su rostro en la sombra.

Su acción tiene el efecto que supongo que él buscaba, en el sentido de que dejo de luchar y siento la marcha atrás en mi interior, completamente afectada y con un poco de miedo; yergo la barbilla en un intento por no mostrarlo y retrocedo sutilmente, pero sin dejar de ofrecer una pequeña resistencia.

“Sola durante todo el trayecto… mi manada no está conmigo, pero no puedo asegurar que se hayan rezagado”, esta es la verdad, ya que en realidad no sé si algún miembro de mi manada descubrió un rastro y me siguió.

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