Capítulo 67:

Quedo atrapada en gruesas y trepadoras vides y tropiezo con mis propias piernas, hechas un embrollo.

La caída me hace rodar hacia un seto, y mi hombro se golpea contra las rocas, lo cual frena mi desplazamiento por un instante.

Me tomo unos segundos para voltearme y mirar en dirección del área con mucha luz, soleada, que dejé atrás, y jadeo al ver la oleada de hombres vestidos de negro que salen de una trampilla cerca de la puerta principal; la trampilla es como una tapa oculta, sobre la grava, de donde salen cuatro sujetos, tal vez cinco.

Los dos que están ya de la parte afuera de las verjas miran hacia donde yo estoy, el bosque que atravesé corriendo y, con su puntería entrenada, apuntan con armas de gran calibre.

No sé qué fue lo que pasó volando a mi lado. No creo que desee saberlo, pero sirve para disipar rápidamente mi duda sobre el hecho de no estar fuera de peligro. La sangre me brota, lo que me pone fría y me petrifica mientras me abrumo; no hay duda de que me están buscando.

No vacilo más, me decido a actuar, ya que el terror vuelve a recorrer mi cuerpo a gran velocidad y me hace poner pies en polvorosa. Con la mirada puesta en el sitio donde estoy, se lanzan detrás de mí en cuanto ven los arbustos moverse, luego de salir de allí disparada.

Puedo poseer, o no, aptitudes extraordinarias, pero lo cierto es que puedo olerlos desde aquí, son lobos, y todos están armados. Es una pequeña partida de lobos machos, con un uniforme negro puesto y, evidentemente, vienen hacia mí.

No importa quién uno es ni qué historia podamos tener, eso nunca pinta bien, en ninguna circunstancia, y no creo que quieran invitarme a tomar un café y comer pastel.

Obviamente, me he topado con algo que hubiera preferido evitar.

Por mero instinto, se apodera de mí un impulso de mutar que casi me mata, debido a la velocidad con la que mi humanidad me está vulnerando, puesto que soy todo adrenalina.

Corro, tropiezo, me caigo. Sé que el ser humano en mí solo me está ralentizando y aumentando la probabilidad de que me den alcance.

Tengo la absoluta certeza de que los lobos no serán amables conmigo, y que no tendrán piedad si me atrapan en su territorio. Una muda de ropa es todo lo que tengo.

En este momento, necesito pensar en cómo sobrevivir, aunque eso entrañe tener que andar desnuda y sin mochila, a millas de distancia matorral adentro.

Nada más necesito encontrar otra manera de reunir las cosas que me van a hacer falta más tarde, y maldecirme por lo estúpida que fui al arriesgarme por este camino, cerca de esta maldita edificación.

Definitivamente, no es una central eléctrica que pasa inadvertida. Esos hombres eran guardias y, lo que sea  que estén vigilando es tan importante que tienen que estar armados y permanecer en los complejos.

¡Qué estúpida soy! ¡Vete a la mi%rda, Sierra!, tú y tus sueños de mi%erda que me urgieron a venir hacia el este. A la mi%rda el destino.

Que se joda Colton, por instarme a dejar la montaña, y que se joda Juan por ser la raíz de todo mi infortunio y de lo mi%rda que ha sido mi vida durante una década. Todo esto es culpa de él.

Estoy mutando. Mi lobo interior casi aúlla, a la par de una intensa liberación, y estoy feliz por ser libre al fin. Bajo la cabeza y me hago trizas la ropa, ¡Ay de mí!, mientras dejo mis últimas posesiones mundanas en la tierra y me echo a correr como una liebre. Es todo lo que puedo hacer ahora, y me persiguen a toda velocidad.

Me caigo y me abro paso entre árboles, que están tan apiñados que se hace casi imposible atravesarlos, pero logro liberarme estrepitosamente a base de pura fuerza y fuerza de voluntad.

La madera se hace astillas, las ramas crujen, pero el silencio ya no me preocupa porque el ruido que hago al huir no es menor que el de ellos en su persecución. Los siento venir, los escucho, los huelo, y hasta siento sus latidos, en sincronía con los míos, mientras su olfato me pisa los talones.

El pánico se apodera de mí, más tengo la esperanza de que esa especie de anestesia o insensibilidad que me transmitió el oso se active pronto, de lo contrario estoy jodida.

Ni siquiera puedo detenerme a intentar usar algún don en este momento, puesto que no sé cómo hacerlo. Recientemente, traté de invocarlos y fue en vano. En este momento, no estoy furiosa, pero tengo miedo, y no tengo esperanza, absolutamente ninguna, de poder invocar ningún otro sentimiento.

Hay algo más que zumba sobre mi cabeza, es como un pequeño túnel de viento que, al pasar, me da como un pinchazo y un jalón de pelo.

Se dispara directamente contra el árbol que tengo a varios pies delante de mí y, al pararse en seco, estoquea brutalmente al tronco, que se mantiene erguido y orgulloso.

Solo lo veo durante una fracción de segundo, un tubo transparente lleno de un líquido acuoso, una cola cubierta de un plumaje rojo, profundamente incrustada en la piel áspera de madera del pobre árbol.

Me llama la atención, me atrae, y antes de que pueda pasar corriendo, mientras todavía trato de descifrar qué es, algo intenso como una puñalada se descarga sobre mi columna vertebral, justo entre mis omoplatos, y me provoca un dolor punzante tan intenso que me hace aullar involuntariamente.

Un estridente y quejumbroso ruido que me lastima los oídos.

El impacto es fuerte, el dolor inesperado, y la combinación me hace tropezar y caer de bruces contra las ramas y rocas del terreno en el que corro a gran velocidad.

Al rodar, golpeo el suelo áspero del bosque como un peso muerto y me deslizo, desmañada, arrastrando escombros y hojas secas conmigo, llevándome una nube de polvo que me asfixia, a través de un pequeño claro dónde va cayendo todo lo que llevaba pegado en la espalda, como si me lo sacaran de un tirón que me revuelve el estómago.

Aterrizo sobre mi cara, con las piernas extendidas mientras mi cuerpo me traiciona al volver a su forma humana sin que yo se lo ordene, y mis ojos se enfocan en algo diminuto que está a solo unos pies frente a mí.

Me siento aturdida y estoy tratando de recuperar el aliento, mientras esta extraña sensación cálida y sobrenatural me atraviesa desde el punto de conexión en el centro de mi espalda.

Es lo mismo que golpeó el árbol. Un tubo transparente, con la diferencia de que ahora está vacío, con una cola de cepillo roja; sola que esta vez puedo verle la punta: larga, plateada, extremadamente aguda, y muy parecida a los dardos usados para derribar animales grandes. Los he visto en documentales sobre reservas de caza africanas.

La aguja es gruesa y enorme, así que no es de extrañar que sintiera como si hubiera sido apuñalada con un gran objeto puntiagudo; lo hicieron, literalmente… a la velocidad de un tiro.

Dejo escapar un gemido y trato de andar rápido, consciente de que un tubo vacío sugiere que el contenido está dentro de mí.

Intento levantarme, pero mis extremidades ceden, como si fueran una carga pesada de carne sin valor y sin control, y mi visión comienza a nublarse. Me siento grogui y todo a mí alrededor se balancea a tontas y a locas, como si acabara de subir a la cubierta de un barco en medio de una tormenta,

No me gusta esto. Siento el estruendo de los pies que se me acercan rápidamente, así como los aullidos de los lobos convirtiéndose en voces humanas. Puedo discernirlos hasta cierto punto, mientras me llegan a través de la suave brisa de los árboles susurrantes y el silencio comienza a imponerse.

Mi audición y mi cabeza se desvanecen, a pesar de que trato de luchar.

“La impacté… está a la izquierda. Sepárense, dispérsense, por si es necesario darle una dosis doble”, dice.

No puedo agarrar nada. Mis manos rasguñan el suelo fangoso sobre el cual yazco, desesperada por seguir tratando de correr. Aunque soy consciente de lo inútil que es, algo en mí se niega a renunciar a la lucha y me insta a ponerme de pie; es como una vocecita cálida en mi mente que me llama suavemente.

Lo juro, escucho a Sierra venir hacia mí, desplazándose en el viento, al tiempo que me recuerda lo mismo que ha estado diciendo todo el tiempo. Sin embargo, de alguna manera, en el estupor en que me encuentro, eso significa algo más.

“Sálvanos”, en mi latente delirio y con mis dedos débiles y temblorosos, hago un esfuerzo por tender mi mano, segura de que veo su rostro en el dosel en alto, mientras la vista se me nubla.

“No puedo. No soy lo suficientemente fuerte”, es un susurro patético que cae en el vacío, al tiempo que las lágrimas nublan mis ojos por mi propio fracaso, y me duele el corazón porque de alguna manera la he defraudado, aunque eso no tenga sentido.

Tal vez sea el dolor de fallarme a mí misma.

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