Capítulo 40:

‘No tardaré demasiado, mi padre esta con todos los lideres para hablar de planes, horarios sabes de lo que estoy hablando. Dejaré nuestro enlace abierto en caso de que me necesites. No permitas que ninguno de ellos te trate como basura o tendrán que ver setas conmigo’, su profunda y ronca voz me hace añorar su presencia y suspiro con cansancio.

‘Matteo está siendo un caballero y me cuida. Estoy segura de que intervendrá’, trato de hacer que se relaje, sin embargo, me sorprendo al sentir una abrumadora ola de emociones provenientes de él debido a que no le ha gustado lo que he dicho.

Es un indicio de celos y parpadeo hacia Matteo como si no entendiera el punto. Él está de espaldas a mí, sirviendo su bebida, y no se encuentra cerca de mí.

‘Correcto. Como he dicho, no tardaré demasiado’, su tono es entrecortado y cierra el enlace antes de que pueda responderle, a pesar de que había dicho que no lo haría, sonando apagado y malhumorado, y juro que en realidad me dan ganas de reírme de lo ridículo que está siendo.

Me envió aquí con Matteo, ¿Y ahora él está qué? Celoso, porque dije que estaba siendo amable. Sabía que los machos eran territoriales y posesivos por naturaleza, lo cual era peor cuando se apareaban, pero ni siquiera soy suya y él no tiene nada de qué preocuparse. Nos imprimamos, y el destino se aseguró de que no tuviera deseos de mirar a nadie más, incluso aunque él me rechazara.

Inhalo profundamente, aparto ese pensamiento y vuelvo a mirar el fuego, tratando de que no me afecte cuando la puerta se abre y dos niños entran pisoteando mientras discuten entre ellos.

“Eres un mentiroso, nunca dije algo por el estilo”, el primer macho chasquea, se gira y me ve e instantáneamente frunce el ceño como si acabara de enfrentarse a una terrible o vil visión. Se detiene en seco a la vez que el otro choca contra él por la espalda con un ruido exagerado de ‘Whooomph’.

Como era de esperar, tiene el pelo oscuro, está bronceado y tiene el típico aspecto colombiano. Todos los Santos eran originarios de allí, antes de venir a este lugar hace algunas generaciones.

Tienden a aparearse con otros como ellos, por lo que la línea de sangre se mantiene más pura, y la mayoría de los machos son enviados de regreso durante su primera infancia para pasar un tiempo en sus países de origen, por lo que la mayoría tiene acentos mixtos, como Colton.

“Oye, ten más cuidado”, gruñe molesto y lo empuja hacia adelante, dejando al descubierto una cara idéntica y la misma constitución, y me doy cuenta de que ambos niños son gemelos.

Si la memoria no me falla, puedo sacar de la mente de Colton que se trata de Domi y Remi.

Son un año más jóvenes que Colton, por lo que tienen dieciocho años como yo. Los muchachos son larguiruchos, altos y atléticos, con cabello castaño y suaves ojos color avellana. Más Santos y estoy segura de que son primos lejanos de Colton por parte de su madre.

“¿Y por qué está ella aquí?”, el primero se vuelve hacia Matteo con un gruñido y se encuentra con otro gruñido en respuesta.

Matteo aparentemente crece una pulgada más y los enfrenta.

“¡Porque Colton lo ha ordenado, y dudo que quiera escuchar que lo estabas cuestionando!”, no utilizan tono amistoso y tiene el efecto de amortiguar, al menos, la actitud de uno de los gemelos.

“Él no está cuestionando, solo está un poco sorprendido de que en nuestra sala de manada haya alguien… que no pertenezca a nuestra manada”, dice el otro, mirándome de soslayo y me encojo en mi silla, consciente de las punzantes olas abrazadoras de hostilidad que viene en mi dirección; incluso mientras sonríe aparentando no ser hostil.

“¿Quién no pertenece a nuestra manada?”, aquella voz femenina por la que he estado temiendo que llegue, entra por la puerta, saludando. Densa como la miel, y sensual, hace su entrada.

Ella se pavonea como la Reina de la mansión y se detiene en seco al verme. Sus ojos grises se vuelven tormentosos al instante, la carnosa boca se aprieta formando una delgada línea, y la piel de porcelana palidece aún más cuando la ira se enciende debajo de la superficie.

Sus ojos comienzan a brillar de color ámbar intenso mientras me gruñe con desagrado y baja la barbilla para adoptar una posición de ataque. Los lobos son agresivos por naturaleza y saltamos literalmente a pelear por cada pequeña cosa. Morder, rasgar, atacar. Así es como somos.

“¿Por qué demonios, le ha permitido entrar en este lugar?”, dijo Carmen perdiendo la calma, dando un rápido paso hacia mí.

Matteo se lanza hacia adelante usando su híper velocidad, bloqueándola en un nanosegundo y colocándose entre nosotros. Se mantiene firme, levanta su barbilla y hace una buena demostración ejerciendo su dominio.

“Colton quería que estuviese aquí y vendrá pronto, por lo que deberías callarte, sentarte allí y comportarte”, dijo Matteo con un tono no muy diferente al tono alfa de Colton, solo que menos efectivo, y ella dirige su mirada hacia él en vez de mí, no tan afectada como lo estaría si su alfa lo hubiese dicho.

“No me digas qué hacer…. no eres mi alfa, demonios, ni siquiera eres su beta”.

Un gruñido chisporrotea entre ellos y me tenso, esperando se desate el caos en este lugar. Me sorprendo al saber que Matteo no es su segundo al mando y rebusco en mis recuerdos para saber quién es. Juro por dios que mejor no sea Carmen, o estoy en problemas.

“Ahora, ahora, ¿Qué está ocurriendo aquí?”, otra voz femenina entra flotando, suave, ligera y extrañamente seductora, en un tono profundo y áspero mientras tres lobos más entran sin anunciarse, y la reconozco como Meadow, una de las mujeres mayores de casi veinte años, emparejada con el que está detrás de ella, Cesar.

Su hermano va con ellos, Jesús, y se detienen a contemplar la pequeña escena que tienen en frente.

“Ahora niñas, vayan a sentarse antes de que les rompa las garras para recordarles quién es beta en esta sala cuando Colton no se encuentra. ¡Siéntense!”, dijo con acento es pesado y denso, dejando en claro que es una recién llegada a Radstone y el inglés no es su primer idioma.

No es raro que los lobos con vínculos en otros lugares a veces traigan una manada familiar desde más lejos, para vivir con ellos o encontrar pareja, y sé que Meadow ha estado con nosotros durante algunos años, tal vez incluso desde la guerra. Sin embargo, su acento nunca se ha desvanecido.

Matteo y Carmen dan un último gruñido y se separan, caminando hacia los sofás, reprendidos y, sorprendentemente, sin desafiarla. Los gemelos los siguen, quienes desvían la mirada de su nuevo miembro y al instante se ponen de mal humor, desplomándose juntos en un sofá y me observan con los párpados bajos.

No había una sola pizca de calidez, lo que se sumaba a mi creciente inquietud mientras me siento rígida en mi lugar. Meadow ingresa en la habitación, con confianza, mirándome, sin vergüenza, y tengo la sensación de que me considera una presa.

Ella es un espectáculo para la vista, mide cinco pies con ocho, es fuerte, elegante y muy latina. Cabello negro, los ojos azul pálido más sorprendentes bajo negras cejas esculpidas y piel muy bronceada. Tiene labios carnosos, ojos de gata con un maquillaje perfecto y un atuendo ceñido de mezclilla con una blusa que muestra su amplio escote.

Es hermosa pero tiene un aura aterradora. No se aleja mucho del lado de las tierras de Santo, pero es obvio que Matteo no es el segundo al mando de Colton. Lo es Meadow.

No discutiría con ella, sus uñas naturales son largas, afiladas y puntiagudas, con un bonito esmalte de color rojo sangre, lo que me hace difícil imaginar cómo serían sus garras de loba. Sólo con su presencia infunde el miedo en mí.

“Hola. Soy Cesar, éste es Jesús… y ésta es la infame Meadow”, me dijo asintiendo con la cabeza, sin ningún atisbo de antipatía o cordialidad en su declaración neutral. Era otro tipo alto y fornido, y empezaba a ver un patrón en aquella manada.

Eran los mejores de nuestra raza y todos eran alarmantemente parecidos, excepto Carmen, la única rubia entre ellos. Eran robustos, aguerridos y tenían una actitud agresiva, algo común entre los más fuertes. Seguramente como manada tenían muchas disputas y peleas.

“Ella sabe quiénes somos, ¿Verdad, amiga? Tiene los recuerdos de Cole y estoy segura de que sabe cómo acceder a ellos”, Meadow se paseó delante de mí, con los tacones resonando en el suelo de madera, luego me miró de arriba abajo, sin importarle lo incómoda que me estaba haciendo sentir. Observó mi aspecto con ojo crítico.

“Sí, sé quiénes son”, respondí tímidamente, consciente de que alguien más había entrado por la puerta abierta y rogué que esos fueran todos.

El lugar estaba abarrotado de gente y empecé a sentirme como una presa en la guarida de un león hambriento. Ni siquiera los miré, ya que Meadow tenía una cualidad dominante que exigía que le prestáramos toda nuestra atención.

“¿Cómo pudo el destino equivocarse así?”, Jesús me fulminó con la mirada, y se puso al lado de su hermana, ambos eran casi idénticos, ya que parecían la versión masculina y femenina de la misma persona. Sin embargo, él se calló de inmediato cuando Meadow le lanzó una mirada de reproche junto con un sutil gruñido.

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