El destino de la huerfana -
Capítulo 36
Capítulo 36:
Soy un torbellino de emociones. Han pasado tantas cosas en las últimas doce horas que necesito un tiempo para que mi cerebro se ponga al día.
He pasado por traumas, cambios y necesito procesarlo todo. No sé cuál es el camino, y ya no controlo ni una sola cosa en mi vida. Ni siquiera dónde dormiré esta noche y, mucho menos, dónde viviré mañana.
“Ven. Por favor. No puedes quedarte aquí en este desastre de lugar. Además, tenemos que conseguirte algo de ropa”, me tiende la mano, extendiendo la palma hacia fuera, pero se la aparto.
“¿Por qué no me dejas resolver esto por mi cuenta? Este es el último lugar en el mundo en el que quiero estar”, respondo.
Las lágrimas comienzan a caer mientras la autocompasión me golpea con fuerza, y supongo que es porque también estoy agotada física y mentalmente. No es así como pensé que sería mi vida, y desde el día en que me convertí, todo ha sido un infierno y una angustia constante.
Él exhala con fuerza, frustrado conmigo, y me pone de pie de un tirón. Me levanta a pesar de mi negativa, tomando las riendas de la situación y sin ganas de discutir.
“Escúchame, Necesito que obedezcas por un tiempo, y luego resolveremos esto juntos. Cuando esto se calme, iré al orfanato y empacaré todas tus cosas, y podremos hablar sobre qué haremos a partir de ahí. Pero ahora necesito que vengas conmigo y hagas lo que yo diga”, dijo con ese tono de voz que suelo escuchar cuando dirige su manada.
Es el tono autoritario del Príncipe Santo, el que te advierte a no discutir con él.
¿Qué más puedo hacer? Soy técnicamente una prisionera aquí, sin ningún otro lugar al que ir. Me mantengo en pie, con alguien dándome órdenes en una casa llena de gente que me odia.
Literalmente solo tengo a él de mi lado para depender, porque el destino lo ordena. No tengo ningún otro lugar y, si soy sincera conmigo misma, todo es un lío, mis dones son demasiado nuevos y mi estado mental es demasiado frágil como para pensar en ir a cualquier sitio sola. Así que asiento de mala gana.
“Vamos entonces. Mantente cerca de mí”, Colton se da la vuelta y me guía, intuyendo que no quiero ni necesito que me toque.
Yo hago lo que me dice, permanezco justo detrás de él, sosteniendo mi sábana mientras espero que él coja una, envolviéndola como una toga para luego dirigirse hacia la puerta. Si Carmen nos viera ahora, desnudos y con las sabanas rasgadas para cubrir nuestro pudor, solo podría suponer lo peor, y no me imagino que eso vaya a salir bien.
Me estremece la posibilidad de que nos vea.
En cuestión de segundos estamos en el vestíbulo, avanzando por el amplio pasillo en semioscuridad, debido a todas las ventanas tapiadas y a la falta de iluminación, mientras él nos guía hacia adelante, yendo por algunas curvas y un tramo de escaleras hasta que llegamos al piso de abajo.
A mí me pusieron en el último piso, en el extremo de la casa, lejos de todo el mundo, y ahora parece que estamos en el tercer nivel, en un pasillo más luminoso con puertas todas con nombres y teclados en cada una.
Colton me detiene con un brazo, me empuja hacia la esquina que acabamos de pasar y me hace callar con un dedo en los labios mientras dos miembros de la manada Santo aparecen por una puerta.
Ambos se retiran y se alejan de nosotros, completamente ajenos a nuestra presencia. Nos hace esperar un segundo antes de dirigirnos de nuevo, por la mitad del pasillo hasta la tercera puerta a la derecha. Ya en ella usa su mano en el teclado, escaneando su palma mientras esta se abre. Su nombre está en la puerta, así que supongo que este es su dormitorio.
“¿Por qué nos escondemos si me vas a llevar abajo de todos modos?”, pregunto con desparpajo, recomponiéndome por primera vez desde que salí de esa habitación. Él me rodea con un brazo y me lleva hasta un espacio oscuro, cerrando la puerta tras nosotros realizando una última inspección del pasillo.
Atraviesa el dormitorio y se dirige a las puertas de madera que hay frente a mí, las abre para revelar los armarios, y empieza a sacar la ropa de dos en dos. Las ventanas están tapiadas, por ello todo está oscuro, pero la luz que brilla a través de las grietas ilumina lo suficiente para confirmarme que la luz del día ha llegado.
Lo sigo, observando el estilo casi escandinavo de Ikea y el minimalismo de su habitación. Le gusta el espacio, y la pulcritud, con muy pocos objetos que lo abarroten. Tonos neutros, maderas claras, plantas, mucho espacio libre y serenidad. Es limpio y aireado, y casi obsesivamente organizado.
“Carmen solo necesita saber que te he traído aquí para que enloquezca. Es mejor que aparezca abajo contigo, donde ella será contenida. Porque francamente, mis oídos y mi cabeza no pueden soportar sus dones en este momento. Ella todavía cree que tenemos un futuro, y necesito hablar con ella sobre eso”, continúa concentrándose en la ropa, su tono de voz es calmado como si no me hubiera causado dolor con aquellas palabras.
Me tranquiliza, y esa lejana pena y punzada que causan los celos encuentra su camino de vuelta a casa, a mi estómago. En todo este embrollo me preguntaba si nuestro vínculo se había visto afectado y si empezaba a sentir algo diferente por él.
Supongo que no tengo tanta suerte, ya que mi corazón sigue muy unido a pesar de todo. Estoy enfadada con él, decepcionada de él, pero aun así sigo anhelándolo y amándolo. Mi alma aún lo quiere y lo necesita.
Nos vestimos rápido, y aunque su ropa me queda holgada, es mejor que aparecer con un trapo y una sonrisa.
Siguiéndolo, salimos de su habitación para bajar otros dos tramos de escalera, y otros dos niveles antes de acabar de nuevo en el lugar en el que causé una escena hace horas. Esa amplia escalera final hasta la entrada principal que ahora está inmaculadamente tranquila.
Está mucho más limpio y ordenado ahora que los escombros han desaparecido, La puerta principal está cerrada, con la adición de varios mecanismos de cierres nuevos y resistentes en su lugar.
Los paneles de vidrio entablado están atornillados con abrazaderas sobre ellos por ahora, lo que sugiere que la amenaza de otro ataque está en la mente de Juan.
Colton me coge la mano de forma inesperada, deslizando sus fuertes dedos entre los míos, y me guía por el inmenso suelo de mármol hasta un pequeño pasillo que se aleja del baño en el que me metió antes.
No rechazo el contacto, pues lo necesito ahora que estoy humillada por lo que ha pasado arriba. Vulnerable una vez más y fuera de mi elemento, me aferro a él para que se haga cargo mientras estoy en sus dominios, aprovechando su fuerza y su capacidad para pavonearse en medio del caos.
Caminamos por la oscuridad en un espacio casi claustrofóbico, con voces, ruidos, y mucho movimiento en nuestro camino.
Seguimos a dos Santo a los que alcanzamos dentro de la sala más abarrotada que he visto nunca. Es difícil saber cuán grande sería si estuviera vacía, ya que está repleta de lobos Santo adultos, hombres en su mayoría, de todas partes.
Incluso los que no residen en la casa de la manada se encuentran aquí. Son, más o menos, más de un centenar, todos apretados luchando por un espacio para respirar. Aprovechamos y nos unimos justo en la parte de atrás sin ser vistos.
En el frente se pueden ver a varios ancianos y al chamán de pie en un podio bajo mirando hacia atrás a todos nosotros. Detrás de ellos hay hombres que no he visto nunca en mi vida, y supongo que son la generación de ancianos jubilados que aparecen en nuestros momentos de necesidad.
La mayoría son hombres, ya que es así cuando se trata de asuntos importantes. También hay algunas mujeres que no tienen hijos y que son más aptas para la batalla, ya que todas las que no lo son están en casa cuidando a sus pequeños.
Juan Santo está justo en el centro y parece esperar a que todos se callen antes de empezar. Su abrumadora seriedad se extiende por la sala, engrosando el ambiente con una tensión embriagadora.
Colton me lleva hacia él, colocándome justo en su pecho para que esté contra mi espalda, enlazando sus dedos en mis dos manos desde atrás.
Apoya su barbilla en la parte posterior de mi cabeza, acercando su cuerpo al mío de modo que estamos completamente unidos sin que sea evidente para los que nos rodean. Parecemos dos personas unidas debido a la aplastante falta de espacio, ya que nuestras manos están ocultas en la oscuridad.
Él es una cabeza más alto que yo, así que es una posición natural, y miro a mi alrededor para ver si alguien está mirando, pero todos están demasiado concentrados en su rey alfa.
“Silencio”, una voz procedente de las primeras filas pone fin a los incómodos murmullos de la sala y todos dejan de hablar.
El ambiente se vuelve más pesado por el mutismo forzado.
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