El destino de la huerfana -
Capítulo 32
Capítulo 32:
“Ni siquiera sabría cómo hacerlo, lo que dices es absurdo. Tu padre no va a dar un giro de 180 grados solo porque yo tenga un don inusual… mi nombre y linaje es lo que el desprecia, no mis aptitudes”, digo.
Me siento, dejándome caer contra la cabecera y deslizo el trasero hacia atrás hasta acurrucarme por completo. Lo miro.
“Las habilidades lo son todo. No estés tan segura. Me parece que voy a tener que hacer algo cerca de ti, o hacértelo a ti, usando uno de mis dones para que tengas que defenderte por instinto. Así es como debe funcionar, teóricamente. El instinto se hace cargo y no hay espacio para pensar”, explica.
Colton aparta la mirada de mí, un pequeño músculo de su mandíbula inferior se contrae y una vez más deja ver sus hoyuelos, casi siempre invisibles; un pequeño acceso de incertidumbre se apodera de mí.
Él está pensando en algo, analizando, está preocupado, dudando de sus propias decisiones; yo parpadeo, un poco aprensiva. No me gustan las vibras que está emitiendo, las cuales inquietan todos mis sentidos. Empiezo a preguntarme qué cosa haría él para llevarme al punto de tener que defenderme.
“Entonces, lo que estás diciendo es… que tampoco tienes idea de cómo hacer esto, ¿verdad?”, remarco, poniendo los ojos en blanco y, en broma, lo empujo por el hombro, en un intento por eliminar la tensión y apartarle esa idea de la cabeza. Me está poniendo nerviosa y eso no me gusta.
“Oye… no cuestiones a un hombre inteligente. Por supuesto que sé lo que estoy haciendo, y tengo un plan infalible, bueno, casi infalible. El único requisito es que no me odies después de esto… ni me mates, porque eso sería contraproducente”.
Sus palabras pueden dar la impresión de que está bromeando conmigo, pero hay un giro de 180 grados en su estado de ánimo y una gravedad que no menoscaba su sonrisa.
No obstante, siento en la barriga una fuerte sensación de temor al volver a captar un tono apagado entre los dos. Detrás de su comportamiento jocoso y su breve sonreír, tengo la impresión de que se esconde una cierta hostilidad.
No estoy segura de qué cosa es, pero al verlo mirándome con una mirada ligeramente perdida, con una pequeñísima arruga entre las cejas y con lo que parece ser una contracción muscular en la mandíbula, el estómago me da un salto y los nervios parecen agobiarme en el acto.
Me pongo tensa y me doy cuenta de que, por primera vez desde que nos unimos, siento que no debo confiar en el en absoluto.
“No te contengas”, suelta él, sin darme la oportunidad de responder su extraña orden.
Frunzo el ceño y abro la boca para decir ‘¿Qué?’, pero él me agarra por las caderas, me tira boca abajo en la cama y salta encima de mí en menos de un segundo, a una velocidad endiablada y con unos reflejos demenciales, sin darme tiempo a tomar aire, o a pestañear.
La sorpresiva maniobra me hace gritar, y su peso repentino y agresivo sobre mí re produce disnea.
Se las arregla para encajar su cuerpo perfectamente en el mío, de modo tal que mi nariz choca con la de él, y no puedo moverme ni un centímetro. Me agarra las manos, que se aferran de los cojines que tengo al lado de la cabeza, y me separa los tobillos con sus pies, brutalmente.
Aturdida y, de repente, sintiendo todo tipo de cosas agolpándose y colisionando, lo miro sin dar crédito a lo que estoy viendo y se me acelera el ritmo cardíaco hasta niveles extremos, y empiezo a intentar zafarme de su fuerte agarre.
“¿Qué estás haciendo? Colton, aléjate de mí”, en un susurro ronco y con una súbita sensación de miedo, pretendo decirle que la sensación no es buena, como aquella ocasión en que comenzamos con la marca, pero él me tiene completamente inmóvil.
Por un momento me siento excitada, y latiendo en mi interior; diría que estoy demasiado excitada para mi gusto, ya que la necesidad del vínculo se%ual comienza a hacer efervescencia dentro de mí de manera instintiva, en un acto de malinterpretación de nuestro contacto corporal.
Sin embargo, hay falta de sintonía, y mi excitación se apaga cuando me percato de que no me está irradiando en absoluto. Esto ni es consensuado ni es impulsado por la lujuria. No es seducción ni voluntad de aparearse conmigo, en absoluto, para sellar nuestro vínculo.
Ni siquiera ha intentado besarme, y está evitando mirarme a los ojos como debe ser, Colton desactiva todas sus emociones y nuestra conexión, para bloquearme internamente por completo, y enseguida siento que todo se torna oscuro, lo cual aflora mi aprensión frenética aún más.
Veo su rostro sombrío y la pared que media entre los dos, mientras sus ojos destellan un color ámbar, pero no brillan como deberían entre una pareja.
Por un fugaz segundo, capto un indicio de inseguridad en él y, lo juro, una señal de arrepentimiento. Mi disposición interna de auto conservación se activa y me aconseja que salga de esto en el momento, pero es demasiado tarde. No puedo moverme.
“Estoy forzando la situación. Desde ahora, te pido que me disculpes, pero tenemos que intentarlo. No me odies por esto. Yo tampoco me voy a contener”, dice él casi en un susurro, mientras palidezco.
“¿Qué…?”, no termino la pregunta porque se pone encima de mí en un santiamén, pasando de un toqueteo firme a uno áspero, y sus ojos color ámbar despiden un fulgor asustador que nos alumbra.
Se vale de su velocidad y su fuerza para atarme a su cuerpo, me pone boca abajo, al punto de casi asfixiarme con las almohadas de la cama y pierdo la perspectiva de todo.
Me inmoviliza y, con una mano, me agarra con fuerza las muñecas sobre mi cabeza, mientras que con sus pies me separa las piernas, y me quita la ropa con la mano que liberó del agarre.
Todo sucede tan rápido que al principio me quedo helada e incapaz de respirar y de absorber lo que él está haciendo, hasta que el terror abrumador me deja en una posición vulnerable.
Después de quitarme la ropa para verme desnuda, comienza a rasgarme la piel, cruelmente, con sus dientes, ahora un poco más largos. Me domina de un modo espantoso, de una manera inconcebible en una pareja.
Al principio jadeo, en estado de shock, mientras trato de luchar contra él, retorciéndome, apartándolo con aspereza, tratando de zafarme.
Y mi miedo interno me consume cuando, con una parte importante de mi cuerpo al descubierto, deja bien claro lo que me va a hacer. El estar yo con el trasero hacia arriba y la parte inferior del cuerpo totalmente expuesta, y él con la ingle detrás de mí, le da libre acceso para penetrarme por detrás.
‘¡Para! ¿Qué estás haciendo? Déjame ir, Colton… me estás haciendo daño. Me estás asustando. Por favor no, así no. Colton, por favor’, g!mo y ruego, y mis sollozos y mis lágrimas se suman a la asfixia que siento, mientras giro la cabeza de un lado a otro para poder respirar. Empero, no consigo soltarme en absoluto.
Estoy frenética y no dejo de disparar palabras que parecen chocar contra una pared y rebotar, porque él cortó la conexión y está haciendo todo lo posible por bloquearme.
Con una mano en la nuca, me presiona la cabeza y me choca el rostro contra las almohadas, para calmarme y someterme, al tiempo que se quita la ropa, me ata usando la fuerza bruta y me mantiene presa en la posición que él quiere.
Está totalmente ensimismado, recluido con determinación y, de repente, siento que no lo conozco lo más mínimo. Inmediatamente, nuestro vínculo pierde sentido y su propósito cambiará para siempre lo que somos.
Colton se vuelve cada vez más hostil, como si sentir mi miedo lo incitara. Utiliza la agresión y la fuerza bruta para presionarme y para infligirme dolor, como si quisiera empujarme a convertirme en más de lo que él ya es.
En algún lugar de mi mente, el juicio y la lógica están tratando de recuperar algo, pero estoy demasiado perdida en la histeria como para pensar con claridad. Su imponente fuerza, que fácilmente me domina, es más que suficiente para mantenerme así.
Todo su estado de ánimo y sus modales cambian, se eriza, mientras parcialmente se transforma en una bestia. Lo siento exudar, y la suave piel se le cubre de pelos. Y yo, de tonta, me pregunto si está permitido violar una fémina mientras se convierte en lobo.
Con certeza, ese perjuicio me va a matar. No creo que el se%o entre los dos esté permitido, ni siquiera de forma consensuada, dado que los lobos son cuatro veces más grandes que los humanos, y estoy segura de que eso también se aplica a los genitales.
Su despreocupación en relación con cuánto me está lastimando me indica que soy su presa, que nada lo va a detener, y que no parece importarle que sea un ser humano y que no esté dispuesta en absoluto.
Empiezo a forcejear de nuevo, a sollozar intensamente y a jadear de dolor, al tiempo que el corazón me late a un ritmo anormal.
Detesto lo inútil que soy ante esta situación, y él me rompe la blusa y acto seguido mete la cabeza y arrastra brutalmente los dientes por mi espalda, provocándome un dolor extremo y haciéndome sangrar. G!mo de agonía, me retuerzo debajo de él y trato de cerrar las piernas, pero mete una rodilla entre ellas para obligarme a dejarlas abiertas.
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