Capítulo 33:

Me arde piel. La tengo escaldada y con ronchas, formadas mientras la tela ha sido rasgada sobre mis hombros.

Me quita lo que aún me cubre, me quema y me marca. Sus garras rasgan mi cuerpo mientras se abre camino sobre mis muslos y mi trasero, y me araña bruscamente al tiempo que da vueltas y se dirige a mi punto central, con una intención muy obvia.

“¡No, no, no!”, grito tan fuerte que mi voz se quiebra y la garganta me arde con una agonía mordaz.

Me ha puesto tensa y me ha postrado y puesto a su merced, para hacer lo que quiera conmigo, esté esto, o no, relacionado con la impronta; estemos destinados, o no, a conformar una pareja.

El se%o siempre tiene que ser consensuado. Independientemente de cuánto te excite el individuo que elegiste, la fuerza nunca es una opción.

Es un pecado capital tener se%o con tu pareja sin que ella esté de acuerdo, en contra de su voluntad. Las féminas deben ser altamente valoradas, respetadas y cuidadas por su macho alfa.

En nuestras tierras, la vi%lación es un delito por el cual él podría ir a la horca. Solo la escoria y los marginados sociales harían algo tan horrible, incluso para los de mi clase.

No puedo creer que Colton me vi%le… me cuesta mucho trabajo creer que alguna vez estuve unida a alguien que pudiera hacerme esto. ¿O por qué? Ese no es él: esto no fue lo que sentí en nuestro período de impronta.

Mi cabeza está tratando de hallar alguna explicación para esto, porque es algo que me angustia en lo más hondo, pero el terror se apodera de mí y en ese momento la lógica deja de funcionar.

Pongo resistencia y cierro los ojos mientras sus garras avanzan lentamente entre mis piernas, acercándose con el objetivo de mancillarme y arrancarme lo que ya no es suyo. Por mi parte, trato inútilmente de defenderme y de sacarlo de entre mis muslos, en vano.

Intento morderlo, a pesar de que tengo la cara sobre la suave felpa de los cojines de la cama; soy consciente de que mis dientes comienzan a alargarse, pero él me tiene la cabeza casi atrapada entre mis brazos, y así no consigo zafarme.

Su voz resuena en mi cabeza, provocándome dolor. Y me estremezco cuando, de repente, vuelve a abrir el vínculo. De inmediato, su estridente tono, su rasgo dominante, asalta mis sentidos para seguir controlándome; sé que soy totalmente impotente contra él.

Deja ya de luchar contra mí y deja que te tome. Quiero lo que me pertenece. Como antes, mi cuerpo y mi voz están momentáneamente perdidos. Han sido violentados.

Lo odio con toda mi alma y hago de tripas corazón para luchar, movida por la necesidad de salvarme de lo que él intenta hacer, pero eso enciende algo dentro de mí, un súbito acceso de ira y la fuerza para luchar contra él con todo lo que tengo, para desarmarlo y librarme, por haber pensado alguna vez que él podía hacerme esto.

No soy una cosa poseída, o un objeto. No soy un desecho, él no puede usarme como le plazca y según le dicte su voluntad. Soy corazón, soy alma y cuerpo, y merezco ser tratada como cualquier otra persona. No soy una nulidad…

Soy una Whyte, y hubo un tiempo en que nuestra prole fue respetada, amada y aceptada. Él no puede rechazarme y luego creerse mi dueño, y maltratarme o perjudicarme por cualquier otra pareja. Soy digna, él no.

¡¿Cómo se atreve a pensar que puede maltratarme así?! Estoy indignada. Es como si mente estuviera implosionando de nuevo. Todo se torna oscuro esta vez, ya que mi cerebro ha colapsado.

Me despierto boca abajo en el suelo, hecha un desastre, con los brazos sobre mi cabeza, con desgarbo, y las extremidades extendidas sobre la madera dura, desorientada, ahogándome en mi propia sangre y con arcadas.

Trato de calmarme y pensar con claridad, e intento moverme, aturdida por unos instantes, y luego recuerdo dónde estoy y lo que él me está haciendo. En este momento, soy como un alud de agua que fluye de regreso al lecho de un río seco al abrirse una brecha en la represa.

Ese acceso de auto conservación iracunda, la toma de conciencia instantánea cuando la habitación me encara, ese salto que doy mientras el corazón se me desgarra y late con fuerza, y las garras que hacen acto de presencia, me indican que estoy poseída y lista para enfrentarlo en una batalla a muerte; me impulsa un motor interno que nunca supe que poseía.

Siento que mi odio sería capaz de derretir el acero, con el calor que irradian mis profundidades ardientes, y la histeria me hace girar, lista para derribar a mi atacante.

Doy media vuelta a una velocidad espantosa, y me percato de que está al otro lado de la habitación, mirándome como si yo tuviera dos cabezas. Nos separan por lo menos doce pies y él está agachado, jadeando intensamente, como si también se estuviera recuperando.

“¡Huy, huy! Lorey, cálmate, yo no hice nada. Detente y respira. Tómate un momento antes de que vuelvas a empezar”, sugiere.

Se pone de pie de un salto, con plena consciencia de que, súbitamente, estoy en pie. Con las palmas hacia arriba, mirándome, sin andarse por las ramas, está completamente desnudo, al igual que yo, lo que me lleva a sentir por él un odio letal.

Las garras se extienden plenamente, al igual que mis dientes, y mi cuerpo se estremece con su incipiente transformación y se prepara para luchar contra él, y mutilarlo hasta que este dolor en mi corazón comience a amainar.

Estoy abatida por dentro, como si mi alma estuviera hecha pedazos y colgada alrededor de mis órganos; estoy como la bazofia que se lleva el viento. Jamás había sentido tanta agresión o sed de sangre, y tengo a Colton justo en mi punto de mira.

Tengo un estremecimiento en todo el cuerpo, a pesar de que no recuerdo lo que él me ha hecho pasar, pero sí recuerdo bien lo que se traía.

“¿Qué me has hecho? ¿Por qué me lo hiciste?”, le grito, con mi voz gruesa, áspera e histérica, pero él alza bien las manos y me suplica mentalmente. Su mirada se suaviza y, sin intención de mutar, me mira a través de la distancia que nos separa.

‘Por favor, detente y escucha. Déjame explicar. No te he hecho nada, y no te haría eso’, él trata de persuadirme gentilmente.

‘Me vi%laste’, le grito en mi mente, sin conseguir ver nada mi alrededor, a no ser el latido pulsante de la vena en su garganta.

Entretanto, afino la puntería para saber exactamente adónde dirijo mi mortífera mordida, sin importarme si me convierto en víctima de mi propio mordisco. Lo mataré por profanarme, destruyendo mi confianza en él aunque ello implique arruinar mi corazón y mi alma.

Sacude la cabeza. Está desaliñado, se ve hecho polvo. Irradia muchísirnas emociones hacia mí, pero se las devuelvo, como pelotas de tenis que rebotan en una pared de vidrio.

No, no lo hice. Tampoco tuve la intención de hacerlo, en ningún momento. Lorey, por favor, siéntate… yo me quedo aquí, tú quédate allí, pero déjame hablar. Necesito que te calmes y escuches. Piensa, Recuerda.

Estoy respirando con dificultad, estoy jadeante y no puedo calmarme, mucho menos cuando me está diciendo que me calme.

No tiene derecho; no puede estar hablando en serio después de la mi%rda que acaba de hacer, Rompió la confianza, provocó nuestra ruptura, destruyó el vínculo y nada lo arreglará.

Mi cuerpo arde y la sangre en mis venas está en este momento como el magma. Puedo decir que he dado un giro que me ha permitido curar las marcas que grabó en mi cuerpo, porque ya no tengo dolor, solo coágulos de sangre.

En realidad, el hecho de no tener lesiones ni ninguna molestia física, me dice que ya he pasado de un estado a otro.

No obstante, no sé cómo eso fue posible si estaba inconsciente, o sieso puede pasar cuando no estamos conscientes. Aparto esa idea y lo miro con odio, enfocando toda mi ira en su rostro.

Lo odio tanto que casi puedo saborear el odio. Jamás dejaré que me vuelva a tocar, ni que se me acerque. Le arrancaré la garganta si lo intenta. En este momento, me resulta repugnante y vil, y no es quien yo pensaba que era. Es un abusador, indigno de ser un líder, indigno como compañero, como alfa, más digno como licántropo.

“¿Qué hiciste? Deja de mentir”, le digo en un gruñido que es mitad sollozo, un gemido desgarrador que reacciona ante una deslealtad, un aullido de mi lobo herido; estoy totalmente desolada.

En relación con lo que dice, que no me hizo nada, no le creo; sencillamente, no lo sé. Me desmaye mientras él estaba encima de mí, haciendo cosas…

No tenía intención de parar, y así lo dijo… él me ordenó. Trató de inmovilizarme para poder consumar el hecho.

“Tenía que hacerte reaccionar. Te dije lo que pretendía hacer. Y lo hiciste, Surtió efecto… eres increíble… tienes el don, cariño, es absolutamente perfecto”.

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