Capítulo 30:

Está siendo un poco demasiado frívolo para ser alguien que se había pasado la noche destrozando vampiros.

Su enfoque debería estar en nuestra inminente perdición. Y en nuestra vida de ahora en adelante, y no en lo que sea que esto fuera. Recordando los ‘buenos viejos tiempos’ y enfatizando el por qué nunca reconstruiría la confianza con su compañera elegida. No está actuando exactamente como si le importara hacerlo, por lo que puedo ver.

“No seas estúpido. Como no recordar al hijo Alfa del señor Santo. Sé quién eres desde que nací”, respondo con mucho sarcasmo.

Él está empezando a irritarme. Compartimos cada recuerdo, por lo que es bastante tonto decir que no sabría algo que él hace. O que no lo recordé en todos estos años. ¿Cómo podría olvidar al tipo que, por diez años, había sido nuestro señor, nuestro rey? ¿Cómo podría no conocer al hijo del hombre que había ordenado el exilio de los míos?

No tengo la oportunidad de golpearlo con ningún tipo de respuesta porque su mano viene hacia mi desde atrás y loca mi sien una vez más, proyectando, de las muchas horas de imágenes mentales, una sola, que se dispara al frente en un abrir y cerrar de ojos y me deja muda.

Inhalo sorprendida cuando aparece la imagen de mi madre, algo que me saca el aliento al instante y me deja inmóvil, presa de la más completa sumisión.

Mi hermosa madre angelical sosteniendo mi mano mientras caminamos por la orilla del lago, cerca de la caverna. Yo soy joven, muy joven. El lugar es cerca de donde él me pidió que lo viera aquel día en el bosque.

Mi madre está riendo, arreglando el lazo en la parte de atrás de mi cabello que lo mantenía fuera de mi cara y, sin embargo, la perspectiva que veo es desde los ojos de alguien que se encuentra en el lago. Soy una niña, tal vez siete, tal vez ocho, pero me reconozco.

También reconozco a mi madre, con una belleza que quita el aliento y una sonrisa deslumbrante, con esos ojos azules que ahora faltan en mi vida. Siento que el alma se me desgarra. El dolor me corta, y remueve parte de mi armadura.

Ella me acompaña hasta la orilla y me deja ir, así puedo jugar, ir a nadar. Corro hacia adelante y chapoteo en el agua, sin signos de vacilación.

Una niña valiente, que se creía capaz de cualquier cosa cuando se resguardaba a la sombra de su familia. Corro torpemente, chapoteo al estilo de una bala de cañón, y me sumerjo tan pronto como el agua me llega a la cintura, y ella me anima desde la orilla mientras me mira.

No puedo apartar mi vista mental de su rostro, de su risa, de la forma en que su voz hace eco en el aire a nuestro alrededor y me rodea con una calidez única, como si me estuviera abrazando.

Si soy Colton en este recuerdo, él me está observando, dirigiendo sus ojos hacia mí, y mi madre desaparece de la escena. No tengo control de dónde mira, porque este es su recuerdo. Sigue mi progreso mientras nado a través del lago, y luego es empujado hacia un lado, y de repente solo puedo ver agua.

Sumergido en burbujas y con la vista borrosa, las manos al frente, saludando mientras nada de regreso a la superficie, tosiendo y balbuceando mientras otro chico bloquea su vista.

Lo reconozco como un miembro de su manada más cercana. Un chico llamado Matteo, que suele estar a la sombra de Colton donde quiera que vaya. Había estado en el estudio hoy temprano.

“¿Te gusta ella o algo así? ¿Por qué siempre la estás mirando, Cole? ¿Es ella la razón por la que me hiciste venir? Siento que últimamente ella está donde quiera que vamos”, se burla, empujándolo hacia atrás y todo lo que escucho en respuesta es…

“Ya cállate. Ella tiene un nombre. Desaparece de mi vista y deja de ser un tonto”, es la voz de Colton.

Innegable, incluso a una edad tan temprana, ese suave tono de profundidad inmadura que se había convertido en como sonaba ahora. El tono completamente defensivo, y la vergüenza, insinuaban que su amigo tenía razón.

Yo había aprendido mucho sobre él últimamente, y sé que cuando lo atrapan se vuelve erizado y hostil. Justo cuando empiezo a darme cuenta de lo que me está mostrando, me suelta y rompe la proyección.

Me vuelvo hacia él a toda velocidad, con los ojos enormes y la boca abierta, insegura de haber interpretado lo que había visto de la manera correcta. ¿Pero de qué otra manera podría interpretarse?

“¿Yo te gustaba?”, pregunto en tono acusatorio.

No lo entiendo. Ese recuerdo es de mucho antes de que las guerras irrumpieran en nuestras vidas y lo cambiaran todo. Un tiempo que apenas puedo recordar. Y definitivamente no recordaba aquel día, ya que no habíamos tenido ningún tipo de interacción memorable.

Él se había quedado con sus amigos, yo con los míos, y luego fui a casa con mi mamá antes de que el sol se pusiera. Tendría que analizar mis recuerdos para estar segura, pero no había nada que sugiriera que él me hubiera notado.

“Estaba loco por ti, de una manera que no creerías. No sé cuántas veces traté de hablar contigo y me quedé completamente en blanco, o perdí el valor. Solía pasar el tiempo donde sabía que estarías pero luego llegó la guerra y te convertiste en…”, su voz se apaga, desvía la mirada, la vergüenza inunda su expresión, y sé lo que quiere decir antes de que termine.

Me convertí en una oveja negra. Una de las rechazadas.

Mi familia murió, y nuestra gente juntó a los que sobraron y escondió a los de mi clase en el rincón más oscuro. Yo estaba entre los rechazados y, como a todos los demás, a él le hubieran dicho que estábamos malditos, y que mantuviera su distancia.

Colton era un niño, y creo que su padre realmente le martilló en la cabeza que yo no era alguien digna. Su enamoramiento murió, me olvidó, y siguió adelante con su vida, ahora con Carmen.

“¿Por qué me estás diciendo esto? No recuerdo que alguna vez hayas tratado de hablarme, ni recuerdo momentos de mi infancia en los que hayas estado presente”, le aclaro.

No es que eso importe para nada.

Ahora me duele de nuevo, saber que incluso entonces él se había doblegado ante la voluntad de su padre y me había rechazado, mucho antes de aquel día en el bosque. Si estábamos destinados a estar juntos, ya me había fallado dos veces.

Colton suspira, me toma por la cintura, y vuelve a acercar mi cara a la suya para poder moverse y apoyar su frente en la mía.

El tipo de intimidad que esperarías de una pareja, y tengo que recordarme a mí misma que no somos nada de eso. No me relajo cuando me toca, sino que me quedo tiesa, tensa, y me niego a derretirme en sus brazos, a sucumbir al poder que tiene sobre mí.

“Yo era tímido, y tú eras una chica intrépida, segura de sí misma, que paseaba por ahí con sus amigas, ajena a cualquiera de nosotros. Los chicos eran tontos, y a ustedes les gustaba evitarnos a toda costa”, señala con una sonrisa, removiendo mis recuerdos del pasado, tan bien enterrados para proteger a mi corazón del dolor de haber perdido a mi familia.

Casi los había enterrado por completo. Una época en la que las manadas vivían cerca, pero se mantenían independientes. Una época en la que los chicos Santo eran solo ‘ese montón de idiotas del lado sur’, y no tenían autoridad sobre el resto de nosotros.

Ahora eso se siente como si hubiera pasado hace un millón de años, cuando la vida era normal, y yo tenía un verdadero hogar.

Mi propia cama, en mi pequeña habitación rosa, en nuestra granja. Tuve padres, un hermano, abuelos. Feliz y despreocupada, sin tener idea de que se avecinaba una tormenta lo suficientemente grande como para arrebatármelo todo.

Hubo un tiempo en que yo era solo otra lobezna, y Colton y sus amigos no eran nuestros superiores, sino una manada rival, y no existía animosidad entre nosotros. No entre los niños, por lo menos. Las peleas eran para los mayores.

Sonrío ante la idea de que Colton alguna vez había sido tímido.

Es decir, me resulta difícil creerlo ahora, por quién es él, por cómo es, pero hurgando en sus recuerdos, que ahora tengo almacenados en mi cerebro, y atreviéndome a retroceder hasta el antes, donde todas mis visiones todavía me duelen, puedo encontrar algunos que muestran a un niño mucho más reservado.

Al principio, cuando era joven, no era el lobo agresivo e intrépido que todos conocemos ahora. Había sido dulce en algún momento de su vida, hasta que, supongo, se endureció a causa de las responsabilidades que su padre le cargó encima.

Tenía nueve años cuando empezaron las guerras y, como un niño que ya era parte de la manada, habría perdido muchos años de su infancia al hacerse cargo de proteger a su familia en ausencia de su padre.

Fuimos atacados aquí también, y muchos jóvenes tuvieron que luchar por nuestra supervivencia.

No dudo que él había sido uno de ellos, casi puedo ver el momento en el que se alejó de cualquiera que no fuera Santo, apartó a la gente y se quedó en su pequeña burbuja, gruñendo a los que se atrevían a acercarse demasiado.

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