Capítulo 22:

Si creía que chocar contra un mueble era doloroso, no sabría expresar con palabras lo que se siente cuando tu piel, ya desgarrada y adolorida, es cortada por cientos de fragmentos de vidrio mientras vuelas a toda velocidad.

Hubo un momento de silencio mientras estaba suspendida en el aire y mi cuerpo cambiaba de dirección, como si no pasara nada durante un segundo.

Un instante de calma antes de darme cuenta de que estaba a tres pisos de altura y mi estómago se revolvió cuando la gravedad se encargó de arrastrarme hacia abajo.

Caí al suelo y el impacto me revolvió el estómago, repercutiendo en cada célula de mi cuerpo y destrozando lo que quedaba de mis huesos.

Estaba tan aturdida que al principio no podía sentir el dolor, hasta que mis pulmones intentaron recuperarse y empecé a ahogar me con mi propia sangre y bilis. Jadeé, convulsionando mientras intentaba moverme, pero sangraba profusamente y el suelo a mí alrededor se oscureció.

Los cristales rotos me cortaron por todas partes y la caída me hizo añicos. Estaba destruida y podía sentir que la vida se me escapaba, mientras permanecía mareada e impotente.

Me estaba muriendo… estaba segura, podía sentirlo, e intenté por todos los medios levantarme, pero no pude. Me quedé tumbada sin poder hacer nada. Yacía allí indefensa, totalmente inmóvil, aferrándome a permanecer consciente.

El dolor que sentía era solo comparable al que sentí cuando me transformé por primera vez, y no sabía cómo lo lograría de nuevo. Si no me transformaba, estaba condenada a morir… no podía curarme en mi forma humana y mi estado era crítico.

Algo me mantenía lo suficientemente débil como para que no pudiera convertirme en lobo, y por muy desesperada que estuviera, mi instinto de supervivencia parecía ausente. Se suponía que nos transformábamos sin pensarlo cuando nos enfrentábamos al peligro. Era algo habitual y yo ni siquiera podía hacerlo bien.

Mi cuerpo no podía resistirlo más. Había perdido tanta sangre que el suelo y mi ropa estaban empapados, y el olor metálico de mi sangre impregnaba el aire a mí alrededor. Me aferré a la hierba, estando boca abajo, y me impulsé hacia arriba con dolor. No podía rendirme. Intenté luchar y grité de dolor con cada movimiento que hacía.

Me moví tan lenta y dolorosamente que logré avanzar solo unos pocos centímetros, y me estremecí de terror cuando un par de pies aterrizaron junto a mi cabeza.

Mi destino era inevitable, y se cernió sobre mí como una pesada nube oscura, sabía que era inútil. Aquel sujeto saltó desde la ventana de arriba y, sin embargo, aterrizó sin ningún rasguño junto a mí, con forma humana. No podía ser un lobo,

Era un vampiro… habían regresado para terminar lo que iniciaron hace tantos años.

De pie sobre mí, con la cabeza gacha, me agarró la nuca y me clavó las uñas en la piel. Sus largas y afiladas garras me provocaron un dolor punzante, y luego me levantó para gruñirme al oído. Hice un gesto de dolor en cuanto me movió.

Me eché hacia atrás, patéticamente, y le cogí las manos, su piel fría y húmeda era ajena a todo lo que había sentido antes y supe que era cierto… habíamos oído historias… el tacto gélido y vil de la piel de los muertos vivientes. Ese monstruo frío y sin vida era un vampiro. Habían regresado.

“Fue demasiado fácil… ¿Y así se llaman a sí mismos guerreros? Están cayendo como moscas putrefactas. Un chasquido y se acabó todo para ti, cachorra. Estoy disfrutando de darle largas a esto, aunque… ¿Por qué no suplicas como hicieron tus amiguitos? G!me y llora un poco, haz que merezca la pena”, sentí su gélido y apestoso aliento en mi mejilla y me ahogó hasta la silenciosa sumisión, luego me derrumbé, perdiendo el conocimiento a pesar de mi lucha.

No tenía forma de defenderme. Mis poderes me habían fallado, mis palabras morían en mis labios mientras mis pulmones se esforzaban por obtener oxígeno y me ahogaba en mis propios fluidos corporales.

No podía convertirme y no tenía ni idea de por qué. Era tan débil e inútil como decía Juan… por mi culpa, Colton perecería también esa misma noche.

El sentiría mi dolor, sabría que yo estaba sufriendo y en cuanto mi corazón se detuviera, el suyo también lo haría. Había fracasado en mantener a salvo a mi compañero, también había fracasado en salvarme a mí misma y no era digna de su amor ni de su vínculo.

“Lo siento, amor mío. Tenías razón, no soy una guerrera”, dije para mis adentros.

No pensé que pudiera oírme, pues junto con mi capacidad de convertirme, perdí mi conexión mental con él.

Cerré los ojos, tratando de contactarlo, de escucharlo en mi cabeza por última vez, pero solo había un silencio sepulcral en los recovecos de mi mente. Los dedos del vampiro rodearon mi garganta, y yo esperaba el inevitable apretón que acabaría con todo.

Mi visión se nubló y me esforcé por ver por última vez el mundo que estaba dejando atrás. Él comenzó a asfixiarme lentamente, disfrutando de la sensación de poder, saboreándola, satisfecho por el hecho de que no me quedaban fuerzas para luchar. Estaba verdaderamente enfermo.

Mis ojos se posaron en el caos que tenía ante mí y mi corazón se rompió al ver la devastación. Las lágrimas corrieron por mis mejillas mientras la tristeza adormecía todo lo demás. Una tranquila paz se apoderó de mis sentidos cuando el shock y la realidad me golpearon, para protegerme del horror de lo que estaba presenciando.

Había cadáveres por todas partes. Los rechazados, los guardias, uno al lado del otro, sin importar su rango social. El suelo estaba cubierto de manchas de sangre, escombros y los cuerpos sin vida de mis compañeros, esparcidos por doquier. Les habían arrancado la cabeza, estaban mutilados.

Algunos habían sido despedazados y otros habían muerto desangrados y degollados. Era una escena sangrienta, un caos total.

Nunca vimos venir una masacre así, en la que atacaran a los miembros más vulnerables de nuestra comunidad, los que no tenían forma de defenderse. La mayoría de nosotros éramos solo niños o adolescentes, y nunca tuvimos una oportunidad.

Eso había sido todo para nosotros. Mi historia llegaría a su final.

Cerré los ojos y acepté mi destino, ahogándome lentamente, ya sin pánico, resignada, mientras la sangre alteraba mi sentido del gusto, provocándome arcadas.

Sentí la hierba bajo mis palmas. Se sentía cálida y pegajosa con mi propia esencia vital. Me costaba respirar y mi corazón se rendía, incapaz de luchar por el deplorable estado de mi cuerpo.

Esperé el momento final que pondría fin a la agonía y al sufrimiento. La súbita fuerza con la que me aplastó la garganta me hizo sufrir un espasmo, siendo ése el golpe final, pero en lugar de pasar de un plano a otro, fui liberada.

Me dejaron caer poco después, de modo que mi cara golpeó la hierba húmeda y apestosa, y pude saborear mi propia sangre al inhalar forzosamente. Libre de su agarre, seguí con la mirada algo que volaba frente a mí, distinguiendo apenas su trayectoria.

Vi el destello de un pelaje negro, era de una enorme bestia enfurecida que soltó un gruñido y derribó al hombre que me tenía cautiva.

Supe que era Colton en cuanto su olor me llegó con el viento. Tuve un instante de plenitud interior que solo su presencia podía darme, y una pequeña parte de mi corazón se recuperó. Me giré para observarlo, pues poco más podía hacer.

Era implacable, un verdadero guerrero, y uno de los más grandes de la manada, ya que era tres veces más alto que mi agresor cuando estaba de pie sobre sus patas traseras.

En cuestión de segundos, sin ningún esfuerzo evidente ni lucha, desgarró a ese hombre miembro por miembro, sin vacilar, como si simplemente estuviera desgarrando un trozo de papel de cocina mojado. Sus partes se desparramaron entre un río de sangre, con un dramatismo casi explosivo.

Volvió a gruñir y sus dientes brillaron bajo la luz de la luna, se giró con fiereza y lanzó la cabeza del vampiro al otro lado del campo, con la suficiente fuerza como para perderla de vista.

Fue un acto de rabia y furia, y luego echó su propia y enorme cabeza hacia atrás, dejando que el aullido más aterrador, capaz de revolver cualquier estómago, brotara de lo más profundo de su cuerpo, alertando a sus compañeros de que debían acudir.

Pude escuchar como mis hermanos despejaban el perímetro sin esfuerzo, como si fueran una corriente de agua sobre las rocas, subiendo y fluyendo suavemente desde todas las direcciones hasta aterrizar en el campo.

Mi vista estaba repleta de la silueta de otros lobos, de todos los tamaños y pertenecientes a las manadas de todos los rincones de la montaña. Estaban unidos para luchar contra un enemigo común.

Intenté levantarme, aliviada al ver que habían acudido en nuestra ayuda, que nuestros salvadores estaban con nosotros, pero no podía moverme.

Mis manos estaban ensangrentadas y desgarradas, mi cuerpo estaba débil, internamente destrozado, y ya no sentía las piernas.

Estaba tan agotada de mi fuerza vital que me desvanecía en la nada. No importaba cuánto lo intentara… no podía moverme.

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