El destino de la huerfana -
Capítulo 21
Capítulo 21:
No sabía lo que estaba pasando, pero el instinto me hizo retroceder, aunque el mundo temblaba a mí alrededor, y me escondí bajo la cama más cercana.
Volví a ponerme en posición horizontal y utilicé todas las fuerzas que me quedaban para protegerme entre las sombras. Inhalé profundamente y aquel aroma formó en mi mente una imagen del rostro al que pertenecía, tan clara, que casi estaba sobre mí.
Era Vanka. Era su olor, su aroma. Tan fuerte que debía estar muy asustada o en forma de lobo. No estaba segura.
Me arrastré, rompiéndome las uñas en el doloroso proceso, mientras temblaba por el pánico. Algo me decía que me escondiera. Las sábanas que colgaban de la cama deshecha de Vanka me ayudaron a ocultarme y, por una vez, me alegré de su desprolijidad.
Agradecí que fuera tan desordenada, dejando siempre un caos a su alrededor, y me acurruqué un poco más para encajar en un rincón. Me asomé, con mi intuición diciéndome que no hiciera ruido y me mantuviera oculta.
Contuve la respiración y me tapé la boca mientras las lágrimas caían silenciosamente por mis mejillas. El miedo estaba a punto de consumirme, haciéndome tiritar tanto que estaba segura de que me delataría.
Mi puerta seguía abierta y, cuando empecé a acostumbrarme a la oscuridad, mi visión nocturna se activó por primera vez desde que pasé por la transición, cuando distinguí algo que pasaba delante de mí e inhalé rápidamente para calmarme.
Mi corazón se aceleró, golpeando mis costillas erráticamente mientras las lágrimas empapaban mi mano y mi muñeca.
Una figura alta y oscura se paseó delante de mí, imponente y borrosa, y se detuvo de repente. Pensé que tal vez había sentido mi presencia y retrocedí un poco más, tratando de hacerme lo más pequeña posible.
Tenía mucho miedo. Aquel desconocido se giró lentamente para mirar en mi dirección y sentí que se me helaba la sangre. Cerré los ojos con fuerza y apreté los puños en un intento de pasar completamente desapercibida.
Recé al destino para que no me viera. Fuera quien fuera, sabía que no era un amigo. No era uno de los nuestros.
“Ven aquí, perrito, perrito… ¿dónde te escondes? Sé que hay al menos uno más aquí arriba…”, sus espeluznantes palabras me hicieron contener con fuerza las lágrimas.
Su voz era extraña para mí, casi satánica, profunda y ronca, con un fuerte acento. Era inusual, pero no sabía por qué. La desconocía totalmente.
Su olor no se parecía a ningún otro, y apenas podía reconocerlo. No era Vanka, aunque podía sentir que estaba cerca, lo que no hacía más que confundir mi cerebro, entumecido por el miedo.
La sádica carcajada que siguió a su atrevimiento verbal me destrozó por dentro, y mi cuerpo se debilitó por los escalofríos en cuanto entró en la habitación.
“Puedo escuchar el latido de tu corazón, pequeña… tienes miedo… ¿Por qué no sales a jugar, como hacen tus amigos? Yo también quiero jugar contigo…”, dijo con otra carcajada que me puso los pelos de punta y me provocó un escalofrío que me recorrió la columna vertebral, de manera que me estremecí incontrolablemente.
Era la voz de alguien realmente desquiciado, y malvado, y estuve a punto de perder el control. Me puse rígida y contuve la respiración para mantener la compostura.
Volví a taparme la boca con fuerza, ya que las ganas de llorar me dominaban y me hacían temblar, contuve la respiración y rogué a Dios que me dejara en paz. No sabía quién era y aquel olor me desorientó tanto que luché por no tener arcadas mientras mantenía mi atención en aquel desconocido.
Podía sentir algo repulsivo en el aire, invadiendo mis pulmones, era horrible y penetrante, tan metálico y potente que hacía que me ardieran los ojos por su toxicidad.
No era uno de nosotros. No sabía qué era, pero sus intenciones no eran buenas. Podía percibir su sed de sangre y eso me hacía sentir completamente impotente. Paralizada y aterrorizada. Se acercó arrastrando algo pesado, y pude identificar que ese era el origen del sonido sordo que escuché antes.
Me atraganté con la bilis que subía por mi garganta y casi me ahogué en el proceso. Mi corazón estuvo a punto de estallar y convulsionar cuando vi el cuerpo sin vida y sin cabeza que aquel sujeto arrastraba tras de sí. No pude controlar mis arcadas, ni pude evadir aquel hedor…
Sentí pánico, histeria y que mi mente colapsaba al identificar qué y quién estaba con él. No había duda de quién había sido su víctima, y no podía apartar la mirada ni borrar esa imagen de mi mente, por mucho que lo intentara.
Era Vanka, ¡Estaba muerta! Estaba allí mismo, a escasos centímetros de mí, siendo arrastrada por ese monstruo que la utilizaba como un juguete para su enfermizo y retorcido.
“Sé dónde estás, cachorra. ¿Por qué no sales y me haces un favor? No quiero tener que sacarte de ahí abajo. No es divertido si tengo que hacerlo”, dijo con odio venenoso en su voz, y me imaginé su sonrisa sádica, mirándome fijamente a través de la oscuridad, disfrutando cada momento de aquella situación.
Dejó caer el cuerpo sin vida de Vanka al suelo, y el golpe provocó un estruendo, su cadáver tenía los brazos extendidos y yo retrocedí, las lágrimas me nublaron la vista mientras intentaba hacerme lo más pequeña posible, conteniendo mis sollozos.
No sabía qué hacer, estaba aterrada, y si Vanka no era rival para esa cosa, entonces yo tampoco lo era. No sabía cómo luchar; nunca había tenido que hacerlo. No era una guerrera, ni siquiera era agresiva. Era una inútil, una marginada de una familia de granjeros que no valía nada para nadie.
Me mordí el labio, paralizada por el miedo, cuando, de repente, aquel desconocido levantó la cama con tal violencia que una ráfaga de viento me despeinó, y luego la estrelló contra la pared sin ningún esfuerzo, haciendo gala de una fuerza muy similar a la nuestra.
Jadeé y reaccioné cubriéndome la cabeza con los brazos de forma defensiva, mientras los trozos de madera caían sobre mí. La cama desmoronándose y convirtiéndose en astillas sonó como un auténtico caos.
Estaba totalmente expuesta, como una presa que esperaba ser devorada en un pequeño rincón.
Se acercó a mí con tal velocidad que lo vi venir a cámara lenta, y grité horrorizada, sofocada e inmóvil por un segundo.
“¡Muévete, Alora… muévete!”, dijo una voz en mi interior, tratando de hacerme reaccionar, de decirme qué hacer, pero nada ocurrió.
Era como si mi cerebro no pudiera funcionar y mis miembros estuvieran entumecidos. Sacudí la cabeza, tratando de disipar aquel mareo abrumador y me concentré en hacer algo. Lo que fuera…
Estaba oscuro y el silencio era espeluznante, era como si el tiempo se hubiera detenido y congelado sus movimientos, y su instinto tomó el control, La sangre corría y bombeaba a gran velocidad por mis venas mientras se acercaba a mí.
En un abrir y cerrar de ojos salí disparada con energías renovadas de Dios sabe dónde y me dirigí hacia la puerta. La adrenalina corría por mis venas, el instinto de supervivencia se puso en marcha y recé para poder transformarme en lobo, aunque no sabía cómo.
A pesar de que desde que me había transformado era más rápida y fuerte en mi forma humana, como lobos lo éramos mucho más. Necesitaba transformarme para sobrevivir, para curarme y luchar. Solo nos curábamos rápido en nuestra forma de lobo.
Únicamente cuando nos convertíamos teníamos habilidades tales como la fuerza sobrehumana, una gran resistencia, ferocidad y garras y dientes afilados.
No llegué muy lejos, porque me agarró del pelo con facilidad, atrapándome y tirando de él, y me lanzó hacia atrás como si fuera un trapo inerte.
Golpeé con fuerza contra el tocador, estrellándome contra el espejo y las astillas de madera, y finalmente caí al suelo, mientras los objetos pesados caían encima de mí.
El dolor recorrió mi cuerpo mientras convulsionaba por el ataque y me quede muda al perder el aliento. Completamente indefensa, débil y desamparada.
Me sometí al dolor, mientras sentía cómo cada uno de esos fragmentos atravesaba mi piel, retorciéndome de agonía y desangrándome. Grité con fuerza. Emití un g$mido de dolor desde lo más profundo de mis entrañas, mientras soportaba miles de desgarros y cortes, y podía escuchar el crujido de mis huesos a la par que se quebraban.
La adrenalina se apoderó de mí, a pesar de que mi cuerpo apenas podía soportarlo, y me levanté rechinando los dientes, luchando contra el crujido de mis huesos rotos y el intenso dolor, arañando las paredes en un intento de recuperarme. Mis manos empezaron a cambiar ante mí y suspiré aliviada ante mi inminente transformación.
Era lo que necesitaba, pero no estaba ocurriendo lo suficientemente rápido. Mientras tanto, aquel hombre me sujetó desde atrás, ejerciendo fuerza contra mi garganta.
Me arrojó violentamente a través de la ventana de nuestro dormitorio, que se encontraba en el tercer piso, y experimenté una agonía punzante.
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