Capítulo 20:

En realidad no todo podía resolverse con sus explicaciones y yo debía seguir reflexionando. Aunque todavía estaba temblorosa, el shock se estaba desvaneciendo, y él podía olfatear mi confusión.

“No estás enferma, de lo contrario lo sabría”, dijo casi en un tono paternal de reprimenda. Traté de no imaginarme su cara mientras lo decía.

Ya me dolía bastante escucharlo y no necesitaba un recordatorio visual además de eso.

“¿Y si tengo una maldición y así es como se expresa? El rojo es el color del peligro ¡Tal vez soy un maleficio andante!”, señalé, a sabiendas de que era una posibilidad real. ¡Se trataba de mí, después de todo!

“De acuerdo con los miembros de nuestro grupo, todos ustedes en esa casa están malditos… ¿Y acaso sus ojos también están rojos?” preguntó.

Juraría que había una pizca de sarcasmo, junto a una calidez en su tono que sugería algo de humor, pero lo dejé pasar.

“¡Bien! Entonces, ¿Qué pasa si no soy realmente una mujer lobo y soy otra cosa?”.

Un silencio se extendió entre nosotros y me hizo estremecer, Mi pánico volvió a dispararse.

“¡Oh, Dios mío! ¡Es eso, ¿No?!”, chillé con un ruido espantoso, mientras me ponía de pie de un salto con los ojos muy abiertos.

Sentí que el miedo me golpeaba en la parte baja de! estómago una vez más, mientras caminaba erráticamente, dando tumbos por todo el lugar.

“¡No, no! ¡Oye, está bien! Lo estuve considerando, pero eso es tonto. No hay otros como nosotros, así que no se trata de eso. Además, ¡te vi transformarte! Eres un lobo… ¡Uno muy bonito, por cierto!”, me tranquilizó Colton, aunque un poco mandón.

Sus palabras parecieron funcionar, porque exhalé con fuerza y dejé de caminar en círculos como una maniática.

También sentí que me ruborizaba por esa última frase sobre un lobo bonito, aunque sé que probablemente estaba intentando ser amable para quitarme la ansiedad de la cabeza.

“¡Mmm! ¿Cómo sabes que no existen otros tipos de lobo?”, insistí con voz tensa.

El miedo persistía todavía en mi cerebro, en medio de este camino hacia el autoanálisis. Los latidos de mi corazón se aceleraron otra vez y sentí que los pies me ardían por las ganas de empezar a caminar de nuevo.

“Dejamos nuestra huella uno en el otro, estoy seguro de que eso sería algo imposible entre dos especies diferentes. El destino no lo permitiría, sería una locura. Eres igual que yo, Lorey, créeme. Resolveremos esto juntos”.

Me desagrado el hecho de que, a pesar de todo, su tono profundo y calmante, así como su voz se%y, tuvieran la capacidad de dominio como para convencerme de que él podía hacer que todo estuviera bien, de que él tenía todo el control y estaba ahí para apoyarme.

“No es tu trabajo resolver esto. No hay ningún ‘nosotros’”, le recordé con hosquedad, sintiendo la conocida punzada que llevo arrastrando desde hace semanas, anidada de nuevo en mi pecho, aunque mi miedo cedió, dominado por mi compañero y sombra de siempre. Era descorazonador

“Lorey…”, su voz al decir mi nombre fue un susurro suave y arrepentido, que desgarró las fibras de mi corazón.

Pero él no llegó a terminar lo que sea que iba a decir, porque un grito ensordecedor, doloroso; tan increíblemente fuerte y agudo que la sangre se enrosca en su reverberación, tembló por toda la casa, haciendo vibrar todo a mí alrededor.

Mi cabeza, mi cuerpo, mi cerebro y hasta los bosques circundantes temblaron, de tal manera que todo mi cuerpo sufrió violentos espasmos.

Aquel sonido convirtió mi sangre en hielo casi de inmediato, sumándose al miedo, y me catapultó fuera de mi propia mente como un botón de eyección maligno, que me hizo estrellarme pesadamente contra el suelo.

Fue el estruendo más fuerte y doloroso que he sentido en mi vida y la abrumadora náusea y la agonía que me infligió en ese momento me envió tambaleándome por encima de las tablas del suelo, arrastrando los clavos sobre la superficie resbaladiza, para luchar contra el dolor penetrante en mi cerebro explotando.

Quedé hecha un ovillo, jadeando de terror. Aquello se sintió como si algo atravesara físicamente las paredes, como un muro invisible de poder y caos y me volviera completamente inútil.

“¿Qué carajo fue eso? ¿Qué diablos está pasando? ¿Lorey? Lorey… ¡Respóndeme!”, el tono de pánico de Colton vibraba en mi mente.

Yo misma todavía estaba trepidando por las oscilaciones internas que atormentaban cada una de mis terminaciones nerviosas, a causa de ese ruido ensordecedor que parecía seguir latiendo a mi alrededor, haciendo que mis sentidos se desvanecieran. Mi cuerpo se sacudió y me sentí miserable.

Algo me ocurrió, al punto de hacerme débil e incapaz de moverme. Apenas podía respirar, era como si todos mis órganos estuvieran luchando por funcionar. Me incliné lentamente para acostarme boca abajo y traté de arrastrarme hacia la puerta.

Mi cabeza latía con los efectos secundarios de lo que sea que haya sido eso, dejando mi cerebro magullado y palpitante, y aunque ya no sentía que éste estaba por explotar, pude sentir algo en el aire a mí alrededor.

Una neblina espesa e invisible me retenía y me quitó la capacidad de levantarme, como si estuviera absorbiendo todo el oxígeno y la energía.

“¡Colton, algo anda mal… no puedo levantarme!”, tomé una bocanada de aire intentando respirar, con mi cabeza nadando en un mar de estrellas y la oscuridad que invadía mi visión, tratando con todas mis fuerzas de levantarme.

Me sentí atormentada por el dolor y sin fuerzas para luchar contra él. Me quedé impotente, y como los efectos de aquel estruendo me volvieron completamente inútil, también perdí la capacidad de vincularme con Colton.

Sentí que él escapaba de mi mente, como si mi don dejara de existir, antes de que el vacío me golpeara por completo en el rostro y me desmayara.

Me desperté gimiendo, escupiendo sangre y flemas y luchando por levantarme del suelo en la oscuridad absoluta de mi habitación.

Supuse que el líquido caliente que me corría por los costados de la cara era sangre proveniente de mis oídos. Me dolía la cabeza como si me hubieran pisoteado repetidamente y estaba tan mareada que no podía concentrarme en nada.

El aire era mortalmente frío y raspé con las manos el polvoriento suelo de madera para orientarme. No tenía idea de lo que había pasado, de por qué ya no había luz, ni de por qué estaba tan herida, confundida y me dolía tanto el cuerpo.

Percibí unos ruidos tan aterradores que me quedé helada de miedo, permanecí quieta y escuché con atención, intentando descifrar qué eran. Mi corazón latía con fuerza.

Gritos… aullidos. Lamentos de desesperación y sollozos. También había algo más, un ruido extraño, como de burla, que era exactamente como me imaginaba que sonaría la risa del diablo.

Me invadió el temor a Dios y me estremecí violentamente, levantándome para acurrucarme de espaldas, consciente de que podía volver a moverme, aunque lentamente y con gran esfuerzo. Me pesaban los brazos y las piernas y no me sentía bien.

El aire se llenó de un hedor metálico, tan intenso que me provocó arcadas, totalmente vil en su intensidad y, aunque no tenía ni idea de lo que estaba pasando, mi se%to sentido me decía que tuviera mucho, mucho miedo.

Me estremecí y me acurruqué en posición fetal, tratando de ser pequeña mientras los instintos infantiles se apoderaban de mí, tragándome las ganas de llorar y luchando por no jadear tan fuerte, porque me estaba mareando.

Entrecerré los ojos para que se adaptaran más rápido a la negrura total y poder distinguir todas las formas de mi habitación.

Mi vista se ajustó rápidamente y me permitió ver algo de mi entorno.

Un repentino ruido sordo que se acercaba llamó mi atención, y mi estómago se revolvió con náuseas inducidas por el miedo mientras me concentraba en él.

Contuve la respiración y me quedé quieta, como una estatua, esforzándome por averiguar de qué se trataba.

Era menos imponente que el resto de los sonidos, algo sordo, pesado y premonitorio, pero se abría paso hacia mis oídos, exigiendo mi atención.

Podía sentirlo cada vez más cerca, como si cada golpe estuviera sincronizado con los latidos de mi corazón, y cada eco hacía que me doliera más el estómago. Me estremecí por dentro, aterrorizada, sabiendo que era inminente.

El abrumador olor de algo familiar impregnó el aire a mí alrededor y me distrajo de escuchar.

Conocía el olor, no era metálico, era un aroma.

El olor de un lobo… alguien que conocía.

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