El destino de la huerfana -
Capítulo 19
Capítulo 19:
“Qué mi%rda… tus ojos… están rojos”, balbuceó, visiblemente conmocionada, y se apartó de mí antes de darse cuenta de que su regazo se estaba quemando, apresurándose a coger el cigarrillo encendido que se le había caído.
En cuanto lo recuperó, retrocedió y pasó por delante de mí, rozando la pared, antes de escapar por la puerta de nuestro dormitorio mirando hacia atrás con cautela y huyendo a toda velocidad.
Me quedé estupefacta, tanto por mi respuesta agresiva y gutural como por mis ojos rojos. Me levanté de donde estaba, di tres zancadas por la habitación hasta el espejo y miré mi propio reflejo antes de que la rabia que había en mí se calmara.
Tenía que verlo. Recordé las palabras de Colton y palidecí al ver la evidencia por mí misma, jadeando de horror. Ella estaba en lo correcto… y Colton tenía razón.
Allí, ante mí, vi la forma en que brillaban mis ojos cuando estaba a punto de transformarme, encontrando una mirada roja y oscura como la sangre, en lugar de ámbar. El fuego y el resplandor de mis ojos me hacían parecer poseída, casi como un demonio.
La conmoción y el miedo que corrían por mis venas se desvanecieron cuando mis ojos volvieron rápidamente a su color verde natural, y retrocedí con la sensación de que algo iba muy mal.
¿Rojos? ¿Qué diablos?
No podían ser rojos, era imposible, No había registro en la historia de nuestra especie de que alguien tuviera los ojos rojos. No aparecían en ningún libro o nota. Nunca había oído hablar de ello y me percaté de que los ancianos ignoraron a Colton cuando lo señaló aquel día.
Nunca volvieron a mencionarlo, quizá porque pensaron que estaba equivocado, o tal vez estaban tan preocupados de que me marcara delante de sus narices que tenían asuntos más importantes que atender. Al fin y al cabo, era algo ridículo.
Nuestros ojos eran de color ámbar. No podían ser de otro color. ¡Eso no podía estar pasando!
Comencé a entrar en pánico, y me arrastré hasta el espejo en un intento de volver a verlos, pero el terror que tenía arraigado me lo impedía. No sabía qué hacer ni qué significaba.
¿Acaso estaba enferma, o me pasaba algo? No tenía ni idea de qué pensar y caminaba de forma errática, nerviosa y enloquecida, con el corazón acelerado. Mi cerebro daba vueltas incesantemente a la idea de que había algo terriblemente malo en mí.
No me lo tomé en serio cuando Colton me lo dijo, y para ser sincera, pensé que se había confundido y que no veía con claridad. Que de alguna manera, con todo el caos, el drama y las emociones que se arremolinaban a nuestro alrededor, vio que mis ojos eran rojos debido a su propio enfado y estado de ánimo en ese momento.
Quizás debía ir al médico, o llamar al chamán. Quizás él sabría lo que estaba pasando.
Mi respiración era agitada y mis pulmones ardían por el esfuerzo de obtener oxígeno, me estrujé las manos y me pasé los dedos por el pelo mientras intentaba autorregular mis desenfrenados latidos.
Mi presión arterial se disparó y empecé a sentirme mareada, con náuseas, y se me erizo la piel mientras sentía que perdía el control. Me sentí como si acabara de descubrir que tenía cáncer, o un virus mortal incurable, o que el Armagedón estaba en camino y no teníamos dónde huir.
Necesitaba calmarme. Si no lo hacía, podría transformarme y hacer algo estúpido si perdía la cabeza. No debíamos transformarnos si sentíamos que no podíamos controlarlo.
Era entonces cuando ocurrían las desgracias y los lobos herían a los humanos cercanos. Deambulaban por ahí frenéticos, sedientos de sangre, y sin recordar nada de lo ocurrido.
Tenía que respirar y contenerme. Pero no podía. Estaba cayendo en una espiral y me tiré patéticamente al suelo, mis piernas se desplomaron por los temblores y me agarré la cabeza para intentar concentrarme en mi respiración. Miré fijamente al suelo en un esfuerzo por volver a la realidad.
“¿Qué pasa, Lorey? ¿Qué te ocurre? Háblame. Puedo sentir tu pánico y tu miedo. ¿Qué pasa, cariño? Puedes decírmelo”, su voz me aturdió momentáneamente y me incorporé de golpe, buscando al intruso antes de que el sentido común me dijera que estaba dentro de mi cabeza.
“¿Colton? ¿Por qué estás en mi mente?”, cuestiono.
Debí palidecer, así que presioné mis manos a los lados de mi cabeza y me dejé caer para enterrar el rostro entre las rodillas. Intenté regular el ritmo de mi respiración una vez más, confundida al ver que él se vinculó conmigo, después de las dos semanas de silencioso rechazo que tuve que soportar, y todavía atrapada en mi propio colapso.
“Te lo dije. Puedo sentir que te estás volviendo loca. Tienes miedo, ¡Dime qué sucede! Si necesitas mi ayuda, debo saber dónde estás. ¿Qué está pasando?”, preguntó.
Un sollozo estalló en mi garganta cuando dijo las palabras que tanto había deseado escuchar desde la última vez que lo vi. Aquello terminó por quebrarme completamente otra vez. Todo ese cuidado y la necesidad de protegerme se debían a que, pese al rechazo, él aún sentía ansias por una pareja.
Dejé ir toda mi preocupación y rompí en lágrimas de emoción y miedo, alimentadas por la certeza de saber que era un bicho raro, un fenómeno con ojos de color sangre.
¡Mis ojos eran rojos! Y eso me hizo creer que había algo muy malo en mí, así que gemí y me retorcí en la soledad de mi habitación, totalmente devastada.
Realmente no pude concentrarme demasiado en el hecho de que él estaba hablando conmigo, porque mi condición era un hecho más terrible, más aterrador y abrumador que cualquier otra cosa en el mundo.
“¡Cielos, Lorey! Pensé que algo te estaba ocurriendo. ¡No me hagas eso! ¡Para de llorar!”, dijo y el penetrante tono alfa de dominación que usó me dejó sin aliento, e instintivamente obedecí.
Me atraganté un poco y tuve que toser con una lágrima que estaba a mitad de camino cuando él me dijo esa tontería.
De inmediato me enfurecí cuando el dolor de mi cuerpo apagó mi respuesta emocional, y por un momento me quedé sin aliento. Todo a causa de un imbécil mandón que abusaba de su don, obligándome a reprimir una genuina necesidad de llorar.
“¡No uses ese tono conmigo! ¡No me digas qué hacer!”, le respondí bruscamente, erizada de furia, olvidándome de mí misma cuando la ira estalló en mi interior.
De repente me sentí aturdida en medio del silencio, así que puse de inmediato una mano sobre mi boca, a pesar de que no había dicho nada verbalmente.
Él ya no era mi compañero, pero continuaba dominando en nuestras tierras y semejante respuesta podría acarrear severos problemas si él así lo quería. Era una total falta de respeto en todos los sentidos. Nadie de mi posición jamás, ¡Nunca!, debería, responderle con insolencia a un Alfa.
“Lo siento. No quise decir eso”, dije retrocediendo como toda una cobarde, y empecé a gemir mientras las lágrimas brotaron nuevamente de mis ojos.
Una combinación entre el pánico que sentí antes y la devastación por hablarle así, me hizo entrar en razón después de semejante paso en falso. Aquello me dolía más de lo que podía soportar.
“¡No importa, cálmate! Lo siento, solo necesitaba que te detuvieras un momento… ¡Escúchame, Lorey! Ya sabía lo de tus ojos, recuerda. No hay nada malo contigo. El chamán… él ha estado investigando sobre eso todo este tiempo. Trata de no dejar que nadie te vea mientras tanto, hasta que yo sepa lo que significa”, explicó Colton.
“Sé que ha habido otros casos antes, pero ninguno que aparezca en los libros de historia. El chamán no sabe por qué, pero debes mantenerlo en secreto y dejar de enloquecer. ¿Me escuchas? Casi me provocas un paro cardíaco al actuar así”, terminó de expresar.
Me limpié la cara y traté de serenarme, incorporándome y exhalando con fuerza para estabilizarme. Poco a poco, sus palabras me tranquilizaron lo suficiente como para volver a ser racional y dejar de actuar como una completa idiota.
Me llamó la atención el hecho de que cuando él estaba en mi cabeza, las cosas ya no parecían tan malas y mi dolor disminuyó lo suficiente como para hacer funcionar la conexión con él.
“No quise proyectarme sobre ti, ¡Te lo juro! No estaba tratando de contactarte, yo ya sé cómo son las cosas entre nosotros. Sueno como una niña patética y llorona, y eso me hace comprender lo diferente que soy de una verdadera Luna”, expliqué.
“¡No! ¡Tú no eres así! Estamos conectados, y cuando tienes miedo hasta ese punto, cuando sientes dolor o cualquier cosa por el estilo, yo también lo sentiré, no importa lo que hagamos. Solo trata de ser racional. Lo superaremos juntos”, dijo.
Supuse que eso funcionaba en ambos sentidos, aunque seguramente el fuerte y despiadado Colton Santo nunca se asustaba o sentía miedo.
Dudé de que alguna vez llegara a percibir algún extremo de su parte, porque él era suficientemente maduro y tenía demasiada experiencia en batallas como para experimentar cualquier tipo de histeria.
“¿Y bien realidad estoy enferma?”, pregunté haciendo un puchero con petulancia.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar