El destino de la huerfana -
Capítulo 18
Capítulo 18:
No era más que una cáscara hueca y entumecida, y la luz del sol se había retirado de mi mundo para dejarme en la eterna y fría oscuridad.
Intenté frenar la espiral de la depresión, luché con todas mis fuerzas para superar esa sensación de que la vida me llevaba por delante, pero el destino no es ninguna broma, y las consecuencias de ir contra él son graves. Ya ni siquiera estaba viva. Me sentía vacía.
Me trasladaba de mi habitación a la cocina, de la cocina a los quehaceres, de los quehaceres a mi habitación, día tras día.
No tenía nada que decir, nada que añadir a las conversaciones que me rodeaban, y nada que hacer o pensar más allá de concentrarme en ese eterno vacío que arrastraba conmigo. Era como si tuviera un saco de piedras atado a la espalda y no pudiera deshacerme de ese peso.
Yo no era así. Ya había sobrevivido a pérdidas devastadoras, pero no sabía cómo afrontar esa situación. Los libros que leí en la biblioteca indicaban que la ruptura era la causa no solo de mi deterioro, sino también de mi estado mental.
Liberarse, romper un vínculo de ese nivel… te afecta más de lo que podría hacerlo el rechazo de una relación normal.
Los lobos podían elegir a sus parejas; no siempre estaba predestinado. Y normalmente ambas partes podían decidir, así que tenías que estar muy seguro de entregar tu corazón a alguien, si le ibas a pedir que fuera tu pareja de por vida.
El olor jugaba un papel fundamental… la pareja con la que tenías más probabilidades de establecer un vínculo podía distinguir tu olor de los demás e identificarte fácilmente,
Solía ser la forma en que podíamos saber a quién amábamos antes de verlo. Las parejas podían olerse mutuamente, sin importar la distancia o las multitudes.
Por lo tanto, rechazar a alguien que se sincronizaba con tu olor podía ser abrumador. Rechazar la impronta designada por el destino… no se sabía qué podía ocurrir. Nadie lo había hecho antes, porque sencillamente… nadie luchaba contra la unión.
Era un ‘amor de pareja’ que lo abarcaba todo, una necesidad y un deseo más fuertes que cualquier otro vínculo en la tierra.
La impronta era la tradición de las almas gemelas. Era irrompible, pura y poderosa, y desafiaba toda lógica, sentido o razón. Era mágica. Nadie quería negar ese tipo de conexión obsesiva y alejarse para encontrar otra pareja… hasta que nosotros lo hicimos.
Pude confirmar que rechazar ese tipo de vínculo era equivalente a morir, solo que mi alma se negaba a abandonar mi cuerpo.
Era una cáscara vacía andante. Muerta en vida y sin poder hacer nada al respecto, pensé que morir de verdad sería preferible a ese dolor. Estaba en el purgatorio, prácticamente reviviendo mi vida anterior, pero era mucho más horrible.
No estaba segura de que Colton sintiera lo mismo, porque generalmente los que rechazaban no sufrían de la misma manera que los rechazados.
Ellos tomaban la decisión de terminar la relación y, por alguna razón, el destino les dejaba salirse con la suya y destrozar otra alma. Supongo que por eso la elección de formar una pareja no era impulsiva y marcar a alguien con quien salías podía llevar muchos años.
Por ejemplo, Carmen y Colton. Ellos llevaban dos años juntos y él aún no la había marcado, aunque me había dicho que tenía la intención de emparejarse con ella. Ni siquiera él estaba dispuesto a comprometerse en caso de que ella lo rechazara, y todo el mundo sabía lo mucho que lo amaba.
Traté de no preguntarme durante las últimas dos semanas si habrían reavivado su relación amorosa, pero supongo que lo sabría, estábamos unidos, así que sentiría si tuviera se%o con otra persona, lo quisiera o no.
Demonios, incluso sentiría si besaba a alguien. Y aunque me rechazó verbalmente, podría sentir si traicionaba al destino y elegía procrear con otra, según lo que había leído.
Lo único que equilibraba la balanza era que él también lo sentiría si yo lo hacía. Quienquiera que hubiera ordenado esta locura necesitaba terapia, porque tenía un sentido muy retorcido de lo que es correcto.
Me sobresalté cuando la puerta se cerró de golpe tras de mí y me devolvió a la realidad con su estruendo. Volví a soñar despierta mientras doblaba la ropa, y me estremecí cuando Vanka entró fumando un cigarrillo y llenó nuestra habitación con el pútrido olor asfixiante de su vicio.
Se suponía que teníamos una norma en la casa que prohibía fumar, pero ella nunca hacía nada de lo que le decían.
“¿Te importa?” dije bruscamente, levantando la mano en el aire mientras el humo se dirigía hacia mí. Intenté evitar que invadiera mis sentidos recién agudizados y reprimí las ganas de toser que me venían del fondo de la garganta.
“No, la verdad es que no”, respondió expulsando el humo del cigarrillo en mi dirección, moviendo las caderas y mirándome con desprecio mientras se alejaba.
Me mordí el labio inferior y la ignoré, antes de que la situación se volviera más desagradable. Siempre había sido muy agresiva y, a lo largo de los años, me había causado graves moratones y arañazos. Sabía que no debía empezar otra pelea con ella.
Suspiré profundamente y volví a lo que estaba haciendo, que era doblar la ropa en mi cama, quería terminar antes de que apagaran las luces en unos minutos.
No había muchas reglas para nosotros, pero nuestros guardias tenían una norma muy estricta de apagar las luces y cerrar las puertas en cuanto salía la luna, se remontaba a las guerras y al hecho de que los vampiros solo podían salir cuando se ponía el sol.
La única excepción era la luna llena en cada ciclo, para la ceremonia en la Roca de la Sombra, No teníamos manadas que nos protegieran en ese lugar, así que no gozábamos de mucha libertad al vivir en el orfanato.
Los ojos de Vanka se posaron en mí y, de mala gana, levanté la vista y la miré con una mirada interrogante. Ella quería algo, eso era evidente, pero su petición no sería educada, nunca lo era.
“Voy a salir después de que los guardias se vayan a casa… si me delatas, te las verás conmigo”, el brillo color ámbar de sus ojos añadió peso a su promesa y yo hice una mueca, ya que mi poder de curación y de lucha había mejorado mucho desde mi transformación y ella ya no me intimidaba.
“¿Por qué habría de delatarte? No me importa lo que hagas”, volví a mirar la interminable pila de ropa sucia, en su mayoría pijamas, y me esforcé por ignorarla. No tenía energía para lidiar con ella.
“Bien. Tengo una cita con uno de los chicos de la manada Ryleigh. Nada serio, es algo casual, ya que quiere saber cómo es hacerlo con una rechazada. Es un tipo raro con gustos peculiares”, se rio de forma indecente, buscando una reacción de mi parte y causándome un malestar instantáneo en lo más profundo de mi estómago.
La mayoría de las lobas se reservaban para su pareja definitiva, pero supuse que las chicas como nosotras no teníamos motivos para hacerlo. Incluso cuando nos daban una oportunidad, terminábamos siendo rechazadas.
“Utiliza protección. Un niño no deseado acabaría aquí y no tendrías más remedio que quedarte”, le advertí, más por mi bien que por el suyo.
Había estado contando los días que faltaban para que me dejara en paz, y así poder deshacerme de su hedor. Ya no esperaba nada más de mi vida, salvo tener algo de tranquilidad. Una habitación que fuera solo mía, un lugar que me perteneciera.
“Como sea… tal vez deberías intentar acostarte con otra persona para vengarte de ese chico Santo por haberte abandonado. Seguro que eso le enfadaría”, hizo una mueca y se rio de su propio plan, pero decidí ignorarla.
Por mucho que me hubiera destrozado, aún lo amaba y no quería infligirle esa clase de dolor. Tampoco quería causármelo a mí misma, no tenía ningún deseo de tener se%o con nadie más que con él, por muy estúpido que sonara.
“Dime… ¿Es cierto que estaban c%giendo y listos para marcarse cuando su padre entró y te echó a la calle?”, su tono sarcástico me sacó de mis casillas y le lancé un gruñido, fulminándola con la mirada por herirme donde más me dolía.
Reaccioné violentamente, sin poder contenerme ni hacer nada al respecto.
“No es asunto tuyo, así que cierra la boca”, el tono mordaz con el que se lo dije resonó en la habitación, sorprendiéndome.
Sus ojos se abrieron de par en par y, sobresaltada, dejó caer el cigarrillo de su boca. Retrocedí preguntándome qué demonios había sido eso. Yo no era así y aquella hostilidad surgió de la nada.
Mi sangre se alborotó en una fracción de segundo y me obligó a soltar lo que supuse era mi gruñido de lobo. Supongo que había llegado demasiado lejos con su actitud.
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