El destino de la huerfana -
Capítulo 17
Capítulo 17:
Siento mi cuerpo en llamas y ardo por estar completamente unida a él, dolorida por la necesidad que hace que mis piernas se vuelvan débiles.
Por primera vez desde que esto comenzó, me siento en paz, y cada dolor y tormento, toda la confusión por la que he pasado, se calma hasta convertirse en nada. Solo existe él y yo, y nuestros sentimientos compartidos. Destacando la paz que podemos encontrar en un solo toque.
Ambos soltamos el aliento contenido y exhalamos al unísono, como si finalmente encontráramos dónde necesitábamos estar para un momento de serenidad. Un segundo de calma en el mar embravecido que nos azota desde que desperté.
Colton levanta su mano lentamente y acaricia mi mejilla con un solo dedo, quitando mi cabello y colocándolo detrás de mí oreja. Dejando un ardiente camino de hormigueo donde entraba en contacto conmigo. El calor se adentra en lo más profundo de mi alma para llevar calidez a la frialdad que habita en mi interior.
“No hay nada más que quiera en este momento que unificar nuestro vinculo y marcarte. Créeme al decirte, que si fuera hijo de otra persona… ya llevarías mi marca y sabrías lo que es tenerme dentro de ti. La unión estaría completa”, dijo.
“Te amo, Lorey de formas que no sabía que podía amar a alguien. Pensé que sabía lo que era entregar mi alma a mi pareja, pero estaba equivocado. Necesito que sepas que esto no es lo que quiero… que lo siento… pero no tengo más alternativa, y debo rechazar…”, Colton vaciló, su tono duro se quiebra.
Luego traga saliva, trayendo de vuelta toda la angustia de antes y una lágrima solitaria cae por su mejilla y gotea sobre la mía para continuar su doloroso recorrido. Hiriéndome con su abrasadora quemadura.
Su dolor es evidente y por un segundo su angustia y confusión fluyen a través de mi alma también, diciéndome que no puede hacerlo solo. Mi corazón ya se está convirtiendo en cenizas mientras me destruye con sus palabras, pero tenemos que ser más fuertes.
Sé lo que tiene que decir, lo que se debe hacer. Sé el por qué.
Las cosas son así, es imposible cambiarlas, o combatirlas, o hacer que todo fluya de otra manera, y escucharlo puede matarme, pero debo permitir que lo haga. No hay más opciones y por mucho que quiera gritar y detener esto, lo entiendo. No puedo odiarlo por eso.
No soy una Luna. Soy una loba Whyte de la familia Dennison. Un linaje vergonzoso que cayó en la batalla, y no tenemos derecho a estar al lado de un alfa para manchar su nombre.
No tengo la capacidad para liderar, y no seré más que un peso de vergüenza colgando a su cuello, su debilidad en la batalla y la desaparición de su linaje. No puedo ser la razón por la que pierda el respeto de las manadas y cambiar toda su vida.
Guardo silencio, manteniéndome completamente quieta, mientras silenciosas lágrimas escapan de mis ojos cerrados y comienzan a caer por mi rostro. Cálidos, amargos, punzantes, riachuelos de desesperación.
Él puede sentirme y escuchar mis pensamientos, por lo que es consciente de mi silenciosa aceptación. Mi dolor es suyo, mi angustiosa agonía de saber que aquello terminó antes de que pudiera comenzar está por todas partes, y entre nosotros.
Él sabe qué hacer. Su respiración se vuelve más pesada, laboriosa, mientras lucha por recomponerse y pronunciar las últimas palabras con una voz que apenas reconozco; es baja y tensa.
Devastado y ronco. Se aclara la garganta y vuelve a tragar ruidosamente para recuperarse.
“Yo… Colton Juan Santo, hijo del alfa de la reinante manada Santo, y futuro alfa de la Montaña Radstone… lo siento, nena, no me odies por esto… te rechazo como mi compañera elegida y niego el vínculo de la imprimación. Te libero… para…”, dijo.
Traga saliva nuevamente, su voz vacila, ahogándose en sus propias lágrimas, atrayéndome a sus brazos, aplastándome con fuertes brazos para encontrar la voluntad de continuar.
Me envolvió con su cuerpo como si quisiera protegerme de lo que estaba haciendo y memorizando el cómo me sentía para la posteridad. Era capaz de sentir todo, conocer sus emociones como si fueran las mías, y eso me mataba. Su arrepentimiento, su angustia, su agobiante dolor y el ser quien le diera el golpe final a mi corazón.
“… Encontrar un compañero elegido que sea lo mejor para ti, así como también lo haré yo, sin interferencias… aún si te causa dolor… mi palabra no puede y jamás será quebrantada, y no intervendré si encuentras tu camino… esto no podrá ser deshecho… te libero, ahora y para toda la eternidad. Que los destinos sean amables y te den un mejor futuro”, susurró.
Sus palabras apenas son audibles, su voz es mucho más baja, sin aliento, mientras me aplasta contra él casi cruelmente, con la fuerza de su pasión.
El sonido de la sangre corriendo a través de mis oídos borra el mundo mientras caigo en una espiral de un completo colapso emocional que destrozando mi mente.
‘¡Termina con esto!’, le espeto a través de nuestro enlace, sabiendo que tiene que hacerlo.
No aguanto más, necesito que las palabras se detengan, que todo se acabe y esté hecho. Su toque es mi tortura y su voz mi golpe final.
Colton se estremece en mis brazos, su rostro también está mojado y entierra una mano en mi cabello mientras me acuna contra él con fuerza. Casi como si pudiera evitar que me lastime si me aplasta contra él y funde nuestros cuerpos en una sola forma.
“Después de hoy, nuestro vínculo se romperá y no tendremos que volver a cruzar nuestros caminos. Esa es mi orden… está hecho. Hemos terminado… perdóname, Lorey… lo siento. Te amo, y desearía que esto fuera diferente”, esas últimas palabras asestaron el golpe devastador que me esperaba, y sentí que mi corazón se rendía y se negaba a latir.
Mi mente se quedó en blanco y las lágrimas seguían cayendo por mis mejillas, viéndome paralizada por la pena.
El destino no reparó en su petición, pero por la ley de los lobos, ya no era su pareja ni estaba obligada a serlo. Su padre se alegraría cuando se lo dijera. Me había liberado, y habíamos elegido vivir soportando el dolor de rechazar la impronta, sin importar cuánto nos costara.
Estuvimos de pie durante lo que pareció una eternidad, abrazados, rotos por dentro, y llorando en silencio nuestro infierno compartido. Escondí mi rostro en su hombro y él escondió el suyo en el mío, cubriéndose con mí pelo.
Juntamos cada centímetro de nuestros cuerpos, rozando incluso nuestros tobillos. Inhalamos el aroma del otro y cuando el dolor se hizo insoportable, Analmente dio unos pasos hacia atrás y me levantó la barbilla, obligándome a mirar esos ojos marrón chocolate por última vez.
“Te amo”, pronunció resignado, con angustia en la mirada y tensando la mandíbula.
Sin embargo, todo lo que pude oir fue: ‘Adiós’. Era una despedida desgarradora, una que nunca podría borrar de mis recuerdos, ni tampoco cómo se vela el ese día al decírmelo. Las palabras no podían describir su belleza.
“Yo también te amo”, susurré de forma casi imperceptible, impulsiva, cruda y sincera.
Se inclinó y me besó delicadamente en los labios, como si de la caricia de una pluma se tratara.
Aquello fue suficiente para provocar mi agonía. Fue una caricia cálida y húmeda, una caricia que destruyó lo poco que quedaba de mí e hizo que las lágrimas volvieran a brotar. Era tan perfecto que dolía.
Como si estuviera tratando de grabar mis rasgos en su memoria, me miró detenidamente, con el dolor marcado en su rostro y los ojos llenos de lágrimas evidenciando su arrepentimiento.
Me besó en la frente por última vez con ternura, quedándose a mi lado unos instantes y luchando contra toda la necesidad y el deseo que había en nosotros. El fuego ardía aunque intentáramos negarlo.
Me soltó, retrocedió varios pasos y luego giró sobre sus talones y echó a correr. No miró atrás, probablemente para no torturarse con una última mirada, alejándose de la triste atmósfera que había entre nosotros.
Avanzó unos metros antes de saltar por encima de un tronco, giró en el aire y su ropa se hizo añicos, cayendo al suelo silenciosamente destruida. Aquel destello de lobo negro de medianoche, tan bello y fuerte, era un espectáculo para la vista.
Se fue a la velocidad de la luz. Me dejó sola en el bosque, abandonada y desolada, no deseada. Me derrumbé en el suelo, desesperada, sollozando sobre el musgo entre mis pies, ajena a mi entorno mientras mi corazón roto me consumía.
Sus lejanos y dolorosos aullidos de lobo me revelaron su pesar, y ahora que no era mi pareja, el bosque se llenó de los lamentos de su propia miseria y desolación. Era el peor sonido del mundo.
Habían pasado trece días desde que Colton me dejó en el bosque, y no creía tener la voluntad de seguir intentándolo, estaba cansada de la vida y todo me parecía mundano. Todo lo que había vivido antes no era nada comparado con lo que pasé a partir de ese momento.
Era como si mi familia hubiera muerto de nuevo, estaba completamente destrozada y con el corazón roto. Lloré tanto que me quedé sin lágrimas.
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