El destino de la huerfana -
Capítulo 144
Capítulo 144:
Lloré otra vez con suavidad, a pesar del abrumador vacío y entumecimiento que corría por mis venas.
Todo era tan horrible que mi cerebro no podía procesarlo, y, en cambio, me cubrió una pesadez oscura, más allá de la tristeza. Apenas lograba respirar, pero sabía que no era comparable a lo que Carmen debía estar sintiendo en este momento.
“Cuídate, no tardes”, añadí apresuradamente, echando un último vistazo a su semblante desaliñado, y salí tras Meadow, con mis dos guardias a remolque, salvando la distancia a toda prisa. Intenté concentrarme en hacer, más que en sentir, y me propuse alcanzarlas.
‘No tardare. Iré a buscarte en cuanto esto termine. Cuídate, cariño. Saber que estás en casa me compensará por tener que quedarme aquí’, la voz de Colton me siguió.
En poco tiempo conseguí alcanzar a Meadow y a Carmen, que iban despacio, ya que esta luchaba por recomponerse.
Disminuí la velocidad, rodeándolas para ponerme al lado de Carmen. La tomé del brazo para sostenerla un poco, sintiendo que su cuerpo estaba helado y dejaba un sentimiento de devastación a su paso. Ni siquiera se inmutó ante mi contacto.
Ella seguía sollozando, con la mirada perdida y tropezando a cada rato con escombros que ni siquiera intentaba evitar Meadow luchaba por mantenerla en pie, y me lanzó una mirada que quería decir algo como ‘está hecha un desastre’.
Me invadió una empatía abrumadora, tanto por ella como por lo que yo misma sentía al verla en un estado tan lamentable. Ojalá no hubiera visto lo que vio y no culpaba a Colton por sostenerla y abrazarla con fuerza.
Nadie tendría por qué ver a un ser querido acabar de esa manera, y lo peor era que el recuerdo la atormentaría para siempre. Nada podría ser peor que saber que los últimos momentos de su madre fueron de terror y agonía, y que pasó por un sufrimiento indecible antes de dar su último aliento.
“¿Qué vamos a hacer con ella cuando lleguemos a casa?”, preguntó Meadow con una voz que solo yo podía escuchar.
Entonces intenté separar mis emociones de las de ellas, pero la desesperación de Carmen era tan fuerte, que me costó mantener mi lógica y mi mente en orden.
“¡Llevarla a la enfermería! Quizá el doctor Maigo pueda darle algo para relajarla y hacer que se calme”, le respondí.
La granja se apareció ante la vista y escuché el susurro de los guardias que nos escoltaban, alertándome de que seguían vigilándonos de cerca.
Miré por encima del hombro, sintiendo que el aire a nuestro alrededor cambio de manera palpable. Un chisporroteo estático de seguridad me indico que habíamos cruzado los límites de la frecuencia, lo cual significaba que ya no necesitábamos ayuda. Estábamos a salvo.
“¡Ustedes dos, regresen para ayudar allá afuera! Más manos harán el trabajo más rápido. El sol aún no ha salido y todavía hay peligros para nuestra manada”, ordené, recibiendo a cambio dos asentimientos incuestionables.
Los guardias se dieron la vuelta y se apresuraron a volver junto a Colton y el resto, dejando una ráfaga de brisa mientras se alejaban como un rayo.
Meadow ya estaba cansada de arrastrar a Carmen y se detuvo para echársela al hombro. La chica no opuso resistencia y nos liberó del peso muerto.
Enseguida, Meadow saltó delante de mí a toda velocidad y yo la seguí, corriendo a través del último kilómetro y medio de maleza y árboles caídos, hasta que llegamos al iluminado camino de grava y al encuentro con otros lobos.
Se trataba de algunos centinelas menos capaces que quedaron atrás, por lo que la casa no estaba completamente desprotegida. Además, algunos habitantes del pueblo se habían aventurado a averiguar qué estaba pasando.
En su mayoría, eran machos preocupados de que sus familias estuvieran en peligro, ya que se había extendido la noticia de que los más aptos estaban adentrados en el bosque, buscando a Tawna.
“Todo está bien… Volved a vuestras casas y convocaremos a todos a una reunión antes del mediodía para explicarles lo ocurrido. Los demás llegarán en breve y no hay que preocuparse, pronto saldrá el sol y todo está tranquilo”, les anuncié en voz alta.
Después seguí a Meadow al interior y fuimos directamente a la enfermería. Sabía que los lobos con los que nos habíamos encontrado transmitirían el mensaje, y albergué la esperanza de que esas palabras devolvieran algo de calma al resto.
Había personal en la enfermería las veinticuatro horas del día, porque nunca se sabía cuándo podíamos necesitar ayuda, así que me alivió mucho ver que un médico y una enfermera acudían en ayuda de Meadow.
Desde que nos mudamos aquí, donde el aire era más húmedo, los niños enfermaban a veces y, tratándose de unos lobeznos juguetones e intrépidos, eran frecuentes las lesiones, Carmen había dejado de luchar, y ya no respondía emocionalmente.
Silenciosa, entumecida y mirando fijamente a la nada, permitió que la manipuláramos como un trapo mojado, sin hacer nada para detenernos.
Era como si su espíritu hubiera abandonado su morada y todo lo que quedara fuera una cáscara vacía y rota por la conmoción. Me pregunté si la vida le jugó esa última mano para arrebatarle lo que le quedaba de su fuerza mental.
Me paré detrás de Meadow para contemplarla, yaciendo flácida y con el rostro parcialmente oculto por los mechones de cabello rubio. Se respiraba un ambiente de calma surrealista, a causa de su inmovilidad. Ya no sollozaba y era como si se hubiera quedado sin energía, vencida y rota.
A pesar de nuestras diferencias pasadas, yo nunca había sentido tanta pena y dolor por alguien como en este momento, tal vez porque sabía lo que era perder de pronto a mis padres y a toda mi familia, siendo todo lo que tenía.
O también porque fui testigo de la masacre que hicieron los vampiros con mi familia de rechazados, y aún vivo con el recuerdo de su sangre y sus cuerpos esparcidos por el suelo, igual que encontramos a Tawna. En cualquier caso, mi corazón se estremecía por la muchacha y lloré internamente por su aflicción.
Los vampiros eran asesinos despiadados y brutales. Dejaban desorden y caos a su paso, despedazando a sus víctimas cuando el frenesí por alimentarse se apoderaba de ellos.
Pero no podían beber demasiada de nuestra sangre, porque eso los mataría, lo cual hace que de alguna manera el asesinato sea más violento.
Durante sus combates con los nuestros, no solían dejar más que restos esparcidos por el campo. Un terrible acto de violencia causado por el odio que sentían por nosotros.
“Luna Alora, es un placer verla, ¿Cómo puedo ayudar?”, una doctora se acercó con gracia hacia Meadow, que en ese momento estaba haciendo rodar a Carmen desde su hombro hasta la cama.
Enseguida la dejó caer de espaldas sobre las almohadas. La muchacha no se resistió, tenía la piel cenicienta y los ojos enrojecidos, pero sin expresión, mirando silenciosamente a la nada.
Su mente sin duda se encontraba vagando en algún lugar lejano, aunque las lágrimas rodaron por sus pálidas mejillas ante el cálido sonido de la voz, un indicio de que la había escuchado.
Sin embargo, se quedó mirando al techo. Le hice un gesto a la doctora para que se apartara un momento y así poder contarle qué fue lo que pasó.
“Su madre fue asesinada anoche en el bosque por vampiros… ella vio los restos… ¡Fue traumatizante! Sus padres ahora están muertos. Necesita ayuda para superar la conmoción y la desesperación, hasta que se asiente y sea capaz de procesar lo sucedido”.
Mi voz tembló mientras hacía a un lado el recuerdo, concentrándome en la tarea que tenía entre manos.
“¡Entiendo! Lo que voy a hacer es sedarla. Haremos que descanse, ya que podría ser lo último que duerma por un tiempo. ¡Lo siento mucho!”.
La doctora era una de nuestras mujeres más gentiles y compasivas, dueña de un gran corazón.
Estudió medicina junto a los humanos en la universidad, y aprendió mucho sobre salud mental y la manera de lidiar con las reacciones humanas ante ciertas cosas.
En los lobos, la muerte no es tan normal como lo es para los humanos, por lo que nuestro duelo puede ser terrible cuando perdemos a un ser querido. Supuse que esa era la desventaja de ser casi imposible de matar y tener una larga esperanza de vida.
Enseguida volvió junto a su paciente y Meadow vino a ponerse a mi lado para esperar que revisaran a Carmen.
La doctora le limpió las lágrimas, le tomó el pulso y también la temperatura. Meadow suspiró profundamente y me lanzó una mirada intensa, sintiéndose impotente al no poder hacer más nada. A pesar de sus desavenencias con Carmen.
Meadow era una loba sumamente afectuosa y no le deseaba mal a nadie, ni siquiera a ella. Asentí, porque así era exactamente como yo me sentía.
Le hice un gesto para que nos apartáramos bastante de la cama, y así darle espacio suficiente a la doctora para que hiciera su trabajo.
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