El destino de la huerfana -
Capítulo 142
Capítulo 142:
Nos habíamos alejado bastante, adentrándonos en el área más densa, antes de que la montaña comenzara a elevarse y, a pesar de todo, no había un solo vampiro en los alrededores.
Obviamente, esto fue hecho recientemente, entonces, ¿por qué no merodeaban todavía por aquí?
“¡No!…. Él solo nos dijo que…”, Carmen irrumpió en mis pensamientos.
“¿Qué es ese olor?”, lo preguntó con el tono malicioso de siempre, aunque emocionalmente estaba fuera de control, pero su aspereza estaba de vuelta, agravada con miedo y angustia.
Era obvio que ella nunca antes había olido a lobo muerto, lo que no me extrañó, dada nuestras extraordinarias capacidades de supervivencia. Rara vez alguien que nunca había ido a la batalla lo conocía, sin embargo, una vez que lo sentías, nunca lo olvidabas.
Enseguida comenzó a tirar de mi mano con impaciencia para liberarse, presintiendo que había algo raro en la repentina partida de Colton, y su desaparición en la espesura junto a varios centinelas.
Noté que algunos lobos de nuestra línea también se habían detenido para protegernos, llenando los huecos que Colton dejó al llevarse a los demás con él.
Nos había puesto a salvo, siempre pensando en protegerme, aún a sabiendas de que podía cuidarme sola.
“Él sabe algo, ha encontrado algo, ¿No es así?”, preguntó Carmen, volteando hacia mí con los ojos enrojecidos llenos de lágrimas y el semblante demacrado.
No obstante, su tono era feroz y desalentador, y sus ojos destellaron con un vivo color naranja brillante. Sin previo aviso y antes de que yo pudiera reaccionar, sacudió su mano con fuerza de la mía y se fue velozmente en pos de Colton.
Instintivamente, levanté mis manos y traté de retenerla utilizando mi poder, pero ella ya se había escabullido entre la vegetación. Lo único que conseguí fue tirar de un árbol con tanta tuerza que casi lo arranqué de raíz.
“¡Mi%rda!”, maldije en medio del espeluznante silencio. Entonces me eché el cabello hacia atrás y salí tras ella.
“¡Colton!, Carmen se liberó y ahora se dirige hacia ti”, le dije en voz baja.
Luego susurré una nueva maldición y aceleré para alcanzarlos, con el pánico a punto de superarme, no solo por ella, sino por lo que ella vería en cuanto llegara.
El recuerdo de aquella noche se mantenía imborrable en mi memoria y pese a haber estado en el campo de batalla y matado vampiros estos últimos meses, todavía me resistía a la muerte y al derramamiento de sangre.
Seguí el rastro del olor de mi pareja y eché a correr, solo para encontrar a Carmen, paralizada a corta distancia de los arbustos.
Logré esquivarla en el último segundo para no golpearla con el impulso y quise ver por qué se había detenido. Pero la escena hizo que me congelara en el acto, con el cerebro en blanco, y los ojos abiertos de par en par en un silencioso horror.
Colton estaba arrodillado junto a lo que parecían los restos desgarrados de un animal, y el suelo estaba empapado en un líquido espeso de color rojo oscuro. Había pedazos de cartílago, carne y huesos no identificables, triturados y esparcidos por todos lados, como si alguien hubiera hecho explotar una res.
El olor era insoportable y al ver los retazos de tela y los mechones de cabello entre los escombros, los arbustos y las hojas, apenas pude contener las arcadas. Tuve que tragar con fuerza para frenar las ganas de vomitar, mientras la terrible certeza me golpeaba con fuerza en el pecho.
Luché por respirar, y en eso Colton se volteó y nos vio, poniéndose de pie de un salto antes de que Carmen reaccionara. Todo sucedió muy rápido, aunque para mí los minutos fueron interminables.
Vi que ella dejaba caer un resto que llevaba jirones del vestido de su madre y entonces, estalló en un grito tan penetrante y poderoso, que sacudió los árboles e hizo caer de rodillas a todos los lobos que nos rodeaban, incluso a mí.
Un dolor cegador asaltó mis sentidos y de inmediato me derrumbé bajo el poder de una agonía aguda y abrasadora, que me recorrió de pies a cabeza.
No sirvió que nos cubriéramos los oídos con las manos, porque de igual manera el dolor y la angustia de Carmen nos traspasaron con aquella poderosa habilidad suya. Solo pude llevarme las manos a la cabeza, aterrorizada de que mi cerebro implosionara, hasta que Colton logró contener el asalto con su agudo comando alfa.
“¡Carmen, para ya de gritar!” le ordenó con dureza, y tras el alivio instantáneo que sentí, mis oídos quedaron zumbando, mi cerebro zozobrando y el cuerpo me temblaba, como si me hubieran electrocutado con alto voltaje justo en las sienes.
Carmen se movió rápido para ir directamente al centro de la devastación y gritando ‘¡Mamá!’, a todo pulmón. Al instante se soltó la máscara y su desesperación se desató por completo.
Colton fue tras ella, sujetándola y arrastrándola hacia atrás unos pocos pasos para mantenerla alejada de lo peor.
Después la atrajo hacia él, acunándola en sus brazos para inmovilizarla y presionando su rostro contra su pecho para que no pudiera ver lo que quedaba de su madre. Aquella terrible carnicería que esas criaturas habían hecho con ella.
“¡Mamá! … ¡Mamá!”, Carmen se derrumbó por completo, g!miendo, sollozando, chillando con una voz entrecortada que poco a poco se iba convirtiendo en aullidos, mientras su humano y su lobo luchaban por el dominio en medio de su angustia.
Se debatió ferozmente para liberarse e ir hacia su madre, aunque no quedaba nada que sostener. Ver a Carmen desmoronarse en los brazos de Colton era lo más angustioso que había presenciado.
Pero él se esforzó por sujetarla, agarrándola de una manera que debió provocarme celos, por la extrema cercanía. Sin embargo, no ocurrió así, porque mi propia tristeza y desesperación abrumadora, bastaron para hacerme comprender que aquello era lo único que él podía hacer en este momento.
Mi corazón de Luna latía y sangraba de nuevo por la pérdida de uno de los nuestros, y por la profunda empatía ante la angustia de otro,
A pesar de la fuerza de Colton, le costaba sujetarla y no le quedó más alternativa que obligarla a arrodillarse con él para poder controlarla mejor.
En un instante me miró. Con los ojos brillantes por las lágrimas no derramadas. Aquello literalmente rompió mi corazón en pedazos y tosí, mientras me ahogaba con sollozos repentinos que se me escapaban involuntariamente, atormentada por mi propia angustia.
Entonces supe que, de alguna manera, él se sentía culpable, que había fallado como alfa en proteger a Tawna.
Yo negué con un gesto de cabeza, y mis propias lágrimas ardientes inundaron mis mejillas heladas, a causa del soplo mortal del aire a nuestro alrededor. Apenas podía sentir una pizca de! dolor que Carmen emanaba, pero era suficiente para asfixiarme.
Me resultaba insoportable, pero quedarme y mirarlos era lo único que podía hacer. Finalmente, Carmen trató débilmente de arañar el pecho y los brazos de Colton para que la dejara en libertad, y al no conseguirlo, terminó por rendirse y desmoronarse en sus brazos.
Por fin, de rodillas y sin dejar de cubrirla, Colton pasó de sujetarla a abrazarla, entre tanto el cuerpo de Carmen se desplomaba en un montón desordenado, deslizándose entre sus brazos como el agua, a medida que la tensión se aflojaba.
Él no iba a abandonarla allí, en el suelo del bosque, donde ahora yacía rota y tranquila.
En vez de eso, se movió de forma protectora, sujetándole los hombros y la parte superior del cuerpo, mientras ella apoyaba el rostro en su regazo, haciéndose un ovillo, igual que un niño pequeño después de una pesadilla traumática.
“¿Por qué?… ¿Por qué ella…? Ella me dejó…”, sus pequeños g$midos rotos apenas rozaban el aire, pero yo podía escucharlos, cortándome como un cuchillo en el corazón y el estómago.
Me cubrí la cara para secarme la oleada de humedad que se había apoderado de mi piel y parpadeé ante su lamentable visión, evitando mirar más allá de la carnicería y procurando eludir el olor. Los demás se acercaron y bajaron la cabeza, y muchos empezaron a derramar lágrimas por sus parientes caídos.
Por fin, el aire se llenó de una tristeza que destruyó lo que quedaba de mi cordura. Un aullido grave comenzó a oírse muy cerca y enseguida se extendió para unirse a un coro lúgubre que resonó en los alrededores y mucho más allá, en el bosque y de vuelta a la cabaña.
Los lobos estaban dando rienda suelta a su inmensa aflicción por haber llegado demasiado tarde.
Fue suficiente para hacerme caer de rodillas y llorar dolorosamente, abrazando mi propio cuerpo.
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