El destino de la huerfana -
Capítulo 115
Capítulo 115:
Creamos guerras para cubrir nuestros pecados y dejamos que el odio se propagara durante siglos, sin aprender de los errores.
Se me pone la piel de gallina al saber que los vampiros eran inocentes; solo están vengando a los seres queridos que perdieron. Estaban peleando contra Juan por lo que hizo. Y ahora estoy de su lado, tratando de encontrar la razón detrás de la muerte de todos los que me importaban.
“Ella realmente es una bruja… quiero decir; escuché lo que dijo el doctor y todo esto; pero verlo es algo completamente diferente”, Colton me atrae hacia él con su voz.
Suena distante, su tono es grave cuando gira la cabeza hacia ella, y una punzada de emoción me golpea con fuerza en el estómago una vez más.
Las lágrimas amenazan con salir, y la ira repentina se dispara a través de mi estómago y mi pecho, y un dolor agudo se debe a él. Recuerdo lo que ella me dijo y, no por primera vez, experimento una ira intensa hacia Colton; casi lo odio.
“¿Por qué no lo hiciste cuando estabas destinado a hacerlo? ¡Todo esto podría haberse evitado! Se habría hecho y lo habríamos recordado. ¡Habríamos recuperado nuestros dones y tomado otro camino! ¿Por qué no me marcaste cuando tuviste la maldita oportunidad? ¡Eres un imb%cil! ¡Podrías haber detenido mucha de esta mi%rda, simplemente haciendo lo que yo necesitaba!”, sollozo.
Me quiebro y mi dolor sale a la luz, liberado en medio de la furia. Las lágrimas caen en mis mejillas y me alejo de él, consciente de que la doctora en la esquina más alejada está tratando de fingir que no está aquí.
Podría despertar al doctor. No quiero que la gente nos mire o nos escuche pelear. Quiero que todos me dejen en paz mientras voy a algún otro lado a llorar; para odiarlo y llorar por el camino que nunca tomamos.
Se pudo haber evitado tanto dolor. El destino no nos separó para llevarme a otro lugar, estaba intentando arreglar su decisión equivocada y volver a juntarnos para solucionar esto. Él simplemente siguió, y sigue, arruinándolo.
“¿Oye… Lorey? ¿Qué…?”, Colton parece sorprendido por mi reacción y palidece cuando me alejo.
No vacila y me sigue de cerca cuando salgo por las puertas hacia el corredor del centro, donde agarra mi muñeca y trata de tirar de mí hacia atrás; pero me encojo de hombros, retiro su mano y sigo adelante.
Mi cabeza burbujea con los hechos y mi corazón palpita con el recuerdo de que él destruyó todo entre nosotros.
“Déjame sola. ¡Lo arruinaste todo!”, espeto.
Lloro y se me rompe la voz, ahogada en lágrimas, y siento un dolor desgarrador en el pecho que me dificulta respirar, como si un elefante estuviera sentado en mis costillas. Pero él no cede y se pega a mí tratando de agarrar mis manos.
“Nena, vamos. ¿Podemos al menos hablar de esto… de aquello? Sé que la cagué, ¡pero esto no está arruinado! Solo dame la oportunidad de hacer algo al respecto”, hay pánico en su tono, y un intento por ser amable y tranquilizador.
Mi estado de ánimo lo confunde. Recorro el pasillo de regreso a la habitación en la que debía dormir, y abro la puerta de un empujón con la palma de la mano.
Se abre bruscamente de modo que se estrella contra los pies de la cama y revela la habitación. No estoy de humor para hablar con él: solo quiero acostarme y dejar que todo esto desaparezca en un mar de lágrimas desconsoladas.
Colton no se da por vencido: me pisa los talones, me persigue, implacable, y casi me asfixia con su proximidad. Esta vez me agarra la parte superior del brazo con fuerza y tira de mí para detenerme.
Me hace girar hacia él, así que no tengo más remedio que enfrentarlo. Me tenso, mi cuerpo se pone rígido, a la defensiva, y mis ojos brillan y se ponen rojos al prepararme para luchar por liberarme.
“¡Háblame!”, me ordena, pero solo desata mi ferocidad interior, la cual odia que trate de ordenarme algo.
“Basta. Suéltame. No quiero hablar contigo. No tiene sentido y eso es todo. Fuiste un idiota, y me dañaste, nos dañaste, y ahora mi memoria me dice que todo lo que tenías que hacer era marcarme y ¡todo habría cambiado! ¿Por qué tuviste que joderlo? ¿Por qué tuviste que elegirla a ella en vez de a mí?”, contesto.
Golpeo los dedos que tienen asido mi brazo y lo empujo del pecho, haciendo todo lo posible para que me suelte; pero Colton es tan terco como yo y solo me aprieta con más fuerza y se mantiene firme.
Cierra la puerta detrás de nosotros. Su rostro muestra indicios de ira en el ceño fruncido, lo cual hace resaltar un hoyuelo. Sus ojos son de color ámbar, para igualar mi brillo feroz.
“Está bien. En primer lugar, si te hubiera marcado, todo habría cambiado, sí, y lo lamento muchísimo, Lorey, más de lo que te imaginas, pero nunca la habríamos encontrado. Ahora veo que tenías que huir para llegar a ella. Tal vez de otra manera no hubiera sucedido y mi mamá aún estaría escondida debido a esa elección”, explica.
“En segundo lugar… ¿cómo puedo reparar el daño si no me das la oportunidad de intentarlo? Te amo y estamos juntos… no soy yo quien lucha contra esto, y no soy quien se niega a intentarlo. Nunca fuiste una segunda opción para mí… el problema era que no quería a nadie más y no tenía ninguna p%ta elección”, su tono está teñido de molestia.
Está enojado porque me resisto y hago que esto sea físico, y porque piensa que soy demasiado dramática. Está tratando de convencerme y comunicarse con ese toque sutil de control y suavidad, lo cual hace que me moleste aún más.
Me hundo mientras las lágrimas caen por mi rostro, y sigo tirando de sus dedos como una niña mimada que quiere liberarse. Realmente soy incapaz de hacer más, ya que no tengo mucha energía. Estoy exhausta y esto no me está ayudando.
“¿Cómo puedes arreglarlo? La marcaste… traicionaste nuestra conexión y ahora estás vinculado a otra, para siempre. No seré tu p%ta. El recuerdo decía que debías marcarme… no joderme. ¡Suel-ta-me!”, tiro una última vez, mirándolo a través de mis ojos llorosos.
Él finalmente me suelta, con una inhalación extraña y aguda, y me mira como si tuviera dos cabezas cuando salto hacia atrás, fuera de su alcance.
Todo mi cuerpo está destrozado por el dolor que he cargado todo este tiempo, y me duele la garganta por al fin decirlo en voz alta. Cuánta agonía infligieron esas palabras en mi alma.
“¿Que hice qué?”, Colton, por otro lado, parece un poco sorprendido, estupefacto; su tono baja un nivel o dos y clava la mirada en mí con dureza.
Su malhumor disminuye, y una confusión genuina se apodera de su rostro, sus cejas se ciñen mientras me mira con los ojos entrecerrados. Su hoyuelo desaparece cuando endereza la boca.
“Lo sentí… no intentes negarlo. Yo sé lo que hiciste”, le espeto, consumida por el dolor.
Doy media vuelta, no estoy dispuesta a dejar que me manipule con sus palabras y sus mentiras. Me limpio la cara con el dorso de la mano y recupero el aplomo. Trato con todas mis fuerzas de encontrar mi rabia interior de nuevo e ignorar esta maldita y estúpida debilidad que siento por lo que nos hizo.
“Tú y yo estamos vinculados, lo que significa que sentirías si marcara a alguien más. ¡Lo cual no pudiste sentir porque no sucedió! ¿Por eso estás tan enojada conmigo? ¿Tienes la idea loca de que marqué a Carmen?”, la amargura, el dejo de ira y la forma menos que amistosa de decirlo solo alimentan el tornado en mí, el cual estaba tratando de calmar.
Me giro hacia él y mis ojos brillan dolorosamente mientras mi loba interior salta para luchar por mí.
“¡No te atrevas! Lo sentí… el dolor y la traición unos cuatro días después de que me fui, ¡Así que no me mientas sobre lo que hiciste! No soy estúpida”, le grito, alterada e igualmente irritada.
Me enfrento a él, pero él no retrocede. Colton puede dar mucho miedo cuando está irritado, y parece erguirse más y erizarse ante mi ataque verbal. Sus ojos, muy parecidos a los míos, brillan con mayor intensidad; como los de un lobo colérico.
Agarra la orilla de su camiseta y se la quita por la cabeza, con un movimiento rápido y apresurado, y la arroja sobre la cama, exponiendo su cuerpo musculoso y bronceado. Extiende los brazos y me mira fijamente a los ojos. Gira con lentitud para que pueda ver todo su torso desnudo.
“Muéstramelo… ¡No podría ocultar si marqué a alguien! Fíjate bien porque, te juro por mi vida, Lorey… que no marqué a nadie”, replica y me mira de nuevo.
La sangre abandona mi cuerpo y me deja fría por dentro cuando veo su piel bronceada sin marcas.
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