El destino de la huerfana -
Capítulo 111
Capítulo 111:
Sabía que me estaba traicionando a mí misma al iniciar el contacto e intentaba con todas mis fuerzas luchar contra ello.
Estar con él era demasiado fácil, y atrayente, como un puerto seguro que me llamaba, para refugiarme del mundo cruel, sobre todo cuando me sentía vulnerable, y esta noche hacer eso probablemente fuera una mala idea. No había dormido nada, mis emociones estaban a flor de piel y estaba demasiado cansada como para luchar contra ellas.
“Quizá podamos quedarnos así hasta que ella despierte, y yo pueda dejar de pensar o de sentir y tomarme un minuto…”, su voz era tan tenue como la mía y su aliento me hizo cosquillas en la frente cuando pronunció esas palabras.
Su sugerencia de estar sentada aquí con él durante dos días, ignorando todo, y aparentando por un rato que esto era lo único que debía importarnos, me puso la piel de gallina y se despertaron todo tipo de sentimientos y pensamientos locos.
Acurrucarse no sonaba del todo horrible, era como robar unos últimos momentos antes de que la realidad se impusiera. No estaba en contra de fingir por un rato que estábamos bien y que no había nada malo con su contacto.
Tomó mi silencio como un sí, extendió la mano y pasó la página del libro como si fuera a empezar a leerle de nuevo, lo que hizo que me acurrucara aún más contra él, acomodándome para escuchar y reprendiéndome mentalmente por fingir que era un momento congelado en el tiempo en el que nada importaba excepto escucharle leer y verla dormir.
“Mis dos chicas favoritas… ¿Qué más podría pedir?”, deslizó el brazo que estaba entre nosotros, me rodeó con él y me estrechó contra su pecho, despertando esa sensación de seguridad y protección.
Me derretí y me rendí por completo, hundiéndome en su abrazo y haciendo oídos sordos a todo lo que mi cerebro me decía, a todas las palabras de advertencia y de rechazo. Quería ser abrazada por él y apreciar este momento si tenía que pasar el resto de mi vida viéndolo unido a otra persona.
Apartó la mano que tenía sobre el libro y la colocó sobre la frente de su madre, peinando suavemente sus cabellos y luego la apoyó sobre la línea de nacimiento de su pelo mientras se inclinaba para poder ver el libro.
Subí los pies al taburete y apoyé mis rodillas en las suyas, sintiendo calor en cada parte de mi cuerpo, deslizando un brazo por detrás y aprovechando al máximo la oportunidad de hundirme en su cuerpo.
Extendí una mano con suavidad y toqué la de Sierra cuando me invadió la necesidad de hacerle saber que yo también estaba allí, una sensación que, por alguna razón desconocida, me dominó por completo. Tuve una repentina compulsión de conectarme con ella y completar de alguna manera este pequeño círculo que teníamos en marcha.
“Es muy hermosa. Tú te pareces a tu…”, mis palabras murieron en mis labios cuando mis dedos se deslizaron sobre los suyos y capturé su mano con la mía.
Una sensación de calor subió desde las puntas de mis dedos, y algo loco me sucedió. Mi mente fue sacudida por una fuerte descarga eléctrica, que me acercó a la cama y casi me hizo caer, pero Colton me atrapó y me abrazó.
Solté un grito ahogado, mi cerebro perdía de algún modo el control de todas sus facultades, la vista se me nubló y me quedé ciega, de modo que me aferré a su pierna con la única mano que me quedaba libre para estabilizarme mientras perdía toda capacidad de oír, sentir o ver.
La única sensación de la que era consciente era la abrasadora conexión de la mano de su madre con la mía, acompañada del mismo ardor que me producía el brazo de él alrededor de mi cintura. Los tres estábamos conectados, y no tenía forma de luchar contra ello.
Me quedé en blanco, perdiendo todo sentido. Él, ella, la habitación, todo se desvanecía, era como intentar retener el agua con la punta de los dedos, y lo único que podía hacer era fluir con ella.
No podía abrir los ojos, ni sentir mis extremidades, ni mi cuerpo, era como una masa de pensamientos sin relación ni forma física.
Intenté respirar, pero incluso eso me pareció inútil, ya que yo era nada, estaba en un espacio sin aire y me encontraba en una oscuridad espeluznante, pero familiar, mientras los sonidos y los olores empezaban a filtrarse y evocaban pequeños momentos en el tiempo.
Distantes al principio, como si viajara por un túnel, y estuvieran en otro extremo luchando contra la niebla. No se trataba de la enfermería, sino de otra cosa que se filtraba en mi memoria y me hacía retroceder en el tiempo, como si empezara a sumergirme en un recuerdo que no sabía que tenía.
Los olores del verano me llevaron a un lugar más luminoso, parpadeé y lentamente conseguí abrir los ojos. De repente pude sentir y controlar mis extremidades.
Sin embargo, no había nadie a mi lado, Colton no estaba allí, no podía sentirlo ni percibirlo, y yo parecía estar en un lugar distinto. Estaba en una habitación, acostada, una que me atormentaba desde el pasado.
Levanté la mano para tocar mi rostro y comprobar la realidad de lo que veía, me sobresalté al ver que era tan pequeña e infantil, por lo que parpadeé un poco más para despejar mi confusión y así poder observar todo con detenimiento.
Todo empezó a volverse más claro, era como si hubiese retrocedido en el tiempo, y supe inmediatamente dónde me encontraba.
Volvía a estar en la pequeña habitación improvisada del ático, pintada apresuradamente de rosa por la familia que me acogió cuando mis padres se fueron a la guerra. Había una cama acogedora, burós pintados y mi muñeca de trapo, Amnie, estaba a un lado de la cama, observándome mientras dormía.
Todo me traía tantos sentimientos encontrados y recuerdos, pero ninguno era tan vivido como esto. Todo parecía nuevo y, sin embargo, estaba exactamente como lo recordaba.
Era de noche, aunque no estaba oscuro, así que debía de ser verano, sabía que debía de estar durmiendo, pero algo me despertó de mis sueños en los que mi madre y mi padre corrían por nuestro prado jugando a las atrapadas.
Mis sentidos me alertaron sobre la ventana del rincón más alejado, y observé aterrorizada, en silencio y como una niña vulnerable, cómo algo empezaba a trepar por ella con movimientos precisos e inciertas intenciones.
Mi corazón se aceleró y latió tan fuerte que sentí que se me iba a salir del pecho. Me quedé paralizada de terror, incapaz de gritar por miedo a que el monstruo me viera si hacía ruido.
La oscura y tenebrosa figura, vestida con una gran y pesada capa negra, con la capucha levantada para ocultar su identidad, se deslizó por el panel de cristal sin cerrar y trepo lenta y cuidadosamente hacia el interior, arrastrando consigo su pesada vestimenta, y casi sin hacer ruido se posó en el espacio frente a mi ventana.
Resistí el impulso de taparme la cara con las sábanas, la sangre se me heló por el terror y el pánico se apoderó de mí, por lo que intenté llamar a mi cuidador en medio de un ataque de histeria infantil.
“No tengas miedo, pequeña… ¡Guarda silencio!”, exclamó una voz femenina, haciéndome callar al oír ese sonido tan familiar y al ver su mano extendida.
Me quedé en silencio, porque la conocía. Reconocí su olor, su voz, su presencia, mientras ella me calmaba y se volteaba hacia mí.
Todo lo que pude ver fueron dos orbes azul eléctrico, brillante, desde la oscura sombra de su capucha mientras me miraba directamente. Sus ojos me hipnotizaron porque nunca había visto un color así.
“Me conoces, Alora. Estoy aquí para protegerte. Soy la Luna Sierra Santo, vengo como amiga de tu madre… quédate quieta. Tengo mucho que hacer”, espeta.
Me quedé quieta, mirándola, congelada, con la respiración entrecortada por mi elevado ritmo cardíaco, pero mis temores empezaron a calmarse y a desvanecerse cuando ella se quitó la capucha con un movimiento lento y uniforme, e iluminó la habitación con un mágico resplandor azul.
Era similar a un fascinante orbe ahumado que seguía y trazaba cada movimiento de sus manos. Era hipnótico por naturaleza.
Sierra Santo era una mujer muy hermosa, de piel casi lechosa, a pesar de su aspecto exótico. Su cabello oscuro enmarcaba una delicada estructura ósea y sus ojos, aunque de un azul electrizante eran almendrados y estaban debajo de unas cejas oscuras, gruesas y rectas, perfectamente simétricas.
Tenía unos labios carnosos y poseía un encanto juvenil permanente que te atraía por completo. Un rostro que decía ‘Puedes confiar en mí’, en sintonía con la atmósfera de serenidad que siempre la rodeaba.
Me incorporé, jadeando de asombro ante el espectáculo de luces, y alargué la mano para tocar lo que podía ver cuando ella se acercó y se sentó en un lado de mi cama con elegancia.
Dejó que mi mano se deslizara por la suya, buscando e investigando, antes de envolverla firmemente entre sus propios dedos y rodearme con su calidez.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar