Capítulo 102:

No está desanimado ni enojado, sino que ve esto que acaba de pasar como un rayo de esperanza; cree que podría salirse con la suya si juega bien sus cartas, e incluso podría aprovechar para acercarse de nuevo a mí.

Se me eriza el pelo y me pongo a la defensiva: mis ojos brillan, advirtiéndole que debe retroceder. Se enciende mi furia y estoy lista para desgarrarlo.

“Está bien, me rindo, ojos rojos. Lo entiendo. Necesitas más tiempo y yo debo mejorar mis disculpas y tal vez bajar mi nivel de testosterona”, pone una linda cara de niño engreído y hace ademanes de camaradería; se ajusta los pantalones deportivos negros y mueve los hombros para aliviar un poco la tensión se%ual.

“Espero que te ahogues”, le espeto, de mal humor, al empujarlo a un lado para pasar a toda velocidad en dirección a la puerta. Estoy molesta por su culpa, con él, conmigo; muy molesta porque se tomó libertades cuando yo estaba mostrando debilidad, y me hizo enojar aún más.

“No es que lo prefiera, pero si te calienta, me gustaría probarlo”, agrega con una ceja levantada. Mi giro y amago otro golpe por esa inapropiada insinuación se%ual.

El instinto me hace atacar al imbécil.  Él se encoge de manera juguetona, riéndose más fuerte y agarrándose el costado como si le doliera de tanto reírse.  Está muy divertido; mi ira no lo perturba ni un poco.

No toma esto en serio y mis débiles golpes no lo lastiman… este tipo estaba a segundos de traicionar su nuevo vínculo de pareja y engañar a su Luna.

¡Imbécil!

Retrocede con las manos levantadas, con esa tonta sonrisa de adoración, mirándome de una forma malvada y traviesa que hace que mi sangre hierva. Es un idiota adolescente feliz, que no ve nada malo en lo que acaba de pasar.

“Honestamente, tú solo… aah”, medio gruño, encendiéndome con la frustración y la rabia reprimida.

Ya no estoy dispuesta a participar en este extraño juego, a perder la calma y ser tan inmadura como él. Doy media vuelta de nuevo y salgo corriendo de la enfermería, impulsada por una ira ardiente y odio, el cual regresó.

Al ver al doctor y a la médico mirando en mi dirección mientras doy pasos con fuerza hacia la puerta, me alegro de que no nos hayan visto acalorados allá atrás. Arrojo una última mirada furiosa a la habitación antes de salir.

Choco con una figura en la entrada y casi tropiezo. Ahogo un grito de sorpresa cuando me ayuda a ponerme de pie y se disculpa entre dientes. Luego mira por encima de mi hombro.

“Alfa… tenemos visitas”, dice con una voz un poco tensa y mi corazón se detiene.

Guardo silencio, mi sangre se congela y mentalmente trato de calcular si ha pasado suficiente tiempo para que Deacon y su manada lleguen aquí. Solo han pasado un par de horas; no pueden ser ellos. Mi ánimo se enfría. Me giro para mirar a Colton, de pie en la habitación, junto a la cama.

Colton mencionó unos ataques… tal vez sea Juan y sus hombres, o tal vez sean vampiros.

Me dan náuseas y mis entrañas se revuelven. Pero Colton entra en acción, el guerrero siempre listo; la sonrisa se desvanece y la despreocupación se desploma.

Parece más alto, más fuerte, sus ojos se vuelven de un color ámbar brillante y su expresión se relaja por completo. Es un líder nato que hace a un lado todo lo demás cuando se enfrenta a una amenaza.

“¡Llegó la hora del espectáculo!”, suena confiado y el brillo de sus ojos se intensifica mientras se eriza y se prepara para salir, y acabar con cualquier cosa que amenace a su gente.

Lanzo una mirada cautelosa al doctor en la esquina, quien se vuelve un tono más pálido y frunce el ceño; hay preocupación en su rostro y me lanza una mirada evasiva. Dirige una mirada a Colton y luego otra a mí, repentinamente avergonzado.

“No puede ser Deacon, ¿verdad? ¡Es demasiado pronto!”, señalo pidiéndole que lo confirme, para calmar el repentino torbellino de nervios que me acomete; pero lo siento aprensivo y traga saliva con fuerza.

“Puede ser que haya exagerado nuestra ventaja inicial un poquito. No quería alarmarte y que vacilaras en venir conmigo, querida niña. Si hubieras sabido que estaban pisándonos los talones, hubieras cuestionado el plan y yo tenía fe en que el destino intervendría si salíamos. Tuve que darles una dosis baja para no matar a mi personal humano y, lamentablemente, por eso los lobos se recuperaron rápidamente”, explica inquieto.

Le dedico una sonrisa débil, transmitiéndole que está bien y que realmente no hace mucha diferencia ahora, porque es lo que es.

“Maldita sea, es Deacon. Meadow y la manada los están rastreando por el camino del norte; los están siguiendo. Estarán aquí en un par de minutos”, Colton gruñe y pasa a mi lado, rezumando determinación y creciente hostilidad, como un humo denso.

En su cabeza, está preparándose para la batalla y no puedo más que seguirlo fuera de la enfermería. Sé que, sin importar qué, yo debería estar ahí cuando llegue el séquito. Después de todo, vienen por mí y por Sierra.

“Deberías quedarte aquí”, Colton me lanza una mirada malhumorada, en la cual hay un feroz y autoritario deseo por protegerme.

Yo le respondo con una mirada de advertencia que significa; ‘De ninguna manera?.

No voy a sentarme en un rincón y envolverme en algodón porque Colton cree que necesita cuidar a una pequeña y débil mujer. Esta mujer venció a un oso, y no está dispuesta a dejarse intimidar por el idiota de Deacon.

“Ese hijo de p%ta me lanzó una flecha por la espalda. ¡No voy a perderme la oportunidad de verlo arrastrándose hasta aquí, ni el momento en el que se dé cuenta de que está en los dominios de los Santo! Quiero presenciar esa epifanía y verlo denigrarse”, digo con los dientes apretados.

Mi agresividad se manifiesta al pensar en la cara del cabrón engreído, y en las ganas que tengo de patearle las bolas desde que estaba en las instalaciones. Hierve mi ira, mi piel hormiguea con expectación y surge mi enojo hacia esa comadreja babosa.

“Entonces quédate atrás, cerca, donde pueda intervenir de ser necesario”, Colton pronuncia esta orden dominante y sensata, y se gira.

Obviamente notando mi tono obstinado y sabiendo que discutir conmigo es inútil. Sin embargo, aun así tiene que encargarse de mi seguridad.

A toda velocidad, lidera el camino hacia el pasillo, a través del vestíbulo, y sale por la puerta principal. Otros lobos se apartan del camino o giran y siguen a su líder, supongo que siguiendo sus órdenes.

Está ansioso por salir a esperar a nuestros invitados. Su lobo comienza a asomarse en el brillo de sus ojos y el gruñido en su voz; pero lo mantiene bajo control y sigue siendo principalmente humano.

Gira los hombros y se inclina ligeramente hacia adelante. Esa actitud de psicópata sobresale cuando hacemos un alto en el camino de grava al frente de la casa. Los lobos tienden a encorvarse hacia adelante y mirarte con la barbilla inclinada.

Por lo general, se debe a que, como lobos, preferimos ir en cuatro patas, aunque podamos caminar erguidos; Colton parece estar atrapado entre las dos posturas; su cuerpo y su cabeza están inclinados mientras sus ojos brillan con saña y en sus palabras suena un gruñido dominante, No planea convertirse, pero sí intimidar a Deacon.

Puedo sentir lo que va a hacer e interpretarlo mucho mejor que antes. Me pregunto si nuestros lobos se están sincronizando debido al momento de intimidad que tuvimos en la enfermería, o tal vez solo estoy mejorando en leer el estado de ánimo,

Nos conduce a través del nuevo camino de grava, barrido y despejado. Todos los vehículos se fueron y puedo ver lo grande que es el frente de la entrada de la casa. Sin los lobos flanqueándonos sin que podamos verlos, puedo apreciar el amplio espacio, bordeado de un denso bosque.

Solo hay una estrecha abertura que se dirige hacia el norte. Colton tenía razón acerca de que este lugar es más pequeño que la mansión en la montaña, pero aun así es bastante impresionante.

Los faros parpadean a lo lejos, a través del espacio entre los árboles, y me doy cuenta de que es porque el camino es recto y largo y, parados aquí, podemos ver a unos tres kilómetros a la distancia. Como está oscuro podemos ver las luces parpadeantes moviéndose hacia nosotros, como orbes que se acercan rebotando en un terreno de grava irregular.

“Dos camiones… Radar detectó las señales de calor de doce lobos entre los dos”, Colton me susurra, como si el hecho de que Radar pueda detectar eso no fuera sorprendente; ahora su sobrenombre tiene sentido.

Puede ver el calor del cuerpo a través de objetos; visión infrarroja. Algo me llama la atención y me distrae de esta maravilla, pues pasa a su lado cuando miro en su dirección.

Ajusto mi visión nocturna y me doy cuenta de que los lobos Santo se acercan sigilosamente desde el lindero del bosque y se extienden a nuestro alrededor, en las sombras. Observan, esperan, se preparan para intervenir en caso de que su alfa los necesite.

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