El bebe del millonario -
Capítulo 37
Capítulo 37:
Estaban juntos ahora y las cosas entre ellos parecían haber vuelto a la normalidad. Todavía quería saber qué es lo que había hecho que Piero actuara como lo hizo, pero no tenía prisa.
Piero asintió y estiró la mano hasta acomodarla sobre su cadera. Su sujeción era una señal clara de que no quería que se fuera a ningún lado y por si necesitaba algún gesto más para confirmar que había sacado conclusiones erróneas, él se lo acababa de dar.
“Te amo”.
Miró sus ojos y solo vio sinceridad.
“Y yo a ti”.
Ninguno de los dos dijo nada en un buen rato y en algún momento ambos debieron quedarse dormidos.
Cuando despertó Piero seguía en la misma posición con los ojos cerrados, su respiración era pausada. Permaneció allí, observándolo dormir. Extendió una mano y le acarició la mejilla. Después de un rato, besó a Alba en la frente y se puso de pie. Buscó su celular en su maleta.
“¿Qué hora es?”
Si giró al escuchar a Piero. Sonrió al verlo. Tenía el pelo alborotado y los ojos brillosos.
“Las doce y media”.
“Es la primera vez que siento que descansé desde que te fuiste”.
Piero se levantó y llevó a Alba a su cuna, se aseguró de que ella no despertara antes de seguirla a la cocina. La hora de comer estaba cerca, pero ninguno tenía ganas de cocinar. Al final optaron por ordenar a domicilio.
La comida llegó casi una hora después. Piero fue por platos y cubiertos mientras ella abría las bolsas y cajas. Se acomodaron en la sala y empezaron a comer mientras hablaban de temas sin mucha relevancia. Era como si ambos quisieran prolongar la tranquilidad un poco más, pero cuando terminaron de comer Nerea decidió enfrentarse al elefante en la habitación.
“¿Entonces?”, preguntó.
“¿Qué sucedió?”
Piero y ella estaban sentados en el suelo de la sala con las espaldas apoyadas en los sillones. Sobre la mesita de café estaban un par de latas de refresco.
El silencio se extendió por un tiempo y Nerea espero paciente a que Piero dijera algo.
“No hay manera fácil de decirlo, así que solo lo diré… La madre de Alba apareció”.
Cuando se recuperó del shock inicial, Nerea estiró la mano y tomó su lata de refresco, bebió la mitad del contenido de una sola vez. No era para nada lo que había esperado escuchar. Iba a necesitar algo más fuerte que un refresco.
Piero le contó a Nerea la misma historia que Vittoria le había contado a él. No se guardó nada, ni siquiera cuando llegó a la parte en que ella se estaba quedando en casa de sus padres.
Nerea se mantuvo inexpresiva en todo momento y era difícil saber lo que pasaba por su cabeza.
“¿Le crees?”, preguntó ella después de lo que se sintió como una eternidad en silencio.
Tomó como una buena señal que no lo mirara como si le fuera a arrancar la cabeza.
“No lo sé, parecía sincera, pero…”
“Pero ¿Qué?”
“No puedo confiar en la mujer que abandonó a mi bebé a la intemperie, incluso si dice que lo hizo por su bien”.
Nerea se puso de rodillas. Gateó hasta quedar delante de él en medio de sus piernas y le dio un abrazo.
“Debiste decirme lo que estaba sucediendo”
No había reproche en su voz.
“No tenías por qué lidiar con esto tú solo”
“No quería ocultártelo. Creí que lo mejor era esperar a que volvieras para evitar que te preocuparas”.
“Bueno, no funcionó. No podía dejar de pensar en los motivos por los que estabas actuando tan raro. Si pudieras imaginar todo lo que pasó por mi mente. Creí que estabas cansándote de lo nuestro y que buscabas una manera de decírmelo sin herirme”.
Piero la sujetó de los hombros y la hizo hacia atrás para poder verla al rostro.
“Lamento tanto haberte hecho pensar eso, pero necesito que confíes en mí cuando te digo que soy feliz a tu lado. Jamás había esperado que lo nuestro se convirtiera en algo más, pero no hay momento en el que me arrepienta… Y solo para que quede claro, no podrás deshacerte de mí tan fácil”.
Acercó sus labios a los de ella y la besó un par de veces. Tuvo que parar porque de lo contrario no iban a terminar de hablar. Piero ya estaba imaginándosela desnuda debajo de él. Una semana sin tocarla era una eternidad y su fuerza para resistirse a ella pendía de un hilo.
“¿Y qué piensas hacer ahora?”, preguntó Nerea.
A Piero le costó algo de esfuerzo concentrarse en sus palabras y entender a lo que se refería.
“No tomé una decisión definitiva, solo busqué un arreglo temporal hasta que llegaras. ¿Quieres que Vittoria vea a Alba?”
“Esa decisión es solo tuya”.
“No. Has estado para mí y mi hija desde que te enteraste de su existencia. Te viste forzada a modificar tu vida, aun cuando no tenías que hacerlo. Así que, eres tan responsable de Alba como lo soy yo. Y si dices que no quieres que ella vea a su madre biológica, lo aceptaré sin ninguna queja”.
“¿Estás seguro?”
“Sí”
Nerea tomó una inhalación profunda.
“Existe la posibilidad de que ella esté diciendo la verdad y, sí es así, no me gustaría que Alba se pierda la oportunidad de conocer a su madre. Hizo mal al abandonarla, pero está aquí, tratando de hacer las cosas bien. Deberíamos dejar que la vea un par de veces por semana y ya veremos más adelante… Si es lo que tú también quieres”.
Sonrió.
“¿Te he dicho que eres perfecta?”.
“No tan a menudo como me gustaría”.
“Bueno, déjame rectificar el error. Eres perfecta”.
“Gracias, lo sabía”.
Soltó una carcajada y luego se inclinó a darle un beso rápido.
“¿Te parece bien que se quede con mis padres?”, preguntó. Si ella decía que no, iba a buscar otra opción.
“No me gusta, pero quizás es lo mejor si queremos ver cuán verdaderas son sus intenciones. Además, la idea de dejarla a su suerte no es de mi agrado”.
Nerea podía mostrarse como alguien reservada, pero unos minutos de conocerla y te dabas cuenta el corazón bondadoso que poseía.
Piero asintió.
“Es tu turno”, dijo ahora que el asunto de la madre de Alba estaba solucionado.
“¿Qué fue eso del aeropuerto con Victor?”
“Déjame acomodarme mejor, me duele las rodillas”.
Nerea se sentó y soltó un suspiro.
“¿Entonces?”, insistió.
“Promete que no saldrás a matar a nadie tan pronto te lo diga”.
Eso solo activó sus alarmas. No iba a prometer nada que no fuera a cumplir.
“¿Con “nadie” te refieres a Victor? ¿Por qué asumes que querré matarlo?”
Piero trataba de aparentar tranquilidad, pero la verdad era que si no había molido a golpes a Victor en cuanto lo vio sujetar a Nerea había sido gracias a Alba. Era difícil darle una paliza a alguien con un bebé en brazos, pero su hija ya no estaba allí para detenerlo. No lo quería cerca de su novia.
Nerea se mordió el labio inferior.
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