El bebe del millonario
Capítulo 36

Capítulo 36:

“Será mejor que me sueltes sino quieres que lo de ayer se repita”.

Podía escucharse calmada, pero nadie habría pasado desapercibido la amenaza oculta detrás de sus palabras.

Victor la soltó de inmediato.

“¿Podemos hablar? Por favor”.

“No en este momento”.

Nerea continuó con su camino dejándolo detrás de ella. La furia se estaba expandiendo por su sistema al recordar lo sucedido la noche anterior. Sí, no iba a disculparlo pronto… quizás nunca.

Se detuvo de golpe al ver a Piero con Alba en sus brazos unos metros delante en medio de la multitud. Una sonrisa se extendió por su rostro, pero la borró de inmediato. No debía olvidar que estaba molesta con él.

Retomó su andar hasta alcanzarlos.

En cuanto Alba la vio se estiró hacia adelante para llegar a ella. Nerea la recibió en sus brazos sin dudar y la abrazó con fuerza.

Rio emocionada mientras intentaba no llorar. En serio la había extrañado.

“¿Cómo estás, cariño?”

Besó sus regordetas mejillas y luego acomodó la nariz en su cabeza. Su olor la envolvió y la ayudó a relajarse un poco.

“¿Te portaste bien? Yo digo que sí porque eres la mejor niña del mundo”.

“Me siento como el hombre invisible”, comentó Piero.

“¿No hay ni un beso para mí?”

Nerea levantó la mirada.

Piero estaba con una sonrisa ladina, aunque parecía algo nervioso. Bueno, bienvenido al club.

“Después de cómo has estado actuando los últimos días, agradece que no he pasado de largo”.

“No sé de lo…”

“Espero que no estés pensando en mentirme”, interrumpió. No quería escuchar mentiras.

“Princesa”

Piero dio un paso hacia ella y la sujetó de la espalda baja, luego se inclinó hacia ella y le dio un beso.

Al principio intentó resistirse, pero no duró demasiado. Había anhelado sus besos cada día que había estado lejos. Sus miedos y preocupaciones desaparecieron poco a poco.

“Ta, ta, ta”, balbuceó Alba y ambos se separaron.

“Maldición, tienes la capacidad de hacerme perder la razón”.

Piero dio un paso hacia atrás y se pasó la mano por el cabello.

“Hablaremos en casa”.

“Es lo mejor”.

El corazón le latía acelerado.

“¿Qué fue lo que sucedió allá atrás?”, preguntó él haciendo un gesto detrás de ella, su expresión se tornó pétrea.

Al parecer había visto su interacción con Victor.

“Hablaremos en casa”, dijo ella imitando sus palabras.

Piero parecía dispuesto a insistir, pero asintió con la cabeza y tomó su maleta.

“¿Cómo estuvo tu viaje?”

“Aburrido. Creí que no vendrías”.

“Me moría por verte, no habría resistido mucho más tiempo lejos de ti”.

Era difícil no derretirse cuando él decía cosas como esas. Para alguien que estaba pensando en dejarla, no estaba actuando como tal. Quizás si había dejado su imaginación fuera demasiado lejos.

En el camino hacia casa, Nerea intentó ponerse al corriente de todo lo que había sucedido con Alba en los últimos días. Una semana era tiempo suficiente para muchos cambios cuando se hablaba de un bebé.

Piero no se guardó ningún detalle y Alba también participó. La pequeña se mantuvo bastante activa todo el viaje, balbuceando sin cesar. Nerea se aseguró de incluirla en la conversación, haciéndole preguntas o asintiendo a lo que salía de su boca.

“Por fin en casa”, soltó sentándose en uno de los sofás y acomodó a Alba en sus piernas.

“Me gusta eso”, comentó Piero.

“¿Qué cosa?”, preguntó.

“Que consideres esta tu casa, incluso si aún no te has mudado oficialmente”.

Y eso bastó para saber que él no se había arrepentido de estar con ella.

Alba se removió inquieta mientras se frotaba los ojos y soltó algunos quejidos.

“Casi es hora de su siesta”, anunció Piero.

“Creo que detesta tener que dormir, pero nunca puede vencer al sueño”.

“Oh, dulzura. Vamos a darte de comer”.

“Espera aquí, traeré su fórmula en unos minutos”

“Debes estar agotada”.

Piero desapareció rumbo a la cocina sin darle oportunidad de replicar nada.

Alba hizo un puchero, lista para llorar; así que Nerea se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro esperando distraerla.

“¿Quieres que la alimente yo?”, preguntó Piero cuando regresó.

“No, lo tengo bajo control”.

Se acomodó de regreso en el sillón y recibió el biberón.

Alba empezó a beber su fórmula con prisa.

“Juró que la alimenté todos los días a su hora”, bromeó Piero.

“No estoy segura”, dijo en el mismo tono.

“La manera en la que come dice lo contrario”.

Piero soltó una carcajada y ese sonido hizo vibrar todo su cuerpo.

“La extrañé mucho”, comentó.

Miró a Piero y lo encontró observándola con adoración. Sus mejillas se calentaron y supo que se estaba sonrojando.

“Ella también la pasó mal sin ti. La primera noche hizo un gran alboroto y no fue fácil lograr que se durmiera”.

“No me lo dijiste”.

“Por supuesto que no. Estabas a kilómetros de aquí y tenías otras cosas en las que concentrarte”.

Regresó su atención a Alba que estaba quedándose dormida. Después de unos minutos, la pequeña terminó toda su fórmula y se acurrucó contra su pecho. Su pequeña manita se aferró a su camiseta como si no quisiera dejarla ir y eso la conmovió.

Nerea le alcanzó el biberón a Piero y se puso de pie para llevar a Alba a la habitación. Su intención no era dejarla en la cuna, todavía no estaba lista para separarse de ella.

Piero la siguió de cerca con su maleta y la dejó a un lado del armario.

Nerea acomodó a Alba en la cama y se recostó junto a ella.

“¿Podemos quedarnos así solo por un tiempo? Ya hablaremos después”.

“Tus deseos son órdenes”.

Piero se acomodó de lado junto a Alba.

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