El bebe del millonario
Capítulo 33

Capítulo 33:

“Casi he acabado. Las cámaras están en posición y en funcionamientos, al igual que las alarmas”.

“En cuánto lo hagas, ve con Lucía y ayúdala”.

“Está bien, jefa”.

Victor le hizo un saludo militar y continuó con su trabajo.

En los últimos días se habían acercado un poco. Era un tipo agradable y, lo más importante, siempre hacía su trabajo mejor de lo que se esperaba. Tenía buenas ideas, había sugerido algunas alternativas cada vez que se encontraban ante un obstáculo.

Nerea lo dejó a solas y fue a ver que todos los demás no tuvieran problemas con su parte del trabajo, antes de volver con sus propias responsabilidades.

El único ruido que se escuchaba en la casa, era el de las máquinas utilizadas para instalar los diversos dispositivos. En la casa solo estaban su equipo, los obreros y los guardias de seguridad, estos últimos habían llegado ese día para hacer el reconocimiento del lugar. Reconoció a alguno de ellos.

Para el final del día, Nerea estaba agotada. Cenó en el restaurante del hotel y subió de inmediato a su habitación. Al igual que la noche anterior, no conversó durante mucho tiempo con Piero e incluso en ese corto tiempo se dio cuenta de que algo lo tenía distraído. En más de una ocasión le había tenido que repetir alguna pregunta o comentario.

Lo que fuera que lo tenía preocupado, esperaba que se lo dijera en algún momento. Sin embargo, los siguientes días las cosas fueron iguales. En la mañana ella le enviaría un mensaje al levantarse y él le devolvería otro, luego no volverían a ponerse en contacto hasta la noche donde sus conversaciones se volvían cada vez más frías… O al menos ella lo sentía así.

En el trabajo las cosas no iban mucho mejor. El ir a contrarreloj parecía estarles cobrando factura a todos. ¿Y cómo no? Estaban haciendo el trabajo de por lo menos dos semanas en una sola.

Lo único que quería era acabar con todo de una vez.

Para el último día, Nerea estaba a punto de mandar al demonio al cliente. Nunca había conocido un ser tan quisquilloso. Más de una vez había metido sus narices para sugerir algunos cambios. La mayoría de las veces le había negado sus absurdas peticiones con una sonrisa de amabilidad, pero si el sujeto volvía a abrir la boca para soltar alguna estupidez, iba a perder los estribos.

Su alivio fue enorme cuando le entregó la casa a su cliente con todas las implementaciones y él la felicitó por el trabajo.

“Recojan sus equipos, hemos terminado”, anunció entrando a la habitación que habían designado como su central de trabajo.

“¡Somos libres!”, gritó uno de los muchachos alzando los brazos al aire.

Todos se rieron compartiendo su entusiasmo.

“Deberíamos ir a celebrar”, sugirió una de las mujeres

“¿Tú que dices?”, preguntó mirando a Nerea.

Nerea solo quería ir a su hotel, llamar a Piero y dormir. Pero su equipo había trabajado sin parar y se merecía un poco de diversión.

“Es una buena idea, yo invito los tragos”.

Se escuchó un aplauso colectivo mientras todos recogían sus equipos. Una camioneta estaba esperando afuera para llevarse todo y otra los esperaba a ellos para trasladarlos a su hotel.

“Conozco un lugar”, propuso alguien.

Nerea dejó de prestar atención a la conversación y se limitó a asentir cuando le preguntaron si estaba de acuerdo.

En el bar se acomodaron en una de las mesas del extremo y llamaron al mesero para que tomara sus pedidos.

“Es un lugar agradable”, comentó Victor.

“¿Verdad que sí? Vine con unos amigos durante mis vacaciones del año pasado”.

Nerea se disculpó para el ir al tocador, en cuanto estuvo dentro marcó el número de Piero.

“Hola, cariño”, contestó él al cuarto timbrazo.

“Hola, extraño. ¿Cómo estás?”

“Bien”.

Nerea percibió una vacilación en su voz. En definitiva, algo sucedía con él. Cada día hablaban menos y siempre notaba a Piero raro. ¿Acaso tenía que ver con ella? Tal vez él se estaba hartando de su relación.

Alejó ese pensamiento tan pronto apareció de inmediato, no iba a dejar que sus inseguridades la dominaran. Además de ser ese el caso, Piero se lo diría ¿Verdad?

“¿Y tú?”

“Agotada y deseando volver”.

“¿Dónde estás?”, preguntó Piero algo distraído.

“Los chicos y yo salimos a un bar a celebrar que terminamos el trabajo”.

“Regresa temprano al hotel, no quiero que te pase nada”.

Nerea sonrió.

“No te preocupes, no planeó quedarme demasiado. ¿Y Alba? ¿Ya se durmió?”

“Sí. Princesa, te tengo que dejar”.

Soltó un suspiró y asintió.

“Adiós”.

En cuanto terminó de hablar Piero le cortó, sin molestarse en despedirse.

“¿Qué demonios?”, maldijo mientras miraba la pantalla del celular.

Ahora más que nunca quería estar en su habitación de hotel, pero no es como si pudiera marcharse dejándolos a todos tirados. Además, lo único que haría al llegar allí sería pensar una y otra vez en Piero. No tenía caso torturarse con un sinfín de posibilidades cuando iba a volverlo a ver el día siguiente. Entonces le preguntaría que le pasaba.

Se dio una última mirada en el espejo y regresó con su equipo. Desde lejos se dio cuenta que el ambiente se había animado bastante, ya nadie parecía capaz de cometer asesinato. Ahora todos reían a viva voz.

“¿Está todo bien?”, le preguntó Victor cuando se sentó a su lado.

“Sí”.

Forzó una sonrisa.

“¿Segura?”

Asintió.

Bebió el contenido de su vaso y se unió a la conversación. Nerea logró distraerse lo suficiente y su noche resultó no ser tan mala como esperaba.

“Deberíamos irnos, mañana nuestro vuelo sale temprano”.

Algunos de los muchachos ya mostraban efectos del alcohol, así que lo mejor era marcharse antes de que alguno se saliera de control.

Los muchachos se quejaron, pero aun así se levantaron y tomaron sus abrigos.

El hotel estaba a unas cuantas cuadras de donde estaban por lo que decidieron caminar. El aire frío ayudaría a espabilar a los que habían tomado de más.

Nerea se quedó atrás mientras se perdía en sus pensamientos.

“Fue una noche agradable”, comentó Victor.

Nerea no se había percatado que él iba a su lado.

“Sí”.

“Pareces distraída. Si necesitas hablar de algo, soy bueno para escuchar”.

“Gracias lo tendré en cuenta”.

Nerea metió las manos en los bolsillos de su abrigo.

“Hiciste un trabajo genial”.

“Todos lo hicimos. Estuviste allí ¿recuerdas?”, bromeó mirándolo de reojo.

Victor sonrió.

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