El bebe del millonario
Capítulo 31

Capítulo 31:

Esa pequeña diablilla había despertado un par de horas atrás. Piero le había cambiado el pañal y luego alimentado esperando que ella durmiera un poco más, casi siempre lo hacía. Esa mañana, sin embargo, ella había tenido demasiadas energías y se había puesto a llorar cuando la recostó sobre su pecho.

Entonces había decidido abrigarla bien y sacarla al exterior. Estaban en la casa de sus padres, el lugar era perfecto para distraerla. Había llegado a darle un recorrido por el lugar antes de que ella por fin se quedara dormida, fue entonces cuando la había colocado en su hamaca para que pudiera dormir tranquila.

Se hincó en una rodilla, enfocó la lente de su cámara y disparó. Debía tener al menos unas cien fotos de ella y seguro iba a tomar otras cien más como mínimo.

Se colgó la cámara al cuello y se acercó para tomar a Alba de su hamaca con cuidado para no despertarla. Luego se sentó en la silla de madera que estaba en el porche y observó el horizonte mientras acariciaba la espalda de su hija.

Extrañaba a Nerea. Ella llevaba tres días fuera, pero se sentía como una eternidad. No le gustaba que estuviera lejos y mucho menos que este tal Victor estuviera con ella, Había algo en ese sujeto que no le agradaba.

“Parece que la ropa se la va a tragar en cualquier momento”.

Salió de su ensimismamiento al escuchar a su mamá. La miró y luego a su hija. Era cierto que se veía como un bodoque debido a la cantidad de prendas que le había puesto, pero no quería que se enfermara.

“Hacía frío”, se excusó.

“Eres igual de protector que tu padre”

La voz de su madre estaba llena de orgullo

“¿Quieres un poco de chocolate caliente?”

“Nunca le diría no a eso. ¿No tendrás alguno de esos cupcakes que te salen tan deliciosos?”

Su mamá sonrió.

“Siempre los tengo para ti”.

Ella le dio un guiño.

“Es por eso que te quiero”, dijo mientras se ponía de pie.

“Más te vale que no sea el único motivo”

“¿No?”

Su mamá le dio una palmada en el brazo. Piero pasó su brazo libre por encima sus hombros y le dio un beso en su mejilla.

“Sabes que solo bromeo”.

“Eso espero, muchachito”.

Su papá estaba bajando las escaleras cuando entraron a la casa. Él se acercó directo a Piero para tomar a Alba. Decir que sus padres estaban encantados con su hija, era quedarse cortos. Casi podía verlos maquinando como deshacerse de él y quedarse con su nieta al menos unos días.

“¿A qué hora se levantó?”, preguntó su padre en un susurro.

“Alrededor de las cinco de la mañana”.

“Pobre bebé, debe estar muy cansada”

Su papá besó la cabeza de Alba

“Espero que no este sintiendo frío. Hoy la temperatura parece más baja de lo usual”.

Su mamá soltó una carcajada.

“Creo que está bien, amor. Una prenda más y empezara a sudar”.

Al llegar a la cocina Piero se sentó en una de las sillas vacías y su padre se acomodó frente a él.

“¿Qué planes tienes para hoy?”, preguntó su papá.

“Saldré a tomar algunas fotos cerca de aquí, a Alba le vendrá bien un poco de aire fresco”.

“Puedes dejarla aquí con nosotros”, se ofreció su mamá mientras colocaba las tazas de chocolate en la mesa.

“Sí. No necesitas llevarla a ningún lugar, hay suficiente aire fresco aquí”, intervino su papá

“Además, todavía es muy pequeña para que la tengas caminando por allí”.

Estaba de acuerdo con él.

“¿Están seguros que pueden cuidarla?”

“Criamos tres niños y no salieron nada mal”.

“Aunque uno de ellos casi me mata en el intento”, musitó su padre.

Piero fingió no entender la indirecta, aunque se le escapó una sonrisa.

Alba comenzó a removerse inquieta y Piero estuvo a punto de acercarse para calmarla, pero no fue necesario.

“Shh, cariño”, susurró su padre.

“Tu abuelo está aquí”.

Sus hermanos le habían comentado que su papá se convertía en, y estaba citando, ´un pan esponjoso y dulce´ cuando se trataba de sus nietos.

La descripción había sido perfecta. Si sus socios pudieran verlo en ese momento, nadie volvería a pensar que en las venas de Alessandro De Luca corría hielo.

Alba acomodó su rostro en el pecho de su abuelo y se calmó de inmediato. Decían que los niños estaban tranquilos cuando sentían seguridad. Estaría más que bien bajo el cuidado de sus abuelos.

“Regresaré a la hora del almuerzo”.

“Tómate tu tiempo, cariño”, dijo su mamá

“Nosotros sabemos que hacer”.

Después del desayuno Piero alistó su cámara y una mochila con algo de comida. Se dirigió hacia el bosque que estaba a una hora de allí. Llevaba visitando el lugar desde que tenía quince años y había continuado yendo cada vez que tenía tiempo.

Detuvo su auto a un lado de la carretera y siguió el sendero cuesta arriba. En el camino tomó algunas fotografías. Cuando llegó a la cima, se sentó en un espacio libre y esperó a que la magia sucediera.

El mejor momento para visitar aquel lugar era durante la madrugada, pero a esa hora también había muchas cosas sucediendo.

Pese a que su plan inicial había sido permanecer solo hasta el mediodía, al final se quedó un poco más. Recorrió algunos de los caminos que ya conocía de memoria y se detuvo, por segunda vez, a la orilla de un riachuelo.

Alrededor de las cinco de la tarde se montó en su auto. Estaba agotado, pero satisfecho.

Tan pronto estacionó el auto, casi corrió hacia su hija. Se moría por ver a su hija. Era el periodo más largo que pasaba lejos de ella desde que la tenía.

Sus padres estaban sentados en el porche y sonrieron en cuanto lo vieron.

“¡Hola, cariño!”, dijo sujetando a su hija que parecía ansiosa.

La lanzó por los aires y la atrapó al caer.

“¿Cómo te la pasaste con tus abuelos?”

Miró a sus papás

“Espero no les haya dado muchos problemas”

“Es más tranquila de lo que tú alguna vez fuiste”, comentó su padre con una sonrisa ladina.

“Alessandro”, regañó su mamá.

“Me encanta cuando me dices por mi nombre completo”

Su papá se inclinó a besar a su mamá en los labios.

“¡Ugh! Será mejor que entremos, cariño. Cuando estos dos comienzan no hay manera de separarlos”.

Eran tan lindos juntos, pero de todas formas le encantaba molestarlos.

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