El bebe del millonario
Capítulo 25

Capítulo 25:

“Deberías prepararte para cuando comience a gatear o peor aún, caminar”.

Se imaginó a su hija corriendo por todos lados sin importarle el peligro.

“¿Qué piensas de forrar toda la casa con cojines?”

Nerea rio.

“No creo que se vea muy elegante”.

“¿Y a quién le importa que sea elegante? Me conformo con que sea seguro”.

El sonido del timbre llamó su atención.

“Dejemos que quién sea el que este allí afuera, se aburra y se vaya”, sugirió sin soltar a Nerea.

“Tal vez es algo importante”.

Soltó un resoplido.

“Está bien”.

Dejó que Nerea se pusiera de pie y también se levantó. Salieron de la oficina mientras planeaban salir de compras el día siguiente.

Nerea se quedó en la sala y él continuó hacia la puerta dispuesto a deshacerse de quien quiera que fuera su visita lo más rápido posible. Se dio cuenta que eso no sería posible, en cuanto abrió la puerta.

“¿Señor?”, preguntó con sorpresa.

Giovanni le dio una mirada glacial que habría congelado hasta el sol. Era fácil entender porque era temido y respetado por sus hombres.

“¡Piero!”, saludó Mia y se acercó a abrazarlo.

Reaccionó a tiempo para devolverle el abrazo.

“¿Cómo está señora?”

“Nada de señora, Mia está bien”.

Piero miró detrás de la madre de Nerea y supo que no había manera de que la fuera a llamar por su nombre mientras Giovanni lo miraba como si al mínimo error lo fuera a matar.

“¿Mamá? ¿Papá? ¿Qué hacen aquí?”

Miró sobre su hombro y vio a Nerea de pie un par de pasos atrás.

“Vinimos a visitarte”, respondió Mia.

“Apenas nos enteramos que estás viviendo aquí”.

“No vivo aquí”, negó ella de inmediato.

“Además, pensé que podíamos aprovechar para conocer a la hija de Piero”, continuó Mia ignorando a su hija.

“Escuché que es preciosa”.

Mia pasó por su costado y fue a tomar a su hija del brazo.

“Vamos, cariño”

La mujer se detuvo un instante y miró a su esposo.

“Si veo un solo moretón en Piero, dormirás en el sofá”, amenazó antes de continuar caminando.

Agradecía que le hubiera ofrecido su apoyo, sin embargo, apretó los labios para no echarse a reír. Giovanni era intimidante, pero su esposa ni se daba por enterada.

“Y viví con tres iguales a ella”, comentó Giovanni sacudiendo la cabeza.

“¿Cuáles son tus intenciones con mi hija?”

“La quiero”.

“Espero sepas en lo que te está metiendo”.

Vio un brillo de diversión en sus ojos, pero fue fugaz.

“¿Eso es todo? ¿No amenazarás mi vida?”

“¿Tengo que hacerlo?”, preguntó el hombre cruzándose de brazos.

Las amenazas estaban escritas en sus facciones.

¿Por qué si quiera había dicho algo?

“No, señor”, respondió como si fuera un cadete frente a su superior.

“Eso creí”.

Giovanni pasó por su costado.

Cerró la puerta y fue tras de él. Encontraron a Mia y Nerea conversando en la cocina sentadas alrededor de la isla. Cuando llegaron, su novia le dio una mirada de alivio.

“¿Y cuándo te mudaste?”, preguntó Giovanni sentándose junto a Mia y envolviendo la mano en su cintura.

Eran igual a sus padres. Nunca estaban demasiado lejos el uno del otro cuando estaban en una misma habitación.

“No me mudé”

“Aún”, susurró ¨Piero mientras Nerea le dio una mirada de advertencia.

“¿Segura? Escuché que no vas mucho a tu departamento desde hace una semana”.

“Voy a descubrir quién me está vigilando y le voy a dar una paliza”.

“¿Los dos están saliendo?”, continuó Giovanni.

“Esto parece un juicio. ¿Debo pedir un abogado?”, contraatacó Nerea sin dejar de sostenerle la mirada a su padre.

Mia miraba la interacción divertida.

“Sí, señor”, respondió Piero.

“Desde hace una semana”.

“¿No es eso genial, cariño?”, dijo Mia casi dando brinquitos en su asiento.

“Seguro”, contestó el aludido para nada feliz.

Sin embargo, Mia pareció más que satisfecha con la respuesta de su esposo.

“Ahora, ¿Dónde está la hermosa bebé de la que tanto he escuchado hablar?”

Como si su hija supiera que estaban hablando de ella, se escuchó su voz a través del intercomunicador.

“Iré a traerla”, se ofreció y salió a buscarla.

Nerea entró a la habitación poco después de él.

“Disculpa por eso. Mis papás son…”

Sonrió.

“¿Intensos?”, ofreció Piero.

Nerea asintió.

“Los míos no son muy diferentes”, dijo

“Incluso si aparentan estar más cuerdos”.

“No creo que puedan superar a los míos”.

“Eso lo veremos. Como sea, si están aquí es porque te quieren y se preocupan por ti”.

“Lo sé”.

Se acercó y le dio un beso en la frente.

“Ahora, regresemos con ellos, antes de que tu mamá piense que nos estamos tardando demasiado y aparezca aquí”.

Los dos compartieron una sonrisa.

“Allí está”, dijo Mia levantándose en cuanto entraron a la cocina.

“¿Puedo?”

.

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