El bebe del millonario -
Capítulo 18
Capítulo 18:
Piero entró en la oficina y cerró la puerta detrás de él. El espacio se volvió reducido con el allí.
“Lo siento, me tomaste por sorpresa”.
“Me di cuenta de eso. Siempre te olvidas del mundo cuando tienes una computadora entre manos”.
Habría estado de acuerdo con él, de no ser porque en los últimos días ni siquiera el trabajar en lo que le gustaba había borrado los pensamientos sobre Piero y aquel beso en su casa.
“¿Qué haces aquí?”
“Estaba aburrido y creí que debía venir a vigilar que mi hermano me siga haciendo más rico”.
No pudo evitar soltar una carcajada.
“Espero que no le hayas dicho eso”.
“Por supuesto que no, me habría mandado al demonio y llamado a seguridad”.
Ambos compartieron una sonrisa cómplice.
Durante ese corto momento fue como si nada hubiera cambiado entre ellos. Solo dos amigos que disfrutaban la compañía del otro.
“¿Y Alba?”
“La dejé con mi cuñada. Nunca me sentí tan ignorado, como cuando la vio. Decir que estaba emocionada por cuidarla un rato, no se acerca para nada a cómo se sentía”.
Piero se acercó al escritorio y se sentó al borde.
“¿Te falta mucho para terminar?”
“Los sistemas están actualizándose, eso tomará su tiempo y no hay nada que pueda hacer para apresurarlo”.
“Entonces qué te parece si Alba y yo te invitamos a almorzar”.
Eso significaba tiempo a solas con él. Bueno, quizás no a solas. Alba estaría con ellos, pero eso no mejoraba nada.
Intentó encontrar una forma de salir de aquello sin que pareciera que estaba evitando pasar tiempo con él… lo cual era solo la verdad.
“Y después me gustaría que nos acompañes a la clínica”, acotó Piero sin darle tiempo para negarse.
“Me haré la prueba de paternidad”
Levantó la cabeza de golpe.
“¿Cuándo lo decidiste? ¿Por qué no me avisaste?”
“Lo estoy haciendo ahora. ¿Así que? ¿Irás con nosotros?”
Se despidió de sus planes. Sin importar cuanto quisiera decir no, no lo iba a dejar ir solo a la clínica.
Él no necesitaba decirlo en voz alta para que se diera cuenta que estaba asustado. Piero no había estado muy entusiasmado con hacerse la prueba de ADN. Temió por un instante como se sentiría Piero, si la prueba llegara a resultar negativa.
“Debería golpearte por no habérmelo dicho antes”
“Por supuesto que iré con ustedes”.
“¡Genial! Vamos”.
Él le tendió la mano, pero ella fingió no darse cuenta. Se levantó, tomó su bolso y rodeó el escritorio por el lado contrario en el que él estaba.
No llegó muy lejos antes de que Piero se plantara delante de ella.
“Me muero por ver a Alba”, comentó tratando de actuar con naturalidad. Sus ojos clavados en su pecho.
“Si te mudaras con nosotros podrías verla todos los días”.
“Pensé que habías olvidado el asunto de la mudanza”.
“Para nada, solo te estaba dado un poco de tiempo para extrañarnos y que vinieras por tu propia voluntad. Aun tienes la llave de mi casa, puedes mudarte cuando quieras”.
“Es cierto, la tengo en mi bolso”.
Iba a comenzar a buscar la llave cuando Piero la tomó de la mano. Un escalofrió la recorrió ante su contacto.
“Consérvala”, ordenó él con la voz profunda.
“Alba te extrañó mucho”
Piero soltó su mano y acunó su mejilla obligándola a mirarlo.
“Yo te extrañé”.
No tuvo tiempo de asimilar lo que él dijo. Piero cerró el espacio entre ellos y la besó. Ella no se resistió. Apoyó las manos en su pecho y se dejó llevar. Era absurdo intentar fingir que no deseaba aquello.
“¡Maldición!”, dijo Piero terminando el beso de manera abrupta.
“No debí haberlo hecho”.
Nerea sintió como si él le hubiera dado un golpe en la boca del estómago. Pasó por su costado y se dirigió hacia la puerta. Si se quedaba allí solo una cosa podía suceder:
Iba a ponerse a llorar.
Piero la alcanzó cuando estaba a unos metros del ascensor.
“Nerea, yo…”
“¿A qué hora es tu cita en la clínica?”
“A las 3 de la tarde”.
Piero sonaba frustrado.
No es como si le importara, ella era la que debía estar furiosa. Era él quién la había besado y luego dicho que no debería haberlo hecho. Al menos la primera vez que se habían besado, él no se había mostrado arrepentido.
“Entonces será mejor que nos demos prisa, tengo que algo que hacer por la tarde”.
“Nerea, no es lo que imaginas”.
“Hay un restaurante aquí cerca que tiene una comida deliciosa”, dijo como si él no hubiera hablado.
“Estoy segura que te gustara”.
“Hablaremos más tarde de lo que acaba de suceder, quieras o no”.
No si ella podía evitarlo.
¿Qué sentido tenía? Él ya había dejado claro lo que sentía. No se necesitaba ser un genio para entender su mensaje.
Se dirigieron hasta el piso en el que estaba la oficina de Fabrizio. Para su buena suerte había un par de personas más en el ascensor y Piero se quedó en silencio.
La secretaria de Fabrizio les dio una sonrisa cuando pasaron por su escritorio. Le devolvió el gesto, su mal humor no tenía por qué afectarla. La mujer no había sido más que amable con ella.
Llamó a la puerta de la oficina de Fabrizio con un par de golpes y entró.
“Buenas tardes”, saludó.
Dos pares de ojos se fijaron en ella con curiosidad.
“¿Todo bien?”, preguntó Fabrizio. Él estaba sentado detrás de su escritorio con su hijo sobre sus piernas. Asintió mientras se las arreglaba para sonreír.
Cloe le devolvió la sonrisa.
“Hola, Nerea”
Ella miró a la pequeña en sus brazos.
“Mira quién está aquí, Alba”.
Al escuchar el nombre de Alba su humor mejoró bastante, Se acercó hasta Cloe para saludar a la pequeña. Era difícil decir si solo era su percepción, pero Alba había crecido bastante en los últimos días.
“Ooh, hermosa. Estás enorme”.
Cloe se la entregó y ella la abrazó. En serio la había extrañado. Se prometió que sin importar lo que sucediera de allí en adelante con Piero, no volvería a pasar mucho tiempo lejos de ella.
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