El bebe del millonario -
Capítulo 16
Capítulo 16:
Se encerró en la habitación de invitados y soltó un suspiro de alivio que duró muy poco al darse cuenta que tenía que ir a la habitación de Piero para alistar las cosas de Alba. Tal vez debía haberse ofrecido para otra cosa, pero ya no había manera de echarse para atrás. Se tomó algunos minutos para recuperarse antes de ponerse en marcha.
“Tengo la merienda lista. ¿Necesitas ayuda con algo?”
“No, también acabé”.
En realidad, lo había hecho hace un buen rato, pero estaba tomando valor para salir y enfrentarse a él.
“Lleva a Alba y yo me encargaré de las cosas”.
Asintió y salió de la habitación en busca de Alba, lo menos que necesitaba era estar en un espacio cerrado con él.
El viaje en auto transcurrió en completo silencio. Piero no hizo ningún comentario sobre lo que había pasado y ella tampoco se atrevió a mencionarlo. De rato en rato su mirada se desviaba hacia él, tratando de descifrar qué es lo que estaba pensando. ¿Por qué la había besado? ¿Se arrepentía de haberlo hecho?
El parque al que fueron no estaba demasiado lleno y había bastante espacio para acomodarse y no ser molestados.
Piero no dejó de observar el lugar con el ceño fruncido mientras buscaban un lugar donde acomodarse. Seguro estaba evaluando cuan seguro era para Alba estar allí.
Nerea le dio un golpe suave en el hombro.
“¡Vamos, hombre! Sé que no es el tipo de lugares que sueles frecuentar los fines de semana”, bromeó intentando actuar como siempre
“Pero tiene su encanto. Eso sí, no esperes ver a ninguna mujer bailando desnuda”.
Él se giró hacia ella con la advertencia en la mirada.
Nerea soltó una carcajada.
“Era una broma”.
Piero se inclinó hacia ella.
“Te encanta burlarte de mí ¿No es cierto?”
Nerviosa, tragó saliva y se recordó respirar.
“No tiene caso negarlo”.
Su voz sonó entrecortada.
“Acomodaré las cosas”, dijo escapando de su hechizo y se dio la vuelta para extender la manta debajo de la sombra de un árbol.
Piero la ayudó con las cosas y luego colocó a su hija entre los dos. Alba se había despertado apenas unos minutos atrás y parecía entretenida mirando el cielo. Sabía que no duraría mucho, pronto exigiría que la pongan en movimiento.
Piero nunca se había caracterizado por ser alguien paciente, pero sabía que lo mejor que podía hacer es darle tiempo a Nerea antes de hablar sobre lo que había sucedido esa mañana. Él mismo aún estaba tratando de entender sus acciones.
No se arrepentía, ni siquiera un poco. ¡Diablos! Si no fuera una mala idea, la volvería a besar y esta vez no se detendría. Pero no iba a arruinar su amistad solo por un momento de pasión.
“Ella dormirá al menos por las próximas horas”, comentó Nerea dejando a Alba en su cuna.
“Creo que la pasó bien”.
“Antes o después de dar una batalla para dormirse”, dijo dejando a un lado sus cavilaciones.
Nerea se dio la vuelta y él no pudo evitar mirar sus labios. Desvió la mirada de inmediato, pero ella lo había notado. Podía ver el rubor extenderse por su rostro.
Los dos se quedaron mirándose en silencio y con cada segundo que transcurría este se volvía más incómodo. Lo odiaba. Los dos siempre se habían sentido relajados en presencia del otro.
“Yo… Debería ir a alistar mis cosas para mañana”, anunció Nerea en un susurro.
Sus palabras le recordaron que esa era la última noche que ella pasaría en su casa. Para alguien que era reservado con su espacio, no tenía ningún apuro en que ella se marchara. Tal vez debió haberle pedido más de dos días… Una semana habría sido mejor opción.
Alejó ese pensamiento. Era mejor así. Ambos necesitaban algo de distancia para poder aclarar sus pensamientos y evitar que su amistad se volviera un cúmulo de momentos incómodos. Eso desgastaría su amistad con el tiempo.
“Tomaré una ducha y empezaré a preparar la cena”.
“Entonces me daré prisa para ayudarte”.
Nerea lo esquivó y lo dejó a solas.
Cuando se reunieron en la cocina, los dos estaban más tranquilos y al menos por lo que quedó de la noche su relación volvió a ser la de siempre. Incluso la mañana siguiente se mantuvo igual. Piero no imaginó ni por un instante que Nerea desaparecería por los próximos tres días.
Ella se disculpó por no poder ir a ayudarlo durante las tardes debido a un problema en el trabajo. A diario le enviaba mensajes, en su mayoría para preguntarle cómo estaba Alba, pero esa era toda la comunicación que tenían.
Nerea dejó claro que no dudara en llamarla si había una emergencia. No estaba seguro que calificaba como una emergencia, pero seguro no lo era que Alba parecía triste desde que ella se había ido.
Estaba seguro que eran imaginaciones suyas, pero su hija lo miraba con desaprobación.
“¿Debería llamarla?”, preguntó mirando a su hija que dormía tranquila en su coche como si no acabara de llorar sin parar antes de que el sueño la venciera.
El único indicio de su llanto era el hipido que soltaba de vez en cuando.
El timbre de la puerta principal sonó y maldijo por lo bajo. Esperó un momento para asegurarse de que Alba continuaba durmiendo y luego fue hasta la puerta sin molestarse en mirar por el intercomunicador.
“Hermano”, saludó Fabrizio en cuanto abrió la puerta y entró como si estuviera en su casa.
“Pasa, estás en tu casa”, comentó con ironía.
“Alguien no está de buen humor”.
¿En qué momento habían cambiado los roles?
Ahora Fabrizio parecía el hermano relajado y Piero, el que siempre estaba a punto de asesinar a cualquiera que se atravesara en su camino.
“¿Cómo va la paternidad?”, preguntó su hermano acercándose a mirar a Alba, su tono de voz era casi un susurro.
“¿Cómo se ve?”
Su hermano se fue a sentar en el sofá y le dio una sonrisa burlona.
“¿Tengo que responder a eso? Puede que no te guste que te diga que te ves del asco”
“Y de todas formas lo dijiste”.
Su hermano no perdió su sonrisa, pero luego se puso serio.
“¿En serio? ¿Cómo vas con esto de la paternidad?”
“Contrario a lo que había esperado, no soy un completo desastre. No es fácil, pero me gusta”.
Miró a su hija
“Daría mi vida por esa pequeña niña llorona y mandona”.
“Entiendo a lo que te refieres. Tener hijos lo cambia todo. Los primeros meses después del nacimiento de Leandro apenas dormía”.
Los ojos de su hermano brillaban llenos de felicidad, esa debía ser la misma mirada que tenía él cuando pensaba en Alba.
“Quisiera decirte que se vuelve más fácil con el tiempo, pero aún no he llegado a esa parte. Así que, o nunca sucede, o me falta mucho para eso”.
“Estoy inclinado a pensar que es lo primero”.
“Coincido”.
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