El bebe del millonario
Capítulo 12

Capítulo 12:

“Lo dice la mujer que le gustaría regalar una foto en mi momento vergonzoso a los tabloides. No soy un completo tonto como para darte más material valioso”.

Nerea rió mientras él se deleitaba con el sonido. Por fin estaba tranquilo ahora que ella volvía a ser la misma.

Su hija aprovechó ese momento para llamar su atención y Piero desvió la mirada hacia ella.

“Alguien está ansiosa por la hora del baño”, comentó Nerea tomando a Alba en brazos.

“Será mejor que nos demos prisa, si no queremos enfadarla”.

Nerea se dirigió hacia la habitación y él la siguió de muy cerca. Una vez allí, entró directo al baño y se encargó de llenar la bañera de bebé. Colocó el champú y jabón de Alba cerca de la bañera. Al terminar, regresó a la habitación.

“Traeré su leche para cuando termines de bañarla”, anunció Nerea poniéndose de pie.

“¿Segura que no quieres ayudarme?”, preguntó tratando de no sonar como un cobarde.

Nerea le dio una sonrisa.

“Puedes hacerlo”.

Su amiga miró a Alba.

“¿Verdad, Alba? Tu papá puede darte un baño, ¿Verdad que sí?”.

Piero intentó no sonreír como bobo al escucharla hablar con tanta ternura.

“Ambas tienen demasiada confianza en mí”.

“Vamos, Piero, lo has hecho durante los últimos dos días”.

Y cada día había estado igual de aterrado. El primer día Nerea se había encargado de bañar a Alba mientras le explicaba que hacer, pero después ella había insistido en que debía hacerlo por su cuenta.

“Contigo cerca para que puedas regañarme si hago algo mal”

“Nunca te regañé”, dijo Nerea entregándole a Alba.

“Estoy seguro de que casi me pegas hace dos días porque estuve a punto de interrumpir su baño”.

“Estaba llena de jabón y tu querías envolverla en su toalla porque hizo un puchero. Y para que quede claro, no iba a pegarte”

“Lo pensaste”.

Nerea sacudió la cabeza.

“Iré por su leche, llámame si necesitas algo”.

Su amiga apenas había llegado a la puerta cuando él la llamó.

“Te necesito.”

Ella la fulminó con la mirada.

“¿Qué? Dijiste que te llamara sí necesitaba algo”.

Nerea desapareció dejándolo a solas con su hija.

Miró a Alba y esperó no meter la pata.

“Bueno, solo somos tú y yo ahora. Por favor, no llores si papá no sabe qué hacer. Prometo que haré lo mejor que pueda”.

Piero desvistió a su hija y la llevó hasta el baño envuelta en una toalla, se la retiró cuando llegaron y la colocó en el colgador.

“Aquí vamos”, musitó para darse valor y la colocó en la bañera sin dejar de sujetarla.

No fue tan malo como espera. Claro que casi le dio un ataque de pánico cuando dejó car demasiada agua en el rostro de su hija, pero ambos salieron ilesos. Estaba terminando de vestirla cuando Nerea entró con el biberón de su hija en mano.

“Déjame alimentarla mientras te cambias”, sugirió Nerea divertida mirando su ropa.

Piero no necesitaba bajar la mirada para saber que estaba mojado. Asintió y le entregó a Alba.

Nerea se sentó en el sillón en un rincón y empezó a alimentar a la pequeña.

Entró a su clóset y se cambió lo más rápido posible, luego se sentó en la cama para observarlas. En cuanto su hija terminó de comer, se acercó para hacerse cargo del resto. Su vida se estaba convirtiendo rápidamente en una rutina y por extraño que sonara, no se sentía ni un poco aburrido. Quizás era porque su hija lo mantenía siempre alerta y eso era mejor que cualquier aventura.

“¿Listo para la película?”, preguntó Nerea detrás de él.

Piero observó a su hija, inseguro de dejarla en su cuna. Era la primera noche que la ocupaba, aunque si de él dependiera la habría alzado y llevado a la sala. Sabía que eso solo interrumpiría el sueño de su hija y luego estaría molesta. Eso se traducía en llantos y él no quería que su hija llorara.

“Si se despierta, la escucharás por el monitor y vendrás rápido”.

Su amiga estaba en lo cierto.

Los dos salieron de la habitación. Se aseguró de dejar la puerta abierta.

“¿Hay alguna oportunidad de que hayas escogido otra película?”, preguntó.

La sonrisa de Nerea era un claro ‘no’.

Soltó un g$mido lastimero.

Piero tomó el mando y apagó la televisión. No habían llegado ni a la mitad de la película cuando Nerea se quedó dormida con la cabeza sobre sus piernas. Era él quien la había acomodado allí cuando la vio dormitar. Nunca se quedaba dormida cuando se trataba de su película favorita, así que debía estar bastante cansada, algo lógico teniendo en cuenta lo del día anterior y que esa mañana se había levantado temprano.

Nerea se veía bastante inofensiva cuando dormía, quién podría decir que era capaz de derribar a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Recordó su enfrentamiento de la mañana. Nerea tenía una habilidad impresionante para luchar. De no haberla tomado por sorpresa, no estaba seguro de haber podido ganar. Aunque en ese momento lo menos que le había importado era su apuesta, había estado más concentrado en lo cerca que estaban sus cuerpos y lo fácil que sería cerrar el espacio que los separaba.

Sus ojos se posaron en sus labios. Había estado tan cerca de probarlos y quería creer que ella también lo había deseado. Sin embargo, había recuperado el sentido común a tiempo. Nerea era la única mujer fuera de su familia a la que se sentía tan unido.

Jamás haría nada para arriesgar su amistad.

Sin poder evitarlo, estiró una mano para acariciar su mejilla y se inclinó. De repente, Nerea abrió los ojos. Piero contuvo la respiración, consciente de que debía retirarse, pero no lo hizo.

“Hola, extraño”.

Ella levantó una mano y la colocó en su nuca.

Cuando Nerea tiró de él, no opuso ninguna resistencia. Debía detenerla antes de que sucediera algo más, aunque era más fácil pensarlo. Entonces sus labios se rozaron y él se olvidó de todos los motivos por los que aquello era una mala idea.

Unos segundos después Nerea lo soltó y él se alejó solo un poco.

Nerea le dio una sonrisa y volvió a quedarse dormida.

¿Qué demonios acababa de hacer?

“Nerea”, llamó.

Esperó un rato y, al no recibir respuesta, se puso de pie, asegurándose de no despertarla en el proceso. La levantó en brazos y la llevó hasta la habitación de invitados.

“Buenas noches, princesa”, dijo una vez que la acomodó debajo de las sábanas.

Sonrió al ver el monitor sobre su velador y lo pagó.

Esa noche ella necesitaba dormir sin interrupciones. Ya lo estaba ayudando más de lo que debía. Le dio un último vistazo y se marchó.

Regresó a la sala para tomar su propio monitor y fue hasta su habitación. Se acercó a la cuna de su hija para asegurarse de que estuviera bien. Era imposible no pensar que algo podía pasarle mientras dormía. Ella se veía tranquila, así que la dejó allí para no despertarla.

Se acomodó en la cama y la imagen de lo que acaba de pasar empezó a reproducirse en su cabeza una y otra vez. No podría decir en qué momento el cansancio logró vencerlo por fin.

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