El bebe del millonario
Capítulo 10

Capítulo 10:

“Descuida, la tengo”, lo tranquilizó.

Nerea la balanceó de un lado a otro y se alejó rumbo a la sala. Pronto Alba se calmó y se quedó mirándola. La llevó hasta el coche que estaba en un rincón y la acomodó dentro de él. Luego empezó a ordenar el lugar, parecía que un tornado había pasado por allí. No dejó de hablarle a Alba en ningún momento. Habló sobre lo que le gustaba hacer en su tiempo libre y sus comidas favoritas. La bebé se quedó dormida después de un rato.

Por un instante se imaginó que aquella era su vida.

Un esposo e hijos que cuidar. Sus padres le habían mostrado que un matrimonio era un trabajo en equipo y se soñó teniendo lo mismo que ellos, sacudió aquellos pensamientos fuera de su cabeza.

No tenía lógica que estuviera pensando en formar una familia cuando hace tiempo que no salía con un chico. Quizás ese era el problema, estaba demasiado sumergida en su trabajo que se había olvidado de todo lo demás. Necesitaba salir más y conocer personas.

“¿Estás lista?”

La voz de Piero la sacó de sus divagaciones. Le tomó unos segundos darse cuenta de lo que hablaba.

“Sí”.

Piero le lanzó un par de guantes de boxeo, luego movió la mesa de café a un costado para tener más espacio.

“¿Cuáles son las reglas?”, preguntó.

“Todo vale. Pierde el que no pueda escapar del oponente”.

Asintió.

Se colocaron frente a frente listos para empezar.

Nerea bloqueó todos sus pensamientos y se enfocó en su respiración, era una técnica que había aprendido de su padre. Esperó pacientemente que Piero hiciera su primer movimiento.

Él lanzó un puñetazo que ella esquivó y de inmediato ella lanzó su golpe. Logró darle en el vientre, pero no fue lo suficientemente rápida para alejarse.

Piero la tomó de la muñeca y en un movimiento le dio la vuelta. Su espalda quedó apoyada contra el pecho de Piero mientras él la abrazaba por detrás.

Sus brazos estaban sujetados a lo cruzado y era difícil moverlos.

“Creo que gané”, susurró él en su oído.

Nerea sonrió, no iba a dejarle ganar tan fácil. Alzó un pie y le dio un pisotón. Él soltó un gruñido y aflojó su agarre lo suficiente para que ella se deslizara hacia abajo. Giró en cuclillas y barrió el suelo con una pierna. Golpeó sus piernas con la fuerza suficiente para tirarlo al suelo. Sin perder su oportunidad se colocó sobre él y le dio una sonrisa victoriosa.

“¿Decías?”

Piero no respondió, solo se quedó mirándola con una intensidad abrumadora.

Nerea tenía la respiración agitada y el corazón le latía a toda velocidad, pero dejó de importar, lo único que podía ver era los ojos oscuros de Piero atrayéndola como si de un imán se tratara. Algo estaba sucediendo entre ellos y tenía que pararlo cuanto antes, aunque no sabía cómo.

Era eso lo que temía de pasar tiempo con él, en dosis pequeñas podía controlarse, pero demasiado tiempo y dejaba de ser dueña de sí misma.

“Nerea…”, dijo Piero en un susurro.

Su nombre nunca había sonado más sexy que en ese momento. Debió suponer que todo era parte de su estrategia; sin embargo, no lo hizo hasta que fue muy tarde.

Un segundo Piero estaba debajo de ella, al siguiente él la hizo rodar por el suelo y quedó encima suyo.

Fue tan rápido que no tuvo tiempo de reacciona, ni mucho menos impedirlo. Piero presionó sus muñecas contra la alfombra y su cuerpo pesaba lo suficiente para mantenerla en su lugar.

Nerea se sacudió tratando de escapar de su agarre, pero era inútil, Piero se inclinó hacia ella hasta que el espacio entre sus rostros era ínfimo. Un poco más y sus labios se habrían tocado. Jamás admitiría lo mucho que deseó que él la besara.

“Gané”, musitó él con esa maldita sonrisa ladina que tanto detestaba.

De pronto, se hizo para atrás y la dejó tendida allí recuperándose. ¿Qué diablos había sido aquello?

Se apoyó en sus manos para sentarse.

“¿Entonces qué es lo que quieres?”, preguntó tratando de sonar indiferente.

Era mejor fingir que nada había pasado.

Piero la observó en silencio unos segundos y luego sonrió. Él le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Ella lo tomó porque no hacerlo se habría visto sospechoso. Él tiró con la fuerza suficiente para que su cuerpo se estrellara con el suyo. Esta vez luchó contra las sensaciones que la invadían y se alejó pronto.

“Quédate aquí el fin de semana”, dijo Piero.

“Acordamos que no me mudaría aquí”.

“Y no te estoy pidiendo que te mudes, solo que te quedes aquí por dos noches. Después de lo de ayer todavía no me siento seguro de poder reaccionar como es debido si algo llega a pasarle a Alba”.

Nerea vio la vulnerabilidad en sus ojos, aún así no estaba segura de que aceptar fuera lo mejor después de lo que acababa de suceder.

“Fue un trato, Nerea”

Soltó un suspiro y asintió. Era jodida mala idea.

“Genial, ahora vamos a conseguir algunas cosas para Alba. Ya casi no tiene pañales y la ropa pronto dejara de quedarle, está creciendo demasiado rápido”.

“Primero deberíamos pasar por mi departamento, aunque me gusta este pijama, no pienso ir así de compras, además necesito una ducha”.

Piero la miró de pies a cabeza, por un instante una emoción atravesó sus ojos, pero desapareció muy rápido.

“Claro”.

¿Su voz sonaba más profunda de lo usual o era otra vez su imaginación haciendo de las suyas?

En su departamento Nerea se dio una ducha, se cambió de ropa y alistó una maleta pequeña para ese fin de semana. No dejó de repetirse que era una mala idea quedarse en casa de Piero mientras lo hacía.

Se dio un vistazo en el espejo de su habitación y tomó una profunda inhalación.

“Es solo un par de días, puedes hacerlo”.

Salió de la habitación y fue a encontrarse con él.

Piero estaba sentado en su sofá dándole de comer a Alba. Era la imagen más encantadora que podía haber presenciado y su recién ganada seguridad flaqueó.

“Estoy lista”, anunció antes de echarse para atrás.

Los sentidos de Piero estaban enfocados en Alba, evaluando sí el sonido que hacían las personas al conversar o la música del supermercado era demasiado para ella, esa era su primera salida y hasta el momento las cosas estaban marchando bien. Ella descansaba en su canguro para bebés atada a su pecho ajena a todo el ajetreo que sucedía alrededor.

“En casa el mínimo ruido puede despertarla; sin embargo, aquí parece estar más que cómoda”.

“Está cerca de ti, creo que es lo único que le importa”.

Esperaba que fuera cierto. Quería que Alba siempre tuviera la seguridad de que había una persona en el mundo que la amaba y que siempre estaría allí para calmar su llanto.

“¿Tu misión es llevarte toda la tienda?”, preguntó Nerea viendo el carrito de compras.

Estaba repleto y tal vez iban a necesitar uno más.

“Algo parecido”, respondió mientras tomaba algunas botellas de aceite.

“No suelo estar mucho en casa, así que la alacena siempre está vacía. De no ser por mis padres, no habría subsistido todos estos días”.

Piero no sabía cuándo iba a volver a salir de compras. Alba era demasiado pequeña para exponerla constantemente al exterior.

“¿Piero?”

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